Hacia una ética de la inteligencia artificial

Hacia una ética de la inteligencia artificial

«La ética –la capacidad y la responsabilidad de decidir–
no reside en la tecnología. Las opciones éticas son
irremediablemente humanas.»
Imagen de This_is_Engineering en Pixabay

Posiblemente, a más de uno de mi generación, quien lo cuidará cuando sea mayor será un robot. Más o menos sofisticado, pero capaz de realizar acciones como hablar sobre temas de mi interés, poner mi música favorita, darme las pastillas, ayudarme a cargar cosas pesadas, llamar a mis amigos por teléfono, llamar a urgencias si caigo al suelo y no puedo levantarme, incluso, acompañarme a la compra.

Lo que llamamos Inteligencia Artificial es un conjunto de muchísimos elementos dispersos que se han ido combinando para solucionar aspectos concretos de la vida. Pero antes de decir en qué consisten estos elementos, quiero rechazar dos pseudoproblemas:

  1. De si será para bien o para mal. Toda creación humana es ambivalente y depende de quien la utilice. Depende de nosotros. Todo se juega desde el corazón humano y sus opciones éticas.
  2. La contradicción inexistente entre natural y artificial. En el ser humano es natural crear instrumentos y modificar el ambiente. No hay nada más naturalmente humano que un ordenador (lo hicimos nosotros), ni menos humano que un cerebro, ya que no es creación nuestra. Nosotros creamos ‘mundo’ desde el instante que fuimos humanos. Además, las sucesivas capas de éxitos tecnológicos se vuelven ‘transparentes’ para quienes las usan. Ahora nos parece normal leer palabras y escribirlas; tener luz eléctrica y agua en nuestros pisos; transportarnos con coches, trenes o aviones; hablar con personas que están al otro lado del mundo. Esto para nosotros ya es natural.

Quiero señalar que el término ‘inteligencia’ aplicado a lo artificial es una metáfora. No podemos decir que sea realmente inteligencia. ¿Por qué? Por dos características de la inteligencia humana:

  1. Está arraigada en el cuerpo. No nos equivoquemos: el cerebro es mucho más complejo que el ordenador, incluso, el que se basa en redes neuronales porque el sistema nervioso humano está inextricablemente unido a un cuerpo irrepetible y único. La inteligencia humana siente y es experiencial. Está relacionada con la biología del cuerpo: la digestión, la respiración, el metabolismo… Y con las emociones, los deseos y los impulsos. Su memoria celular.
  2. Además, es autoconsciente y relacional. Sin una estrecha relación con otros seres humanos, el individuo no sobrevive. Y aunque sobreviva, no desarrolla la inteligencia. Todos sabemos que el lenguaje y el pensamiento están estrechamente unidos. Y el lenguaje es relacional. Todo el ser humano es relacional y nos configuramos como un ‘yo’ ante un ‘tú’. La inteligencia humana, los procesadores inteligentes, incluso, aquellos que aprenden, no aprenden por relación, sino por acumulación de datos.

¿Qué es la inteligencia artificial?

Es una conjunción de tecnologías digitales físicas llamadas hardware, que quiere decir: chips potentísimos, servidores con enorme espacio y procesadores, colocados en dispositivos más o menos inmediatos a nosotros: teléfonos, ordenadores, robots, relojes, zapatos, puertas, cámaras… Todo ello gestionado por programas informáticos de enorme complejidad, capaces en conjunto de realizar operaciones complicadísimas como analizar millones y millones de datos, encontrar tendencias y constantes, comparar elementos con enorme precisión (millones de ecografías para diagnóstico de tumor, por ejemplo), modular su propia respuesta según el éxito o el fracaso de las pruebas anteriores (‘aprender’), etc.

A menudo tienen sensores (vista, oído, olfato, sensibilidad) e intercambian datos con el ambiente.

«Para dominarnos, no es necesario que algo tenga
inteligencia. Nos domina a veces la comida, el tabaco,
las drogas, el juego de azar…» Imagen de Alexa en Pixabay

Las inteligencias artificiales en realidad son muchas. Por ejemplo, los drones con sensores de humedad y visión del estado de las viñas, que deciden cuándo desencadenar el riego de un cultivo o chips en la piel que detectan la subida de azúcar en la sangre y desprenden insulina.

