
En un mundo que corre el riesgo de confundir velocidad con sabiduría, pensar con la IA es una oportunidad: no para ceder el pensamiento, sino para ampliarlo, afinarlo y liberarlo. Usar la IA con conciencia crítica nos permite ganar tiempo para lo esencial, ver más allá de lo evidente, y profundizar en lo que nos hace humanos. La IA puede ser una herramienta poderosa, pero solo si la humanidad no abdica de su responsabilidad ética.
La IA nos necesita. No porque le falte capacidad de cálculo, sino porque le falta sentido. No porque no sepa procesar datos, sino porque no sabe por qué hacerlo. La inteligencia artificial puede aprender patrones, optimizar tareas y anticipar comportamientos, pero no puede decidir qué es justo, qué es humano, qué es digno. Para eso, nos necesita.

1.- ¿Qué significa pensar con la IA?
En la era de la inteligencia artificial, pensar ya no es una actividad exclusivamente humana aislada de la tecnología. Hoy, pensar con la IA implica establecer una relación colaborativa entre el pensamiento humano y las capacidades técnicas de los sistemas inteligentes. Esta alianza no busca reemplazar la mente humana, sino amplificarla, acompañarla y potenciarla.
Pensar con la IA no significa que la máquina piense por nosotros. Esa sería una forma de automatización sin reflexión, donde se delega el juicio, la ética y la creatividad a sistemas que, por muy sofisticados que sean, carecen de conciencia, intención y valores. En cambio, pensar con la IA es una práctica de colaboración crítica, donde el ser humano se apoya en la eficiencia algorítmica para liberar tiempo, explorar nuevas perspectivas y tomar decisiones más informadas, sin renunciar a su autonomía ni a su responsabilidad ética.
La IA aporta eficacia —la capacidad de lograr resultados precisos— y eficiencia —la optimización de recursos y procesos—. Estas cualidades, lejos de ser fines en sí mismos, deben ponerse al servicio del pensamiento humano. Cuando se usan con criterio, permiten que el pensamiento se vuelva más profundo, más contextualizado y más creativo. Por ejemplo, un docente que utiliza IA para analizar patrones de aprendizaje no está renunciando a su rol, sino ampliando su capacidad de acompañar a cada estudiante de forma personalizada.
En este sentido, pensar con la IA es una forma de pensamiento aumentado, donde la tecnología actúa como herramienta, no como sustituto. Es una invitación a repensar el papel del conocimiento, la ética y la educación en un mundo donde lo humano y lo artificial deben aprender a dialogar.

2.- La IA como herramienta técnica al servicio del pensamiento
La inteligencia artificial, en su dimensión más básica, es una expresión del interés técnico que Jürgen Habermas identifica como uno de los tres intereses fundamentales del conocimiento humano. Este interés busca dominar el entorno mediante la aplicación de saberes científicos y tecnológicos. En este sentido, la IA representa una herramienta poderosa: optimiza procesos, analiza grandes volúmenes de datos, automatiza tareas repetitivas y detecta patrones invisibles al ojo humano.
Sin embargo, como advierte la filósofa Adela Cortina, esta capacidad técnica no puede operar en solitario. Debe estar subordinada al interés práctico, que se orienta a la comprensión ética y al diálogo social, y al interés emancipador, que busca liberar a las personas de estructuras de dominación y exclusión. Si la IA se desarrolla únicamente desde la lógica de la eficiencia, corre el riesgo de convertirse en una herramienta de control, deshumanización o desigualdad.
Pensar con la IA, por tanto, no es aceptar sus resultados sin cuestionarlos, sino usar su potencia técnica para enriquecer el juicio humano. En el ámbito educativo, la IA puede personalizar el aprendizaje, adaptando contenidos al ritmo y estilo de cada estudiante. Pero la decisión final sobre cómo acompañar a cada alumno sigue siendo del docente, que aporta sensibilidad, contexto y criterio pedagógico.
La IA, cuando se usa con conciencia ética, no sustituye el pensamiento humano, sino que lo potencia. Nos permite pensar mejor, con más información, más rapidez y más precisión, pero siempre desde una posición de control, supervisión y responsabilidad humana.

