Más allá de los límites del asombro

Más allá de los límites del asombro

Más allá de los límites del asombro: Caspar D. Friedrich y Anton Bruckner

Al celebrarse en septiembre de este año el 250 aniversario del pintor sueco-alemán Caspar David Friedrich (1774-1840) así como el segundo centenario del compositor austriaco Anton Bruckner (1824-1896), la crítica ecuánime ha querido rendir, a cada uno en especial, un justo tributo que revalorice el destacado aporte artístico y rehumanizador de su obra. Con el fin de resaltar su trascendente alcance queríamos aquí hacer eco a este homenaje, pues de la valía de estos autores, lamentablemente, se quiso beneficiar la nefasta ideología nacional-socialista alemana que tergiversó su mensaje; esto llevó a que su obra quedara distorsionada durante muchas décadas, y a que cayera injustamente en declive el inmenso y fulgurante significado que la contemplación de las obras de estos dos autores nos sugiere, en especial la amplia y sobrecogedora obra musical de Bruckner.

En una desprevenida primera apreciación de sus obras, lo que quizás primero resalta es nuestro sentimiento de asombro. Seguramente estos célebres artistas querían despertar en todo aquel que contemplase su obra esta emoción crucial que es deliberadamente opuesta a la fría razón especulativa de los filósofos de la Ilustración y del Idealismo alemán que reducía y encorsetaba el conocimiento humano dentro de los límites de la mera razón. Es precisamente esta intención que lleva hacia el asombro, característica del movimiento literario y artístico Sturm und Drang (“tormenta e ímpetu”) precursor del Romanticismo, la que conduciría espiritualmente a ambos artistas: hacia principios del s. XIX, a una intensa exploración expresiva de Friedrich, reconocido más tarde como el más importante pintor del Romanticismo alemán; y, mucho más tardíamente, la grandiosa expansividad musical de Bruckner, la cual, en su carácter más filosófico, concordaría con la autenticidad del existencialismo cristiano de Soren Kierkegaard.

Caspar David Friedrich

Es así, como de un modo filosóficamente coincidente, nos encontramos con la pregunta inicial “¿A ti qué te suscita asombro?”, del escritor noruego Jostein Gaarder con la que comienza su novela best seller de iniciación filosófica, El mundo de Sofía (1991), traducida a 63 idiomas. Desde el comienzo, el autor busca suscitar en una adolescente una vía misteriosa de apertura al conocimiento esencial. El asombro vendría a ser ese punto de partida idóneo desde el que cada quien podría concentrar su atención para adentrarse en aquello que tiene la mayor significancia para sí mismo.

Ese es también quizás el cometido que perseguían estos dos artistas en todas sus obras, y que podría plasmarse en la pregunta: “¿Qué podrías ver/oir más allá del límite del asombro?”. Esto lo vemos expresado en sus obras más emblemáticas y concluyentes: El caminante sobre el mar de nubes, óleo sobre lienzo de Friedrich (Dresde, Alemania, 1818) y la Novena Sinfonía de Anton Bruckner, o Inconclusa, (Viena, Austria, 1896, el mismo año de su fallecimiento).

Esta pintura de Friedrich (74,8 cm. por 94,8 cm.) presenta un hombre, presumiblemente él mismo, contemplando extasiado un paisaje real en Riesengebirge (Montañas de los Gigantes) en donde las nubes se extienden como un manto que cubre la inmensidad y se mimetiza en ella. En realidad las personas que aparecen en sus casi 300 obras conservadas, él las pinta siempre de espaldas en actitud contemplativa o de asombro interrogativo –para evitar así su protagonismo–, pero al mismo tiempo aparecen erguidas sobre grandes rocas que representan su firme e imperturbable fe. Tal como él lo percibe, la presencia trascendente de Dios se aprecia especialmente en la grandiosidad de la naturaleza, en las nubes y en las altas montañas, mientras que la nieve y los abetos simbolizan la resurrección y la esperanza; de este modo, en todo el formidable conjunto de la mayoría de sus obras percibimos el advenimiento místico de la vida eterna y bienaventurada.

De una manera similar, Anton Bruckner, con quien finaliza el Romanticismo tardío y se inicia el Modernismo, expresa incluso con una mayor profundidad este grandioso asombro ante la existencia personal inmersa en el cosmos, que se sustenta y se funde en el misterio que emana del poder de Dios. Esto lo consigue especialmente en su última obra, su novena sinfonía, magnífico compendio de toda su trayectoria, y que es una proyección de su misticismo, honda vivencia católica que es coherente con su sencillez y humildad. Bruckner, en un constante ascetismo personal, consideraba siempre a los demás superiores a él en talento y virtud; y quizás esto le llevó a imprimirle un sentido trascendente pero técnicamente innovador a su creación.

Anton Bruckner

El primer movimiento de su sinfonía maestra, Bruckner lo titula justamente Solemne, Misterioso. Las notas de los instrumentos, muy largas, intensas y vibrantes, se traslapan unas a otras como olas marinas sobrepuestas, y al final logran integrarse envolviéndonos y transportándonos en un crescendo continuo hacia una intensidad ‘sobrehumana’ abierta, como si nos condujese al borde del infinito. En el segundo movimiento, vivo scerzo, un aplastante martilleo dentro de una atmósfera extraordinariamente sofocante nos recuerda nuestra pobre condición errática y efímera. El Adagio lentísimo y solemne del tercer movimiento termina en una ascendente y poderosa resolución de todos los instrumentos: el mundo terrestre, entreabriendo apoteósicamente las puertas de la eternidad, parece abolirse para dar paso al advenimiento de la gloria divina. En este punto, Bruckner enfrentaría el dilema de intentar un adecuado fin a su cuarto movimiento, pues al saber que moriría sin conseguirlo debido a la dificultad interpretativa que supondría, sugirió que su sinfonía se concluyera coralmente con su Te Deum (‘A ti Dios’, himno atribuido a S. Ambrosio y S. Agustín). Este recurso sinfónico coral ya lo había logrado antes genialmente Beethoven cuando musicó en el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía el poema de Friedrich von Schiller, La oda a la alegría.

Esta invitación al asombro nos aproxima al misterio divino que trasciende nuestra existencia cuando contemplamos absortos la naturaleza dentro de la que nos vemos ínfimamente reflejados (Friedrich), o cuando escuchamos extasiados la conmovedora música que nos transporta hacia la inmensidad del universo que nos absorbe (Bruckner). Ambas –una como lienzo y marco abisal y otra como musical plataforma orquestal apoteósica– sirven a ese individual y personalísimo maravillarnos de estar existiendo aquí y ahora en este mundo –lo que simultáneamente nos humildea cuando reconocemos contingencialmente que podíamos-no-haber-existido–, que es en lo que Alfredo Rubio nos hace caer en cuenta mediante la primera premisa del Realismo Existencial.

Estos dos artistas nos ayudan a entender cómo acurrucados ante otro lienzo, manteniendo los oídos atentos en otra plataforma musical ante la presencia del Misterio Divino –con mayúsculas– que está más allá, se sustenta inasible nuestro maravillado, contingente y humilde ser.


José Ernesto PARRA CORTÉS

Doctor en Filosofía, profesor
Taichung, Taiwán
Noviembre de 2024

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