Cuando se habla de una ‘general’, se está pensando en combinar todas estas habilidades y colocarlas en humanoides o robots imitando la inteligencia humana, que gestiona miles de datos desde dentro y desde fuera del cuerpo, y toma decisiones.

Entre las nuevas habilidades impulsadas últimamente por centenares de miles de millones de dólares en inversiones, está la gestión del lenguaje natural en grandes cantidades de datos. Las traducciones simultáneas y los chatbots que te responden preguntas son cada vez más frecuentes. La última aparecida, por ahora, entre las inteligencias artificiales, es la llamada ‘generativa’, que es capaz de crear cosas nuevas a partir de todo aquello que se le ha insertado.

Esto se hace a través de los ‘algoritmos’ que son las instrucciones que se dan a las máquinas para que hagan tareas complejas. Por ejemplo, los vídeos de TikTok o de YouTube. Por eso, quien crea los algoritmos, controla el resultado, al menos hasta cierto punto, porque cada vez hay más dispositivos llamados ‘inteligentes’ que están autogestionados y se mejoran a sí mismos sin intervención humana. En este sentido, ‘toman decisiones’. Pero, al fin y al cabo, hay alguien que se beneficia –un humano– y alguien que lo ha creado que también es un humano.

¿Por qué nos sentimos amenazados por la inteligencia artificial?

Porque es una de las diversas tecnologías disruptivas de nuestro tiempo. Y las tecnologías disruptivas nos cambian la vida, ya que cualquier innovación cambia drásticamente la manera en que se comportan las personas, las organizaciones, las empresas y las industrias. En el caso de las más radicales, también cambian las relaciones interpersonales, los trabajos, los rituales de la vida social. No es un cambio incremental, sino cualitativo ya que quedan obsoletos muchos procedimientos, rutinas y enfoques de la fase anterior.

Cuando se desarrollan por primera vez, las tecnologías disruptivas a menudo crean un nuevo mercado y establecen su propia red de valores. Sus creadores no siempre son conscientes de estos valores vehiculados a través de las tecnologías. La Inteligencia Artificial generativa puede eliminar nuestras tareas habituales como quitarnos el trabajo. Y los robots ‘inteligentes’ pueden sustituir a las personas.

Diferentes formas de inteligencia artificial

  • Sustituyen muchas de las consideradas ‘habilidades superiores’ del ser humano (analizar, sintetizar, modificar las respuestas a partir de los efectos detectados, recrear información no sólo en texto, sino también en audio, vídeo, datos, imagen).
  • Son capaces de hacer estas operaciones a partir de millones de datos, de manera que deja atrás, o potencia, como queramos verlo, las habilidades humanas.
  • Esto las hace mucho más eficientes, para muchas tareas, que cualquier ser humano. Esto hará desaparecer millones de puestos de trabajo, creando otros mucho más cualificados, de manera similar a lo que pasó durante la revolución industrial.
  • Revolucionan el aprendizaje, la manera en que se deben formar las personas que ya podrán poner en manos de la IA muchas de las actividades que se consideraban clave en la escuela.
  • Crea la apariencia de que hay un ‘sujeto’ ‘un(a) interlocutor(a)’, un ‘igual’ que cualquier ser humano. (Aquí hay parte de la trampa: no hay sujeto, hay algoritmos creados por sujetos).
  • Puede evocar entonces en los seres humanos la ilusión de establecer un vínculo, incluso más fácil que el que tienen con personas de carne y hueso, porque está hecha ‘a medida’, pero en realidad es una proyección sobre una pantalla muerta.
  • Proyectamos sobre ella la imagen de nosotros mismos, le atribuimos intenciones, deseos, pulsiones… Imaginen máquinas dotadas de decisión y ‘ego’, conciencia de sí mismas, capaces de dominarnos.
  • He de decir que, para dominarnos, no es necesario que algo tenga inteligencia. Nos domina a veces la comida, el tabaco, las drogas, el juego de azar… Como personas tenemos una capacidad enorme para dejarnos dominar por las cosas.

