La moda y nosotros

La moda y nosotros

La moda es un elemento importante de todas las culturas. El vestido es mucho más que una protección ante el clima y las miradas indiscretas. El atuendo y los accesorios se convierten constantemente en lenguaje, modo de comunicación inmediata hacia quienes nos rodean. Sea con plumas y hojas de árbol, con lana, algodón y fibras locales, o con seda e hilo de oro, vestirse también nos expresa. Es una forma de decir quiénes somos y cómo nos sentimos. Esta sería la dimensión individual de la vestimenta.

Pero también hay una dimensión colectiva. En cada sociedad, vestirse es un elemento cultural en el que las personas hacen visibles sus similitudes y sus diferencias. La vestimenta suele expresar pertenencia a grupos, niveles de ingresos, deportes o preferencias ideológicas … Las personalidades famosas suelen crear un efecto imitador, generando tendencias que se convierten en modas y estilos de vida, y finalmente criterio para medir la aceptabilidad social.

Eso sucede porque en todas las sociedades las personas se comparan entre sí y se imitan unas a otras, copian lo que de los otros les gusta y les parece atractivo. Cuanto más visibilidad y autoridad —en cualquiera de sus formas— parezca tener una persona, posiblemente más gente la imitará e intentará parecerse a él o ella. Y hacerse deseables, aceptables, más atractivos. Esto es la moda. Y hasta aquí, nada que objetar.

En nuestro tiempo, sin embargo, es necesario hacer una mirada crítica sobre toda una industria organizada en torno a estas características humanas. Cuanto más se propongan modelos de belleza considerados perfectos, y cuanto más jóvenes sean las personas, más intentarán parecerse a esos modelos, y en la inmensa mayoría de los casos no les será posible. Sea porque su tipo corporal no se adapta al parámetro fijado de belleza, o porque el precio de las prendas es inalcanzable para ellas.

El atuendo nos expresa
A través del vestido nos expresamos

El impacto de esos modelos de moda no es igual entre las personas de distintas edades. Por ejemplo, en la adolescencia la propia identidad está aún en desarrollo; no se tiene una personalidad totalmente definida. De modo que la mayoría a esa edad se viste imitando a sus personajes-modelo, o a sus amigos (sus pares). Como decimos, también está buscándose a sí misma; imita, pero quiere diferenciarse de sus padres y modelos de infancia; está explorando personalidades o maneras de presentarse o dimensiones de su personalidad. Es enormemente insegura o inseguro, no sabe aún quién es, y puede ser muy cambiante.

En esas primeras edades toda la cuestión de la autoestima respecto al cómo los demás nos ven y qué tanto nos aprecian o valoran o aceptan por la manera como nos vestimos está constituyendo nuestro ser. ¡Hay mucho en juego! Por eso las redes sociales a esa edad tienen tanto impacto. No se ahorran críticas respecto al cuerpo de los demás, puede haber ciberbullying, acoso digital, y todas las personas que no logran adecuarse al modelo, se sienten excluidas, inferiores, inaceptables. Y desde hace tiempo que los educadores y trabajadores de la salud notan los estropicios que provoca la canonización de un estilo físico completamente inalcanzable para el 99% de la humanidad, que es el de la mujer hiperdelgada, asexuada, casi sin caderas y sin pechos, además triste (porque las modelos tienen que poner cara de hastío).  Instaurados esos modelos, en las tiendas la ropa habitualmente va poniendo tallas cada vez más pequeñas pues las niñas comen cada vez menos, sobre todo las adolescentes. Se facilita así la anorexia, las autolesiones: el fantasma de la soledad es terrible para cualquier persona, pero para una adolescente, más.

Con la progresiva madurez, las personas usualmente vamos eligiendo, en el marco de nuestra cultura, un estilo de vestir y de presentarnos más personalizado. Vamos sabiendo quiénes somos y definiendo qué queremos proyectar hacia los demás. Aunque con mucha frecuencia es a contracorriente con los modelos presentados por la industria textil.

La buena noticia es que cada vez más empresas están creando modelos de ropa para diferentes tipos de cuerpo, para diferentes modos de entender la vida, para diferentes edades, preferencias, visiones del mundo. Su esfuerzo es siempre conservar una estética propia, con gusto, con arte, con creatividad, pero para cuerpos que existan realmente.

Está claro que no corresponde a las industrias de la moda evitar que la gente se compare y sufra si se ve menos aceptable que los demás, pero sí puede difundir modelos corporales variados, cultualmente diversos, para distintas edades y modos de entenderse, de modo que haya menos exclusión social por carecer de referencias estéticas consideradas aceptables.

Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
Madrid, junio 2025

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