3.- Condiciones éticas necesarias
Para que la inteligencia artificial se convierta en una verdadera aliada del pensamiento humano, no basta con que funcione bien desde el punto de vista técnico. Es necesario que su diseño, implementación y uso estén guiados por principios éticos claros, que garanticen que su eficacia y eficiencia no se conviertan en instrumentos de dominación, exclusión o deshumanización.
Para que esto ocurra hay unas condiciones éticas fundamentales que han de salvarse. Pensar con la IA exige saber cómo piensa la IA: procesa datos y genera resultados basados en patrones aprendidos. Por eso, si usamos IA para apoyar el aprendizaje, debemos asegurarnos de que: no discrimine a ningún estudiante, sea transparente en cómo toma decisiones, esté supervisada por docentes que puedan interpretar y corregir sus recomendaciones. La supervisión ética garantiza que el juicio moral, la empatía y la responsabilidad sigan siendo competencias humanas irrenunciables. Los sistemas de IA siempre deben respetar la diversidad cultural, la autonomía personal y la dignidad humana. Esto implica evitar sesgos, reconocer contextos y promover la inclusión.
Hay valores no numéricos que deben guiar el uso de la IA. Porque la IA opera sobre datos, pero el pensamiento humano se nutre de dimensiones que no pueden ser cuantificadas: Empatía: comprender al otro desde su experiencia emocional; Pluralidad cultural: respetar las múltiples formas de vida, lenguas y cosmovisiones; Creatividad: imaginar lo que aún no existe, romper patrones, innovar; Sentido del misterio: aceptar lo imprevisible, lo poético, lo que escapa a la lógica algorítmica. Estos valores no pueden ser programados, pero sí pueden ser protegidos y potenciados si la IA se diseña para acompañar, no para sustituir.
La clave para que la IA potencie el pensamiento humano está en la formación ética y crítica de quienes la usan. No todo lo que puede automatizarse debe automatizarse. La educación debe enseñar a reconocer cuándo una decisión requiere juicio ético. La IA no debe infantilizar la ciudadanía ni sustituir el pensamiento crítico. Educar para pensar con la IA es educar para usar la tecnología sin perder la libertad de decidir.

4.- Riesgos de no pensar con la IA
Si la inteligencia artificial se convierte en una herramienta que usamos sin reflexión, sin supervisión ética y sin conciencia crítica, corremos el riesgo de que deje de ser una aliada del pensamiento humano y se transforme en una fuerza que lo debilita. Adela Cortina advierte sobre los peligros del tecno-optimismo absoluto, una postura que idealiza la IA como solución universal, sin considerar sus implicaciones éticas, sociales y culturales.
Cuando se presenta la IA como una tecnología neutral, inevitable y omnipotente, se corre el riesgo de convertirla en una ideología tecnocientífica. En lugar de ser una herramienta al servicio del pensamiento, se convierte en un sistema cerrado que justifica decisiones sin diálogo, refuerza intereses particulares y desactiva el pensamiento crítico. Se promete progreso sin cuestionamiento.
Delegar decisiones éticas, políticas o educativas a sistemas automatizados puede llevar a una peligrosa desresponsabilización. Si creemos que “la IA decide mejor”, dejamos de participar activamente en la construcción de la sociedad. Esto diluye la autonomía, debilita la democracia y normaliza la obediencia algorítmica. Pensar con la IA implica mantener el control humano, no cederlo.
La fascinación por la eficiencia puede llevar a reducir lo humano a lo medible. Emociones, intuición, creatividad, empatía y sentido del misterio —elementos esenciales del pensamiento— corren el riesgo de ser ignorados o considerados irrelevantes. Esto se agrava cuando se automatizan profesiones vocacionales como la docencia, que requieren vínculo, cuidado y juicio ético.
En resumen, no pensar con la IA —es decir, usarla sin ética, sin supervisión y sin conciencia crítica— puede llevarnos a perder lo que nos hace humanos: la capacidad de decidir con sentido, de cuidar al otro, de imaginar futuros posibles. Por eso, pensar con la IA no es solo una opción inteligente, sino una responsabilidad ética urgente.
Pensar con la IA es pensar mejor, no menos. La inteligencia artificial no sustituye el pensamiento humano: lo acompaña, lo amplifica y lo desafía. Pero para que esta alianza sea fecunda, necesitamos una ética activa, una ciudadanía crítica y una cultura del cuidado que proteja lo que no puede ser automatizado: la empatía, la creatividad, la pluralidad, el juicio moral. La IA nos necesita porque sin nosotros, sin nuestra brújula ética, sin nuestra capacidad de decidir con sentido, se convierte en una herramienta sin dirección. Y nosotros, sin pensamiento crítico, corremos el riesgo de convertirnos en usuarios obedientes de sistemas que no piensan, solo calculan.
Josep ALEGRE
Profesor, filólogo y educador socio-cultural
Barcelona, España
Noviembre de 2025
