Aprovechémoslas. Nos ayudarán a relativizar y a no tomarnos
tan seriamente a nosotros mismos.» Imagen de Pexels en Pixabay
El humor es la sal de la vida. Pero de humores hay de todos colores y tipos. Me atrae el humor trascendental, es decir, aquel que ayuda a ir más allá de la anécdota y la inmediatez. La mujer de Sócrates, Jantipa, estaba enfadada y no cesaba de gritar contra su esposo. Sócrates, entonces, se sentó en el escalón de la puerta de casa, en silencio, hasta que ella le vertió un barreño de agua. El filósofo, sólo afirmó, estoicamente: «Ya decía yo, que después de tanto tronar acabaría lloviendo». Cuentan también que un discípulo le preguntó: «Maestro, ¿qué es mejor casarse o permanecer célibe?». Y él le respondió: «Hagas lo que hagas, te arrepentirás». Este es un humor realista que hace pensar y que ayuda a aterrizar en la propia condición.
Es un signo de madurez saber reírse del aspecto de uno mismo. Un parlamentario acusó públicamente al presidente Abraham Lincoln de tener dos caras. Éste, que tenía fama de feo, le respondió con ingenio: «¿Usted cree que, si tuviera dos caras, llevaría la que llevo?». El académico Martí de Riquer comentaba con humor: «Es una lástima que el Institut d’Estudis Catalans haya aceptado la palabra guapo, habiendo tan pocos, y no haya aceptado la palabra ‘tonto’, habiendo tantos».
El P. Miquel Batllori, historiador de la cultura, tenía un humor que él mismo calificaba de trascendental. Explicaba que en 1919, cuando fue inaugurado el Hotel Ritz de Barcelona, invitaron al Rey Alfonso XIII. Habiendo cenado, hubo baile y el Rey estuvo bailando con una misma dama mucho rato, estrechamente. Al día siguiente, una persona cercana al monarca, que había asistido, le dijo, sutil: ¿Sabe su majestad, que anoche bailó con una de las mujeres más separatistas de Cataluña? Y el rey le respondió con humor: Pues bailando no lo parecía. También es sutil la respuesta de Antoni Gaudí a Isabel Güell, que tocaba el piano y que le pidió su parecer al arquitecto con el fin de meter un Erard de cola en el salón de su casa, sin romper el estilo, un cometido prácticamente imposible. El arquitecto, después de tomar medidas, le dijo: «Señora, toque el violín». A partir de esta respuesta ingeniosa, Josep Carner escribió una auca bastante cáustica sobre el arquitecto y su obra, que éste, no obstante, supo encajar bastante bien.
Cuando le preguntaron a Juan XXIII cuánta gente trabajaba en el Vaticano, él respondió sagazmente: «Aproximadamente la mitad». Una de las monjas que cuidaban de Juan Pablo II, le dijo al término de uno de sus viajes y viendo su cansancio: «Estoy muy preocupada por su Santidad» y el pontífice le respondió: «Yo también, yo también, estoy muy preocupado por mi santidad». Al Papa Francisco le preguntaron por qué solía acompañar hasta el coche a un cierto alto dignatario eclesiástico cuando lo despedía de Santa Marta. Él, con su humor argentino característico, le respondió: «Por dos motivos: para asegurarme de que realmente se va y para cerciorarme de que no se lleva nada de aquí.» Este es un humor blanco, que no hace daño y que ayuda a vivir. Un humor que hay que saber cultivar y que lleva a la alegría.

vivir…que hay que saber cultivar y que lleva a
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Capítulo aparte merece la ironía. Hay una ironía sutil que hace reír y se encaja bien. Hay otra que hiere y que daña la convivencia y que llamamos sarcasmo. En la Biblia hay ejemplos de ironía como el del profeta Elías cuando se reía de los falsos profetas a los que Baal no escuchaba. Elías se burlaba de ellos diciendo: «¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero quizás está preocupado o bien tiene trabajo, o quién sabe si está de viaje! ¡Quizá duerme, pero ya se despertará!» (1 Re 18, 26).
El humor se aprende en el transcurso de la vida. Hay personas que aparentemente no tienen, que no suelen reír de los chistes ni de las anécdotas divertidas. Buster Keaton, uno de los mejores actores cómicos del siglo XX, mantenía en todo momento un posado inexpresivo que hacía reír. Semejantemente pasaba con el cómico catalán Joan Capri: nada más salir en escena con su posado descolgado y encharcado, provocaba la risa general.
¿Por qué reímos?
Andrés Rodríguez Resina, profesor de metafísica, decía que la risa es la reacción ante la vulneración del principio de no contradicción («todo lo que es, es y lo que no es, no es» o formulado de otra manera: «Es imposible que lo mismo se dé y no se dé a la vez y en el mismo sentido»). Cuando una cosa es y no es a la vez, nos choca y nos provoca la risa. Los surrealistas fueron maestros al diseñar situaciones de personas, animales u objetos que, a la vez, eran y no eran. Y la vida, sin buscarlas, nos trae también muchas de estas situaciones hilarantes. Aprovechémoslas. Nos ayudarán a relativizar y a no tomarnos tan seriamente a nosotros mismos.
Jaume AYMAR RAGOLTA
Doctor en Historia de Arte
Barcelona, España
Publicado originalmente en en la Revista RE num. 120, edición catalana