Los silencios

Los silencios

Fotografía: Javier Bustamante

“Es así que lo que debemos aprender de otra persona para entenderla no son sus palabras sino sus silencios. No son tanto nuestros sonidos los que proveen el significado, sino que nos hacemos entender mediante las pausas. El aprendizaje de una lengua radica mucho más en el aprendizaje de sus silencios que de sus sonidos. Entre los hombres de todas las épocas el ritmo es una ley mediante la cual nuestra conversación se convierte en un yang-yin de silencio y sonido”. (Illich, Iván. “La elocuencia del silencio”. En Iván Illich. Obras reunidas I. Fondo de Cultura Económica: México, 2006. p. 180)

Y, ¿cómo son los silencios de una persona? ¿Cómo son nuestros silencios? Iván Illich nos está queriendo decir que si captamos los silencios, éstos iluminan los sonidos. Es como cuando se habla de fondo y forma. Podemos apreciar la forma de una cosa a partir de cómo cobra relieve en el fondo que la rodea.

Si pensamos en una oración, en un conjunto de palabras que nos están diciendo algo, dichas palabras se organizan tomando el rol de sujeto, verbo y predicado con sus respectivos complementos. Lo que permite que se articulen entre sí para crear sentido es el espacio que hay entre ellas, que se encarga no de separarlas, sino de unirlas poniéndolas a todas en relación. Desde el artículo que pueda encabezar la oración hasta el sustantivo o calificativo que la cierre. No hay desconexión entre ellas, conforman un universo. Y es, precisamente las pausas o silencios o espacios vacíos, los que permiten que circule el aire entre ellas para hacerlas accesibles, significables. Es el fondo que da volumen y perspectiva a la forma.

No podemos entender la fisonomía de una montaña si no hay un cielo detrás que la recorte. De igual manera, no podemos apreciar las cualidades de una persona si no callamos y escuchamos qué nos dicen sus silencios, sus movimientos sin sonido, sus gestos, los rituales inconscientes que ejecuta durante el día. Es tanto lo que decimos cuando creemos que no estamos diciendo nada. Y tanto lo que escuchamos cuando callamos.

Illich nos habla de la pausa. Dice que nos hacemos entender mediante la pausa. Antiguamente se escribían los textos sin signos de puntuación. Quien leía iba creando sobre la marcha esas pausas para poder entender el sentido de la lectura y lo hacía, en buena parte, apoyándose en el ritmo de su respiración. Es decir, los textos más allá de reproducirse, se interpretaban. Como quien interpreta una partitura musical. Esto nos indica que cualquier apreciación o lectura que hacemos de la vida es una obra subjetiva, la subjetivamos, la convertimos en sujeto con el cual relacionarnos, no en un objeto inerme.

De ahí que las pausas nos hablen mucho de una persona. Sin darnos cuenta, los silencios que produce una persona (o que produzco yo) dan sentido a los sonidos que emite. Dicho de otra forma, todo aquello que digo o hago se entiende a partir de lo que no digo o de lo que sucede entre una y otra acción o palabra que salga de mí. Por ejemplo: quiero salir de la habitación. Entre que percibo la necesidad y estoy fuera suceden muchas cosas: percibo el deseo de salir, respiro, dirijo la mirada hacia la puerta, me sitúo en el espacio, vuelvo a respirar, me levanto de mi asiento, sigo mirando la puerta, doy un paso, luego otro, mantengo el equilibrio, sigo respirando, alargo la mano hacia el pomo de la puerta, lo giro, me detengo sobre mis dos pies, abro la puerta, doy un paso hacia afuera y la cierro.

He descrito muy mecánicamente una trayectoria que, vista desde fuera, se ha podido percibir en silencio, pero que quizás en mi interior iba acompañada de un mar de pensamientos. Paralelamente, entre cada acción que he descrito se han dado micro pausas que permitían ordenar los movimientos para poder llegar al fin de la propuesta: salir de la habitación.

Si extrapolamos este ejemplo tan cotidiano como desplazarse para ejecutar una acción al recorrido de nuestra vida, podemos entender que el silencio o la pausa es parte inseparable de ella. Seguro que todas y todos atravesamos grandes momentos en nuestra biografía, fechas importantes, acontecimientos, que son como esas palabras que se escuchan en la oración. Pero entre acontecimiento y acontecimiento se dan momentos a veces no memorables que son los que sirven de intersección o preparación para que sucedan unos a otros, o que preparen su aparición.

Necesitamos del silencio tanto como el cuerpo necesita de la noche. Cuando dormimos es como si no estuviéramos para los demás, nos perdemos (o nos encontramos) en nosotros mismos. Nuestro ser experimenta un reset. Al despertar se reinician funciones que se habían quedado en pausa para continuar con la existencia que habíamos dejado suspendida el día anterior. La pausa es necesaria para vivir, el silencio es indispensable: no se puede dispensar.

Para terminar, retomo la imagen que sugiere Iván Illich del yang-yin silencio-palabra. Aunque el yang se represente con un color y el yin con otro, siempre hay un punto de uno en el otro, además el círculo o esfera con que se representan no son dos mitades planas, sino que está unidas con una forma sinuosa. Es decir, el yang y el yin están unidos de forma dinámica, no estática y aunque son diferenciables, siempre hay algo de uno en el otro. Con el silencio y el sonido pasa igual: hay dinamismo, continuidad, y siempre hay silencio en lo que hablamos y sonido en lo que callamos. Son realidades que se referencian una a la otra, que son una en la otra.

No hay silencio o pausa absoluta, como tampoco hay palabra o acción ininterrumpida.

Me preguntaba al comienzo: cómo son mis silencios o mis pausas. Creo que hace falta detenerme a contemplarlos. Muy probablemente este detenerme me ayudará a comprenderme mejor a mí y a mis circunstancias.

Javier BUSTAMANTE ENRIQUEZ
Poeta
Ciudad de México, México
Abril de 2025

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