Antiguamente los textos escritos no contemplaban signos de puntuación. Eran las lectoras y lectores quienes hacían las pausas de acuerdo a como las sintieran necesarias, tanto por el sentido de las oraciones, como por la propia necesidad de tomar aire si se trataba de lectura en voz alta. Esto generaba en ocasiones diferencias de sentido, los textos se volvían más subjetivos. El nacimiento de los signos ortográficos reguló esta necesidad de que se perpetuara el sentido del texto, tal como lo había parido su creador o creadora.
Algunos de estos signos nacieron para pautar grados de silencio en la escritura. El más representativo es el punto, el cual señala que una unidad de sentido ha concluido y comienza otra. Para lo cual es necesario un silencio que nos ayude a incorporar lo dicho. Este es el llamado punto y seguido. Hacemos una pausa y seguimos. Probablemente hablando del mismo tema, enfatizándolo, profundizando o relacionándolo con otro diferente.
Cuando una idea o un hecho que explicamos ha sido lo suficientemente abordado y necesitamos ir más allá o cambiar de registro, acudimos a un punto y aparte. De esta manera concluimos un párrafo para dar comienzo a otro. Este punto y aparte requiere de un silencio más prolongado que nos permita respirar más a fondo, permitiendo que las ideas leídas se acomoden en nuestro interior antes de incorporar nuevas.
Al final del texto nos encontramos con el punto final. Este sí que marca el fin del escrito. Después de él, el texto comienza a cobrar vida propia en nuestro interior, abriendo un silencio reflexivo, largo. El punto final nos deja en el abismo de la hoja en blanco o del cambio de página, donde nos encontraremos con un texto nuevo.
Estas tres calidades de punto nos sugieren tres tipos de pausa de distinta duración y, por consecuencia, tres tipos de intención diferente. El silencio de un punto y seguido nos pide no abandonar la idea anterior, sino conservar el hilo de la charla del texto. El punto y aparte nos marca un silencio mayor, que permita airearnos un momento para continuar con el tema central del texto, pero desde otro ángulo. El punto final nos indica que toda la información es ahora nuestra.
A nivel visual, los tres tipos de punto se representan exactamente igual. La diferencia radica sólo en la posición donde se encuentren. Esto también deriva en la cualidad de silencio que hagamos. Dependiendo de la duración, nos permitirá establecer continuidad, hacer un cambio de óptica o concluir temporalmente con nuestra relación hacia el texto.
Dentro de la ortografía existen otras variedades de puntuación. La coma es una pausa, y por tanto un silencio, más breve que el punto y seguido. Su duración permite tomar aire para continuar, pero su función es muy importante, ya que va marcando la cadencia del texto. Modula el tono de la voz. Enfatiza estados de ánimo. Todo esto dentro de la misma oración o enunciado.
El punto y coma se sitúa ortográficamente entre la coma y el punto y seguido. Nos permite alargar un poco la pausa, pero no suelta el hilo de la conversación ni cierra una unidad de sentido. Amplía los matices de sentido que ha dado la coma y también se sitúa dentro del mismo enunciado.
Los dos puntos, uno sobre el otro, detienen el relato para anunciarnos algo. Puede ser una cita, una enumeración, un ejemplo. La presencia de este signo genera un silencio de expectación, ya que, como dijimos antes: anuncia. También requiere de un silencio especial, ese silencio que escucha, que se abre receptivo a lo que viene.
Por último, en esta relación de puntos y sus respectivas cualidades de silencio, tenemos los puntos suspensivos. Se trata de una sucesión de tres puntos colocados uno tras otro en sentido horizontal. Este tipo de puntos denota que el sentido de lo que contamos puede continuar indefinidamente. Como su nombre lo indica, son puntos que dejan en suspenso. Y el silencio que generan es este: suspenso, ambigüedad, indeterminación. A veces se utiliza para insinuar algo innombrable.
He traído a colación la variedad de puntos ortográficos que se refieren a pausas en en el discurso, para evidenciar la diversidad de silencios que perviven en un relato. Silencios que también acompañan la vida y el discurso interno que nos hacemos de esta. Como en los signos ortográficos, en la cotidianidad experimentamos silencios que nos ayudan a no perder el hilo de los acontecimientos vitales. También hay silencios que nos permiten distinguir ideas, sentimientos, sensaciones para dar un lugar y un tiempo a cada cosa. Hay silencios producidos por el suspenso, por la sorpresa, por la incapacidad de dar respuesta o, porque simplemente, quedamos sobrecogidos. Hay silencios que nos permiten saborear los matices más sutiles. Y hay silencios definitivos, que sucumben ante el fin de los procesos, las relaciones, los ciclos vitales.
Javier BUSTAMANTE ENRIQUEZ
Poeta
Ciudad de México, México
Octubre de 2025