
de una risa limpia?» Imagen de Tri Le en Pixabay
La alegría, el gozo y la felicidad están ligadas al bien para sentirlo y transmitirlo. Los pensadores hablan del bien ser por el bien existir. Los clásicos griegos, como Sócrates, Aristóteles, Platón y otros pedían a los ciudadanos reconocer la necesidad de hacer el bien y buscar la verdad. Y muchos se amparaban en las virtudes para crear concordia en la sociedad. El bien llama a hacer el bien, convoca a bien ser y enriquece el espíritu.
Estas cualidades es bueno ejercerlas para poder dar sentido a la vida y se deben aprender de la familia, de la escuela, del ambiente, de las creencias, de la sociedad, de la genética… y del sentido del humor. Todo esto va configurando la personalidad. Este proceso implica la conciencia que hace que no sea tan idílico como parece porque por el camino se encuentran obstáculos graves como las guerras, odios, venganzas, injusticias, enfermedades… que conducen a actitudes negativas.
Alcanzar la alegría, digamos ‘interior’ no es fácil. Hemos escogido para este monográfico el tema de la alegría, fuente del buen humor, es decir, de la alegría brota el buen humor, como una actitud sencilla que allana los caminos por el bien ser. A veces se arrastra un pesado ‘carro de porquería’ que no deja crecer el ánimo y lleva al pesimismo y hace derrumbarnos en el ‘sentido trágico de la vida’ porque se ve la muerte como una amenaza de graves consecuencias que, entre otras, deja reducidas la libertad y la esperanza.
La alegría seguramente es el estado emocional más bello y escondido, y que la mayoría de las personas son capaces de sentir. La alegría está rodeada de misterio, como lo es el amor y son difíciles de explicar racionalmente. Pero, nos podemos aproximar y sentir que es fuente de bienestar y disfrutar de la ‘vida interior’. Algunos hablan de un cierto éxtasis, de un sentirse inundado de bien, de un placer inalcanzable, de una especie de sensación de firme esperanza para superar tropiezos, para saber encontrar la cara amable de cada momento, de una capacidad para compartir y dar un trozo de su corazón a los demás… Y todo ello, abierto a abrazar con fuerza a los que te aprecian.

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La alegría no es una paradoja imaginaria, es como un tesoro que traspira felicidad, paz y una dulce sonrisa que, a veces, sólo se enteran las personas sintónicas con la felicidad. No es una poesía misteriosa, es una realidad capaz de envolver las dificultades, las miserias y los problemas, con la paz de espíritu para serenar el corazón.
Las personas que hacen buen humor saben acercarse suavemente a los demás, quizás con una sonrisa o con gestos de confianza, con ternura, con actitudes nobles porque tienen esa especial alegría. El clown o el humorista, sean hombres o mujeres, sean niños o niñas, jóvenes o mayores, que han aprendido a sonreír -también a llorar- optan por llegar a lo más profundo del alma de los demás. Por ejemplo, el caso de los Pallapupas que nos explican cómo aliviar una situación adversa para desplazar el sufrimiento del enfermo y de la familia para ofrecer esperanza y consuelo capaces de hacer sonreír a los enfermos y a los acompañantes. Lo mismo hacen los Payasos Sin Fronteras de Tortell Poltrona, payaso, director y emprendedor, que mejoran la situación emocional de los niños con una sonrisa en medio de conflictos armados y guerras. Y no vamos tan lejos, ¿qué hacen los clásicos clowns?, el ‘sabio’ y el ‘pallús’, con qué habilidad demuestran que el ‘sabio’, el augusto, es capaz de hacer salir tantos aspectos a la nariz roja, que bajo la capa de ingenuidad presentan unas actitudes, como el egoísmo y la poca consideración, y provocan la sonrisa.
El buen humor es convincente, se mete por las brechas de los sentimientos para hacer estallar una sonrisa, o para sacudir el cerebro que se ha detenido ante una dificultad, de un problema o de un desamor. ¿Quién se resiste ante una sonrisa o de una mirada dulce o de una risa limpia? Estos humoristas saben ponerse al lado de muchas personas para decirles «ven, no tengas miedo, yo tengo una ‘especial fuerza’ que es el humor y juntos podremos reír y sacudiremos las pulgas de la tristeza».

