Contemplar la belleza es un magnífico placer

Contemplar la belleza es un magnífico placer

Fotografía: Josep M. Forcada

No se trata de algo extraño, pero hay personas que no perciben ese placer al contemplar la belleza. Yo le llamo placer espiritual, teniendo en cuenta que esa palabra tiene diversas dimensiones, por ejemplo, la espiritualidad referenciada a lo religioso o a lo místico. Para muchos, lo espiritual es aquello que está más allá de lo metafísico o de lo filosófico, que dirían algunos. Es una vivencia que trasciende a la razón y se escapa de ella para provocar unas mociones de paz y bienestar, yo diría del alma, que no es monopolio de los creyentes. Es ese animus que llamaban los presocráticos y que sensibiliza para desconectarte de la pura racionalidad y lanzarte a descubrir unas sensaciones que te hacen sentir una comunión con la naturaleza, con los seres humanos, con los animales, plantas, aguas, luces… y sentir una fuerza interior. La belleza y el bien te transportan a un silencio interior que produce paz, es la paz del espíritu.

En este proceso interior interviene de una manera especial la memoria y el aprendizaje. Es tan necesario aprender a sentir, a bien gozar y a vivenciar.

Incluso con los ojos cerrados para no distraerte, como ocurre cuando escuchas una música o los bellos trinos de los pájaros. Pero la belleza del entorno físico necesita de los ojos que se abren para divisar los movimientos de las luces y las sombras y los colores con tantos matices para gozar del espectáculo del ambiente.

No olvidaré nunca una ocasión única en mis andanzas de pintor de caballete. Era un atardecer en la isla de Santorini, una bella ladera de montaña de casas blancas, alguna estaba coloreada de azul. Al pie de aquel manto de casas, una recortada línea de arena casi invisible porque la tapaban unas rocas que dibujaban una línea de un color ocre con manchas rojizas suaves y el agua del mar. Supe encajar las casitas y sus colores, pero no atinaba a colorear el mar, el sol me traicionaba y me peleaba con los colores de la paleta: aquel azul turquesa más próximo a la playa, más allá el azul cobalto y más allá el célebre azul ultramar y este color fue cambiando de tono a medida que el sol se enrojecía. La línea del infinito yo no atinaba hacerla a mi gusto y, a medida que estaba abstraído, notaba un murmullo de pasos de un gentío que se iba acercando en silencio. Recuerdo que me quité la gorra que uso para proteger mis ojos de la luz del sol, volví la cabeza y me encontré con una multitud de turistas, absortos mirando cómo se escondía el sol, un impresionante silencio durante largo tiempo, hasta que irrumpieron en un aplauso y, otra vez en silencio, se retiraron. Me recordaba una bella canción granadina «con cuatro claveles clavé el aire de mi calle». Cierto, el aire se volvió caricia.

Una expresión que no se usa mucho, por miedo a que te tilden de exagerado es el éxtasis. Una sensación casi orgásmica que en ocasiones puede arrebatar el alma, como les ocurría a algunos santos. Teresa de Jesús lo referenciaba al saborear el infinito amor de Dios. Miguel Ángel la esculpió en mármol con un rostro de éxtasis y de paz. La belleza es capaz de remover el espíritu y soltarte al disfrute emocional al máximo.

Un aforismo latino nulla ethica sine esthetica, es decir, no se concibe la belleza del bien ser sin el bien actuar. La belleza, sentirla, gozarla, vivirla, te moldea el contenido y el sentido de la vida. La ética te abre las puertas al amor. Seguro que a ninguno de aquellos espectadores del atardecer de Santorini se le hubiera ocurrido remover una piedra o un arbusto y menos dar una patada al gato que estaba durmiendo junto a mis pies.

Los neurocientíficos explican el ‘trabajo’ que hacen las neuronas de nuestro cerebro, precisamente las que están situadas en el lóbulo frontal derecho que recogen las emociones y las llevan del hipocampo a la amígdala y estas a la red neuronal del cerebro para dar unas respuestas como las que he descrito.

Esta coletilla al texto que precede es para intentar explicar que la poesía que encierra la emoción nace en un cerebro mágico y a la vez técnico que se elabora en nuestra cabeza y es fruto de la maduración de muchas experiencias del encuentro con sublimes momentos con la belleza. Tratemos bien nuestros sentidos y saquemos partido al cerebro que cuida la imaginación para que alcancemos el gozo y el placer que inundarán de felicidad.


Josep M. FORCADA CASANOVAS
Pintor Paisajista
Barcelona, España
Noviembre de 2025

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