
El silencio es disponibilidad. Cuando la planta ha llegado a un punto tal de madurez y es el momento propicio del año, entonces se encuentra disponible para florecer. De manera semejante, la persona, cuando ha llegado a un punto tal de consciencia de sí misma y de su condición, y se encuentra en un lugar y tiempo propicio, entonces se abre al silencio. Está dispuesta al intercambio de sentido con la Vida, desde quien es y donde se encuentra.
En este estado de conexión con la realidad, el cuerpo, la mente y el alma de la persona se disponen lugar para el silencio. Y no sólo lugar, también tiempo para el silencio. El silencio se torna experiencia de vida y, desde él, se puede comprender la vida con más empatía. Descubro, entonces, que mi lugar del Universo soy yo y, desde mí, comprendo lo que soy y lo que es el resto de la realidad. Pero también he de ser capaz de permanecer en este estado de asombro y percatarme que el centro del Universo no soy yo: soy una manifestación entre millones de manifestaciones de la realidad. Todas estas manifestaciones interactuamos haciéndonos posible la vida.
El silencio, si le doy tiempo y espacio, me enseña a salir de la auto-referencialidad para llegar a la inter-referencialidad. Todo está en referencia con todo. Todo está disponible para que suceda todo. Percatarme de ello me acerca cada día a vivir momentos felices, destellos de consciencia de que las cosas suceden porque suceden. Y algo más que es importante: soy libre de hacer que las cosas sucedan, incidir en la realidad desde la voluntad.
“Voluntad” proviene del latín voluntas, que significa querer. Si acciono mi “querer”, me convierto en parte activa de la realidad, soy un motor de ella, un centro de vida. El silencio, en tanto nos conecta con la vida, despierta en nosotros la voluntad. Nos hace seres que quieren, que aman lo que está sucediendo. O, incluso, seres que no quieren lo que está sucediendo. Porque ser conscientes de quiénes somos o de cuál es lugar donde estamos, también nos lleva a no desearlo. El dolor también es un “dato” de la realidad.
Y el dolor también puede ser motor de vida, de cambio, de procesos que nos des-ubiquen para –ojalá– re-ubicarnos en otra tesitura dentro de la vida. El dolor se asocia al duelo, a la pérdida, a la renuncia. Muchas veces nos dolemos cuando el ideal que tenemos no coincide con lo real. Quisiéramos ser de una forma y no podemos. Quisiéramos que una persona estuviera a nuestro lado y no lo está. Quisiéramos… y resulta que eso en concreto no es o no será nunca. Pero hay otras cosas que sí somos, otras cosas que sí podemos hacer, otras personas que sí están a nuestro lado. Lo posible, porque es real, siempre es mejor que lo imposible.
¡El dolor es tan humano! Nos da cuenta de nuestra fragilidad y nos recuerda que las personas no estamos diseñadas para estar solas. Cuando el dolor es más grande que la voluntad (que el querer) y no podemos conectarnos de manera feliz con la vida, sólo la misma vida, a través de otras personas, del contacto con la naturaleza, de experiencias diferentes, puede crear nuevas conexiones que sanen lo dolido.
La realidad siempre está disponible para mí, al igual que el silencio. Es necesario detenerse a contemplarlo. Contemplar sin pedir nada a cambio, simplemente disponerse a estar. Después, las cosas se dan por sí mismas, si vamos aprendiendo a estar disponibles también. La vida nos regala flores si estamos ahí para apreciarlas.
Javier BUSTAMANTE ENRIQUEZ
Poeta
Ciudad de México, México
Octubre de 2024