suavemente a los demás, quizás con una sonrisa o con
gestos de confianza, con ternura, con actitudes nobles
porque tienen esa especial alegría.»
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En las escuelas, todavía falta una asignatura para saber cambiar el ánimo, como también les falta a las familias, que a menudo les cuesta transmitir la alegría de los niños. Afortunadamente muchas madres y padres se transforman al ver sonreír a sus niños. Es una lástima que a medida que se hacen grandes pierden este feeling, ya que dicen como que crecen hacen su vida y les cambia el carácter.
Todo el mundo está capacitado, en un momento u otro de la vida, para mostrar un cierto humor, ya sea positivo o negativo, quien más quien menos ha podido sonreír y hacer sonreír o, cuando menos, explicar algún chiste para dar un empujón al estado de ánimo. Claro, existe el riesgo de frivolizar y lo peor de querer hacer reír, a veces, no se entiende. Ser gracioso es un riesgo porque hay que ser capaz de entender qué le pasa al otro y saber cómo se siente y ver lo que puedo hacer para que mejore su ánimo.
Que no se detenga el gozo y la paz de espíritu, aunque no sean muchos los que lo ejerzan, pero no dudamos que la alegría y el buen humor serán una buena semilla para sentirse bien ante la realidad.
El buen humor
El buen humor es una actitud ante la vida que no se parece nada a la grotesca payasada, a la mera risa o a la tomadura de pelo. Es como una dulce ‘ley’ que conocen aquellas personas que saben que la vida se puede ajardinar siguiendo el camino del respeto y potenciar la vida de los demás.
Hay expresiones que sólo hacen reír a algunos, pero a otros les hace llorar. Eso no es humor. Hay cosas que sólo hacen reír a uno mismo, y otras que no alegran a nadie. Quizá porque son actitudes inoportunas o faltan algunos aspectos que nombro a continuación:
- El buen humor es un buen amor.
- Siempre es fuente de alegría.
- Es fuente de amistad y sabe ofrecerla y pedirla con alegría.
- Armoniza las relaciones humanas.
- Crea unidad.
- No crea recelos.
- No provoca tensiones.
- Crea ternura e intimidad.
- Genera gozo de existir.
- Sabe escuchar con dulzura.
- Hace que los defectos de los demás se acepten y se sea indulgente con sus incongruencias, incluso, con sus malas intenciones.
- Hace que uno sea tolerante con los propios errores, aunque desea corregirlos.
- Que uno no se ofenda sin motivo y, cuando hay motivos, los olvida porque desconoce la palabra rencor.
- Hace que uno sonría con el corazón, con los ojos, con los labios, sin hipocresía.
- Reconoce que se equivoca muchas veces, pero no le produce ni malestar, ni vergüenza, ni ninguna otra actitud que no sea dejar atrás aquello que no conviene.
- Da la razón a los demás cuando la tienen, sin pasar la factura de la adulación.
- Es entrañablemente razonable porque hace las cosas amando.
- El humor ayuda a dialogar con limpieza, con prudencia, con fidelidad.
- Quien tiene alegría acostumbra a tener paciencia suficiente para conseguir no hacer perder la paciencia.
- Ante las malas noticias, es solidario y sabe dar la mano con afecto, nobleza y sinceridad.
- Ante las buenas noticias, sabe crear una tierna emoción de sinceridad, que no contiene ningún tipo de envidia.
- La persona que vive la alegría sabe aceptar las lágrimas de tristeza y transformarlas en fuente de paz. Y cuando se secan estas lágrimas, vuelve a mirar en seguida, con naturalidad, consciente de que han sido lágrimas de lo que siente.
- La persona con humor sabe mirarse al espejo, sonreír y ver los propios errores sin hacer cara amargada.
- Cuando mira a las personas, sabe ver con limpieza que los demás son precisamente un trozo de la propia existencia.

y que la mayoría de las personas son capaces de sentir.» Imagen de Kris en Pixabay
El mal humor
El mal humor es un mal amor. Fíjense en los malhumorados. Es bueno poder diagnosticarlo, ya que casi es como ‘una enfermedad’. Son personas tóxicas que intoxican. Habrá personas que tendrán otros síntomas que no están expresados en estas líneas. Eso ya es gravísimo.
- El malhumorado no está contento de existir.
- No se acepta a sí mismo ni los defectos de los demás ni las contrariedades que le proporcionan…
- Sólo ve las cosas desagradables de la vida.
- Considera que tiene todos los derechos, especialmente el derecho a estar amargado y amargar a los demás.
- No sonríe, por pereza, por repulsión o por miedo a comprometerse.
- Es muy susceptible, ya que se ofende por cualquier cosa.
- Es déspota, intransigente y no perdona nada.
- Cree que es perfecto y que los demás no lo son.
- Es incapaz de dar la razón a nadie.
- No sabe dialogar, sólo monologa, no le interesan las palabras ni las buenas intenciones de los demás.
- Habitualmente pierde la paciencia y a menudo consigue hacerlo con estrepitosa espectacularidad, y también hace perder la paciencia a los demás.
- Rehúye de las emociones, ya que no capta la sencillez, la cortesía, la simpatía ni la calidad de trato.
- Ha olvidado de su vocabulario las palabras sacrificio, abnegación, servicio y hacer el bien.
- Tiene la soberbia de no mirarse al espejo por miedo a ver la propia cara de pocos amigos.
- No sabe mirar a los ojos con limpieza de corazón.
- No sabe pedir ayuda, quiere creer que no la necesita.
- No sabe pedir ni siquiera una sonrisa.
- No cree en los valores del buen humor.
Esta es una muestra de actitudes sobre el buen y mal humor que puede servir de ‘termómetro’ para valorar y conocer el propio estado de ánimo. Como anunciaba en el título de forma progresiva, desde el humor posibilitamos la alegría que lleva a la felicidad y ésta, al gozo de existir.
Josep Maria FORCADA CASANOVAS
Médico y periodista
Barcelona, España
Publicado originalmente en en la Revista RE num. 120, edición catalana