La conocida pregunta de ¿Dónde está tu hermano?, que realizó Dios a Caín, sigue siendo de máxima actualidad, aunque, por desgracia, no la formulamos en estos términos tan claros. Una pregunta que aún hoy en día queda sin respuesta cuando intentamos justificar cualquier agresión física, verbal, psicológica… hacia otra persona, hacia un pueblo, una minoría étnica, un grupo religioso… hacia este ‘hermano’, ese igual al que no queremos reconocer como tal porque, desde un egoísmo salvaje, mostramos nulo interés por conocerlo, y así es como lo convertimos en no digno de nuestro respeto y lo ‘matamos’ incluso antes de saber su nombre. Una pregunta que podemos transformar en un ¿Quién es tu hermano?
Más allá de ideologías o creencias individuales que todos tenemos a consecuencia de la educación recibida, del país donde hemos nacido, la familia o de la influencia de la sociedad en que vivimos, podemos estar de acuerdo en que hay un principio básico que se da en cualquiera de las circunstancias, y es cómo los hechos afectan a cada uno de nosotros como individuo, como persona. Y, cuando hablo de persona, me refiero a la persona en el sentido más amplio y simple de la palabra, despojada de cualquier adjetivo, y por lo tanto refiriéndome a la humanidad.
Así, pues, ¿cuántas veces y cuántas personas nos planteamos si determinadas actitudes, situaciones o circunstancias son humanamente justas? ¿Qué ideas o conceptos nos permiten definir esta justicia que buscamos? Todos tenemos el derecho y la responsabilidad de dar forma y sentido a nuestra vida a partir de este sistema de valores basado en el Humanismo como herramienta primordial para poder llegar a prosperar, y que, como todo, se ve afectado por el paso del tiempo y la evolución de las sociedades.
Sin embargo, a menudo, la ambición y la envidia, las ganas de poder, el miedo a lo desconocido, la enfermedad, los enfrentamientos bélicos, la pobreza y el hambre… nos impiden dar sentido a nuestras vidas, y nos obligan a renunciar al derecho de vivir en plenitud. Para acabarlo de arreglar, la irrupción de la Inteligencia Artificial en nuestro día a día —sin haber profundizado ni analizado ampliamente en qué valores se basa y qué dudas o dilemas nos generará—, que nos permite reducir nuestro ‘nivel de conocimientos’ reales, y dejar en manos de terceros (los programadores de la IA) muchos temas, no ayuda a recuperar estos derechos sino que nos lleva a delegarlos en algo que tiene un envoltorio muy atractivo pero de quien desconocemos las intenciones y los motivos.
«Cuando nos queremos a nosotros mismos sabemos también querer a los demás», nos dice J. Tolentino en La mística del instante. ¿Nos queremos? ¿Nos reconocemos como seres queridos? Esta es otra pregunta que también debemos responder si deseamos que valores como el amor, la ternura, la sinceridad, la paciencia, la coherencia o la humildad nos definan como seres humanos, como seres para los demás, porque sin estos otros ‘no somos’ plenamente personas ni desarrollamos unos valores universales que hablen de igualdad, de inclusión y de aceptación de toda persona independientemente de cómo sea sólo por ser quien es, un ser único e irrepetible.
Anna-Bel CARBONELL RÍOS
Educadora
España
Artículo publicado originalmente en la Revista RE num. 118, edición catalana, en abril 2024