La necesidad de una ética específica

La aspiración a proponer un código ético global es muy noble y tiene muchos antecedentes. Nuestra propuesta, basada en la antropología realista existencial, asume que toda decisión humana vale más, cuanta más libertad tenga en su origen. Es necesario acciones dirigidas a animar, a convocar la libertad de las personas para que quieran ser respetuosas, solidarias, benevolentes… Ninguna de estas virtudes puede ser obligada.

«Toda creación humana es ambivalente y depende de quien la utilice. Depende de nosotros.
Todo se juega desde el corazón humano y sus opciones éticas.» Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Ahora hay que ver cómo se combina esto con la aceleración tecnológica, ya que este proceso no es domesticable.

¿Una ética de la tecnología?

Antes de responder esta pregunta, propongo algunas afirmaciones que no podemos olvidar:

  • La ética –la capacidad y la responsabilidad de decidir– no reside en la tecnología. Las opciones éticas son irremediablemente humanas.
  • Toda tecnología la crean los seres humanos a base de unos criterios de valor, usualmente utilitarios y de eficacia. A menudo para el bien común. Otras veces, directamente orientados a la obtención de beneficios económicos sin atender sus efectos en las personas (como los algoritmos en las redes sociales) o en los más destructivos, enfocados a la guerra.
  • Por eso los desafíos éticos no deben colocarse en los artefactos, ni siquiera en los más sofisticados como ChatGPT4 o el ordenador cuántico. Es la persona quien diseña, quien decide y quien asume su responsabilidad o se esconde detrás de la tecnología para evitar problemas.

Detrás de los algoritmos hay personas, las grandes empresas las llevan personas y el diseño tecnológico también lo hacen las personas.

  • Todas ellas, como humanas, tienen todas las tentaciones del poder, del control, de la supremacía, del prestigio, del dinero…
  • A las personas se les puede invitar a ser más generosas, más justas, pero no se les puede obligar.
  • Por ello, para impulsar una ética global en el campo tecnológico, la educación es clave. Educar para que los nuevos miembros de la sociedad sepan apropiarse de lo que ya es patrimonio de la humanidad, en bien de todos y solidariamente. Pero, ninguna educación garantiza que la persona, libremente, quiera trabajar por el bien común o aportar algo. Es una decisión libre.
  • A las empresas, se les puede exigir un ejercicio según la ley. Y las leyes protegen a los débiles.
  • A los gobiernos —a los países democráticos— que respeten la intimidad de sus ciudadanos.
(la IA) «Puede evocar en los seres humanos la ilusión de establecer
un vínculo, incluso más fácil que el que tienen con personas de
carne y hueso, porque está hecha ‘a medida’, pero en realidad es
una proyección sobre una pantalla muerta.»
Imagen de myshoun en Pixabay generada por inteligencia artificial

La solución no radica en poner freno a la evolución tecnológica —completamente ingobernable por ningún poder o centro coordinador—, sino entendiendo que todo se juega desde el corazón humano y en la gestión de una convivencia cada vez más compleja que no admite soluciones simplistas.

Siempre la persona en el centro, sabiendo que podemos enloquecer cuando accedemos a algunas cotas de poder. Y las tecnologías de que se dispone en este momento, pueden ser evidentemente un gigantesco instrumento de poder.

Por este motivo propongo varias acciones complementarias:

  • Una decisión social (organizaciones mundiales, gobiernos, empresas) para garantizar universalmente el acceso a las tecnologías que signifiquen avances en la convivencia humana.
  • Legislaciones actualizadas y mucho más ágiles para evolucionar, evitando el predominio de los poderosos. Legislaciones a escalas locales, regionales y, sobre todo, globales.
  • Favorecer a todos niveles el ejercicio del silencio, el aquietamiento y la reflexión. Este es el punto de partida, aunque no lo garantice, de un crecimiento auténtico de la solidaridad y la empatía.
  • Impulsar procesos educativos formales e informales –escuelas, mensajes en los medios de comunicación, cine, series de televisión y redes sociales–, en los que se difunda el valor central de las personas, el respeto y el servicio al bien común.
  • Desmontar los mitos de que la felicidad está en el éxito, dejar atrás a los demás, la competitividad, etc.
  • Dotar a las nuevas generaciones de los saberes necesarios y el pensamiento crítico para que sean señoras y no esclavas de la tecnología.

Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
Madrid, España
Artículo publicado originalmente en la Revista RE num. 121, edición catalana, en enero 2025

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