En una conversación entre personas mayores, uno de ellos, recordando el pueblo de sus abuelos, unos setenta años atrás, lo describía como un lugar muy pobre, donde no había luz eléctrica, el agua se sacaba del pozo, no había sanitarios dentro de las casas, ni televisor, ni refrigeradores, ni lavadora, ¡ni coche! Tras un silencio, alguien dijo: «¿piensas que eso era ser pobre?, hace setenta años lo que describes no era ser pobre».
Esta conversación, verídica, hace pensar. Parecería que no supiéramos que muchos artefactos no existían hace setenta años y que, por tanto, se vivía sin ellos. ¡No nos concebimos sin luz en casa, sin agua, sin televisor, sin coche! ¡No digamos sin móvil! Nos entendemos ónticamente con artefactos.
Nadie puede dar lo que no tiene, y estamos escasos de humanismo. Lo sabemos, pero también lo hemos normalizado. Es un diagnóstico viejo parecido al cuento del lobo. Tenemos demasiados avisos, mucha literatura, debate, cine… que habla del vacío, de un ser humano demasiado satisfecho, que lo tiene todo menos profundidad, separado de su esencia y a la vez enojado, que vive ‘fuera’, pendiente y dependiente del consumo, del tener, de la apariencia, ¡vacunado incluso! contra el silencio, la lectura, el conocimiento, la investigación, la conciencia, la espiritualidad…
Sabemos, porque es un tema conocido, que somos frívolos y como lo somos no hacemos nada por no serlo. Estamos tan vacíos que, cuando hacemos algo un poco profundo, lo pregonamos, lo publicamos en las redes sociales, lo mostramos, lo exteriorizamos, pero no lo acabamos de vivir, de integrar. Las experiencias de vida también son un objeto de consumo.
Nos cuesta despertar la conciencia. Un ejemplo lo encontramos en los recursos hídricos del planeta. Puede pasar que en los mismos setenta años en los que el amigo de la conversación del inicio ha integrado como ‘naturales’ las comodidades que sus abuelos no conocieron, el planeta no tenga ni una gota de agua, dado que es finita. A estas alturas hay pueblos enteros que ya no tienen y no hacemos nada. ¿Cómo viviremos sin agua? Eso que es gravísimo, no nos hace reaccionar porque no lo dimensionamos. ¿Cómo será una humanidad en un planeta sin agua?
Depende de cada uno de nosotros.
Ciertamente el entorno no ayuda. La ciudad, hábitat por definición humanista, cosmopolita, abierta y horizontal es ‘invivible’, agresiva, impositiva, excesiva, sobrepoblada. Vivimos trasladándonos. Vendemos nuestro tiempo a cambio de un trabajo. Hacer lo que nos gusta es literalmente un lujo. Estamos rodeados de ruido, día y noche. Los ruidos son los excesos, es el consumo, es todo aquello que no nos permite tocar fondo, llegar al ser. Captar que el mundo está cambiando de manera dramática.
¿Cómo cambiarlo?, ¿cómo actuar? De manera perseverante, cada día hacer un segundo, un instante breve, pero consciente de silencio. Un instante al día, con perseverancia. Y el pozo irá guardando reservas para cuando ya no salga agua del grifo.
Elisabet JUANOLA SORIA
Periodista
Chile
Artículo publicado originalmente en la Revista RE num. 118, edición catalana, en abril 2024