Hoy inicia el Cónclave en la Capilla Sixtina. Se multiplican los contenidos que intentan anticipar quién y cómo será el nuevo sucesor del pescador de Galilea que murió mártir en Roma entre el año 64 y el 67. La mayoría de las descripciones de los Cardenales -entre los cuales estará el próximo Papa- plantean los perfiles clasificándolos entre «progresistas» y «conservadores», o bien entre «de izquierda» y «de derecha».
Estas categorías son reductivas y simplistas. No aplican a la Iglesia del mismo modo en que se expresan en la sociedad -donde también ocultan muchos matices-. Pero sobre todo impiden intuir la complejidad de lo que supone conducir una organización tan antigua, amplia y plural como la Iglesia católica. Está presente en todos los puntos del planeta y se sostiene en el tiempo desde hace dos mil años.
Por eso para valorar a los Cardenales, no basta decir que son «próximos o distantes del Papa Francisco«. Cada uno de ellos es él mismo, tiene su historia, sus dudas, su cultura, su manera de ser discípulo y de entender y aplicar lo que Jesús propuso. No tienen más remedio que ser quienes son. Y por eso nunca habrá un «Francisco bis», incluso aunque el siguiente Papa se pusiera el mismo nombre, seguido de un 2 romano.

Así pues, para analizar los perfiles de los Cardenales y visualizar cómo ejercerá el Papado, propongo estos ejes, cada uno de los cuales admite muchos matices entre los extremos, porque será encarnado por una persona irrepetible y única.
- Cómo entiende el ejercicio de la autoridad en la Iglesia. Todo grupo humano requiere de alguna forma de liderazgo, coordinación, dirección. Pero el ejercicio de esa autoridad tiene muchas formas y matices entre el verticalismo y el asambleísmo. En la Iglesia no se aspira a ninguno de los dos extremos. Francisco impulsó de modo decidido un ejercicio del Papado como servicio, quitando en lo posible los atributos y gestos del emperador de Roma, acercándose al pescador de Galilea. Mucho más sinodal y corresponsable con los demás Obispos y con los fieles. Aquí entra el papel asignado a los laicos y a las mujeres, gran tarea pendiente en la Iglesia. Y también la espinosa vergüenza de los abusos sexuales y de poder. Un ejercicio sinodal de la autoridad no anula la jerarquía que estructura la Iglesia, pero se acerca más al estilo impulsado por Jesús de Nazaret. Los líderes que sirven, que saben delegar, que escuchan, que congregan y que no infantilizan. Eso sí, supone una mayor madurez de todo el pueblo de Dios.
- El modo como expresa la doctrina. Las verdades más nucleares de la confesión católica no están sometidas a debate en la Iglesia porque se entiende que su fuente es el mismo Jesucristo. Pero la comprensión de esa fe se expresa de modo matizado en cada época. Y en ella cada Papa tiene su propio estilo de explicarla y aplicarla a las situaciones de su tiempo. Unos, de modo más pastoral y cercano para la gente sencilla. Otros más académico o formal, otros en frases rotundas que deben simplemente aceptarse como son. Estos matices configuran un estilo propio de cada Pastor de la Iglesia.
- Qué aspecto del Evangelio pone en el centro. Nadie agota la riqueza de lo que Jesús inició y expresó con su persona. La caridad y el amor a Dios y al prójimo son la máxima expresión de su mensaje, pero cada uno subraya más algunos modos de vivirlo que otros. Francisco puso en el centro la misericordia y la cercanía con los necesitados y los alejados como imprescindible y signo de los cristianos. Hay otros que consideran nuclear y distintiva, la moral sexual y familiar. Otros, la liturgia. Algunos la contemplación, el silencio, la pobreza. Otros más, el trabajo por la paz. ¿Dónde pondrá el acento el próximo Papa? Veremos.
- Peso y modo de celebrar la liturgia. Se entiende que la liturgia y los sacramentos son una fuente de vida espiritual para los católicos. Y lo importante es esa vida espiritual auténticamente vivida. Pero puede ser distinto el peso que se le da a los detalles y el modo como se celebra. De un modo más cercano a las culturas locales, o más riguroso según los libros de cada rito aceptado por la Iglesia. Existen algunos cardenales, obispos y fieles que prefieren la misa «ad Orientem«, celebrada en latín y de espaldas al pueblo según el rito de Trento y por ello previo al Concilio Vaticano II. Y no olvidemos que fundando la preferencia litúrgica se encuentra un pensamiento teológico concreto.
- La apertura a la sociedad, a la ciencia y a las otras religiones. Ciertamente a partir de los años 60 la Iglesia cambió su manera de escuchar a la sociedad y asumir los cambios tecnocientíficos y culturales. Pero hay voces que reclaman menos comprensión o contemporización con el modo de vida de la sociedad, y más insistencia en el cambio de vida. El modo de establecer ese diálogo es muy diferente según cómo se conciba la presencia de la Iglesia en la sociedad de su tiempo. En este eje se sitúa la actitud, más o menos abierta, a las nuevas formas de misión en entornos digitales. Nuestro mundo está hipertecnificado, muy polarizado y muy sediento de espiritualidad, por lo que muchos recurren a otras espiritualidades y religiones. Seguir y ampliar el diálogo con ellas será decisión del nuevo Papa.
- Su postura ante los poderosos. A partir del momento en que el Papado perdió los Estados Pontificios (1870) y tuvo un minúsculo Estado propio (1929), los sucesores de Pedro han tenido que afrontar las presiones de los poderes económicos y políticos sin plegarse a ellos. Sus maneras de hacerlo han sido variadas y discutidas casi siempre, pero todos han intentado preservar la independencia de la Iglesia. Veremos el próximo, que deberá lidiar con un escenario desmembrado y en plena reorganización. La Iglesia será una de las pocas garantes de la universalidad, en un panorama cada vez más nacionalista. Para entender mejor la relación del Papado con el poder civil, político y militar, del cual durante siglos formó parte sin perder su calidad de sucesor de Pedro, ver el libro La cruz, la tiara y la espada (M. Rico Góngora, JC Losada Malvárez, J. Aymar i Ragolta).
Despidiendo a Jorge Mario Bergoglio, un Pastor cercano y acogedor, agradeciendo su testimonio y su legado, la Iglesia se abre a una nueva época de la mano de los 133 Cardenales que se reunirán en Cónclave. Uno de ellos será elegido. Los que creen en el Espíritu Santo saben que actúa precisamente en y a través de las decisiones de las personas, con sus virtudes y defectos. Y aunque el elegido fuese uno de los cardenales más conocidos, aportará sin duda alguna novedad inesperada; desplegará capacidades nuevas, incluso para él mismo. Nadie agota el misterio de las personas. Y menos si están profundamente arraigadas en su relación con lo trascendente. Le acompaña desde ahora la oración de millones de fieles.
Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
Madrid, mayo de 2025
Ceilia Gordoa
excelente reflexión. Gracias Leto por poner en el tintero la acción del Espíritu que se manifiesta en cada persona de fe y que obrará maravillas para este mundo sediento de Dios.