
Imagen de Mariusz Czarnas en Pixabay
Es ya febrero del 2025. El panorama internacional ha cambiado de fase. Las instituciones y normas de comportamiento internacionales que surgieron después de la segunda guerra mundial están perdiendo consensos. La diplomacia, el diálogo, la negociación y el respeto a la normativa global han caducado, al parecer. Y si bien no eran infalibles, marcaban un avance indudable en la gestión pacífica de los intereses y las diferencias culturales entre las naciones.
Hoy esos equilibrios se han roto, dando paso a la ley del más fuerte, a remolque de los nuevos protagonistas en la escena mundial y del estilo de liderazgo actual en los Estados Unidos.
La arbitrariedad y la coacción como métodos desconciertan a muchos observadores internacionales y líderes políticos, pero encuentran adhesiones entre amplios sectores de población en muchos países. Un significativo número de personas se han sentido atemorizadas por las narrativas sobre el cambio climático, los flujos migratorios que parecen incontenibles, la incertidumbre sobre el futuro. Buscan seguridades con gobiernos que muestren mano dura, aunque eso suponga medidas drásticas respecto a poblaciones desfavorecidas. La exclusión de los diferentes —raciales, políticos, religiosos, etc.— parece ser una estrategia que les apacigua.
¿Qué hacer ante esta situación? ¿Deberíamos permanecer inertes, esperando que no suceda lo que tememos? ¿Cómo encontrar un norte que nos permita avanzar y no retroceder en el nivel de humanidad que hemos alcanzado como sociedad?
Humor con amor
La convivencia social, cuando es pacífica, genera calendarios marcados por fiestas que permiten celebrar hechos históricos o efemérides importantes. La fiesta suele ser un momento de expansión, de creatividad, de participación plural, de cohesión entre los grupos que componen una sociedad. Ya cantaba Joan Manuel Serrat que se olvidaban las diferencias sociales y todos participaban en la fiesta.
Sucede a veces incluso en momentos de dolor o conflicto. La celebración de una fiesta representa la anticipación de lo que puede llegar a ser una convivencia plena donde cada persona sea acogida y pueda expresar su alegría en formas artísticas variadas. ¿Puede entrar cualquiera en ese clima festivo sin destruirlo? No. Para entrar hace falta el “vestido de fiesta”. Es una imagen de lo que se requiere para participar de verdad. Implica contemplar la realidad con humor y con amor. Sin ingenuidades, pero sí con benevolencia. Esa mirada nos reconcilia con las diferencias y nos permite acoger al otro. No se trata de las fiestas exclusivas y excluyentes de sectores indeseados de la sociedad, sino la fiesta que se abre a cualquier persona que tenga ánimo de compartir la alegría de existir.
El ser humano lleva toda su historia peleando y matando, pero también creando, festejando, colaborando, acogiendo a los demás.
La cuestión es qué haremos cada uno y cada una de nosotras en este momento crucial de la historia.
Febrero de 2025