La canción Depende del grupo Jarabe de Palo, estrenada en 1998, nos recuerda que muchas cosas no son mejores, ni peores, sino que depende desde donde se viven y miran. Por ejemplo, todos los años, ¿entre el 20 y el 21 de junio se produce el solsticio de…? ¡Depende! Será de verano en el hemisferio ‘norte’ y de invierno en el hemisferio ‘sur’. Norte y sur, por cierto, referencias convencionales propias de una cosmovisión. Y entre el 20 y el 24, la celebración del solsticio, estemos donde estemos, es un evento que conectará con el sistema de creencias, costumbres, cultura y manera de entender la vida de la gente de ese lugar. Y no hace falta ser un experto o un intelectual para vivir y celebrar la tradición propia. Tampoco es necesario entender el sentido profundo de la verbena de san Juan para celebrarla quemando objetos viejos, comer coca o bailar y cantar por la noche. Y el mismo día, en el otro hemisferio, el pueblo mapuche, celebra el We Tripantu velando la noche a la espera de la salida del sol para darle la bienvenida y con él, el nuevo año y el invierno austral. Una ceremonia donde se convocan los antepasados desde los cuatro puntos cardinales y donde los niños hacen balancear los árboles que no dan frutos para despertarlos.
Al día siguiente de la verbena y del We Tripantu, el mundo seguirá rodando y las noticias de otros lugares lejanos igualmente podrán afectar los precios de la gasolina o de la harina de todos en todo el mundo. La especie humana se conecta más que nunca, pero tampoco lo entendemos del todo. La misma paradoja se da en el micro y el macro cosmos. Quizás los clásicos, al hablar de la universitas, ya buscaban encontrar caminos en este laberinto de las cosmovisiones.
Una cosmovisión es cómo miramos el universo, dicho sencillamente. El universo, entendido como un sistema de creencias. Y creencias no solamente religiosas, sino que aquello que nos ‘creemos’, lo que hemos aprendido y nos sirve para funcionar en las relaciones, en la vida cotidiana, que nos ayuda a interpretar la vida. Y a pesar de ser de un mismo pueblo, país y cultura, en cierto modo, casi hay tantas miradas como personas existen y han existido. Nuestros padres no veían el universo tal como lo vemos cada uno de nosotros, es un hecho generacional. Los antepasados nos transmiten la existencia y nos dan pistas para interpretar su sentido, pero cada generación y cada persona debe hacer su propio trabajo interior para reinterpretar y para ello necesita de sus contemporáneos.
Un ejercicio interesante para valorar cómo evolucionamos como sociedad, es comparar cómo han cambiado estos paisajes ‘nuestros’ en los últimos años: aumento de la población, costumbres gastronómicas, uso de las telecomunicaciones, uso de las tarjetas bancarias, barrios nuevos, conciencia ecológica, parques… pensemos en ello. ¿Cómo era vuestra ciudad antes?, ¿cómo era ir a la escuela?, ¿cómo era ver un estreno cinematográfico?, ¿cómo jugaban los niños antes y ahora?
Hoy, somos más consumidores que nunca, pero como no nos damos cuenta de tantas otras cosas de las que formamos parte simultáneamente y son nuestra cosmovisión. Todo se compra. No es peor o mejor, es un sistema de vida. ¿Qué nos pasa si no compramos, si no consumimos?, ¿podemos elegir hacer las cosas de otra manera? Los sistemas no son mejores o peores, sino el sentido que las personas tienen dentro de ellos. «… el hecho de hacer consciente que el mundo es un macrosistema en perpetuo cambio supone, necesariamente, una mente reflexiva que transfiere el hecho vivido espontáneamente, el concepto, la palabra y la imagen», dice el sabio chileno Gastón Soublette en su libro El I Ching y La Sabiduría Prehistórica. Ediciones UC 2023.
Finalmente, en un cerrar y abrir de ojos la vida hace un giro, nos muestra otra versión y necesitamos reinterpretar nuevamente el sentido. Un mundo mejor siempre es una elección que empieza para uno mismo desde su entorno inmediato.
Elisabet JUANOLA SORIA
Periodista
Santiago de Chile
Artículo publicado originalmente en la Revista RE num. 119, edición catalana