
Cada palabra que llega a nosotros tiene una biografía propia, un recorrido en el tiempo y el espacio, pasando por la boca, los oídos, la mano, el cerebro y el corazón de multitud de hablantes. Cada palabra tiene un origen, la etimología se encarga de estudiarlo. Y ese origen nos remonta a los primeros momentos en que se condensó a través de sonidos una experiencia vital. O acaso la toma de consciencia de la existencia de un objeto, un fenómeno atmosférico, una parte del cuerpo, la presencia de una persona… Nombrar la realidad nos hace comprenderla, incluirla en nuestro universo simbólico, de tal manera que después, aunque aquella experiencia vital haya pasado, por medio de la palabra o conjunto de sonidos que la representan podamos “re-vivirla”.
Nombrar algo o alguien es darle categoría de importante para mí. Conocerlo para luego reconocerlo. A la Historia la pasa como a la etimología, se remonta al momento en que se origina un hecho determinado para entender porqué ha quedado en la memoria colectiva. Qué de vital ha sido para haber dejado constancia documental o tradicional. Las palabras, con el paso del tiempo y el cambio de contexto, van modificando su significación. Un mismo mote puede servir para elogiar o para maldecir. Ni qué decir que la narración de un acontecimiento pueda ser orgullo para un colectivo o vergüenza para otro.
Con los símbolos pasa de manera similar: un emblema, una bandera, un himno, puede unir o confrontar. Ya que están impregnados de una experiencia fundante, unas cargas políticas, sociales, económicas; una historia que va afectando de una manera u otra a las generaciones que va atravesando.
Para la Historia son imprescindibles los documentos, ya sean escritos, imágenes, objetos… porque datan las circunstancias que los originaron. Pero cada vez más se hacen revisiones históricas o re-visitaciones a un acontecimiento, porque con la perspectiva que da el tiempo y otras herramientas conceptuales, se puede poner en contexto dicho origen. “La Historia la escriben los vencedores”, es una manera de decir que los documentos que llegan a nosotros no son un reflejo fiel y neutral de lo acaecido.
Por eso es tan valioso que, de un mismo acontecimiento, puedan accederse a múltiples fuentes. Voces que desde distintas perspectivas han sido testimonio de algo. Así, ese algo pasa de ser plano a tener volumen, a poderse consultar las diferentes caras que tiene y ver cómo impactó a los actores de aquel momento. Y, después, cómo las diversas versiones han ido saltando de generación en generación. Incluso para explicar el porqué de conflictos actuales que hunden sus raíces en tiempos remotos.
De un mismo hecho, podemos decir, que no hay una Historia, sino historias. O, en todo caso, relatos históricos que dan cuenta de cómo se vivió diversamente un acontecimiento determinado.
La memoria individual también es un documento. Un recuerdo tiene mucho valor porque es la manera singular en que un acontecimiento impactó la vida de una persona. Pero no hay que perder de vista que un recuerdo es vivo, va conviviendo con otros recuerdos, se va modificando con la edad, con el cambio de parecer, incluso con la bioquímica de la persona y los cambios ambientales que le afectan. De aquí la importancia de codificar o transcribir los recuerdos importantes casi en el momento de su aparición para poder mirarlos en perspectiva, revisitarlos sucesivamente con diferentes miradas.
La Historia es un conocimiento vivo, una experiencia que va mutando y encarnándose en cada persona a la que afecta. No hay Historia pasada, toda está vigente porque sin ella no existiríamos. Pero hay que saber “leerla”, siendo conscientes de quién y cómo se escribió, por cuáles canales se ha conservado y transmitido y desde dónde la estoy consultando en el ahora. Y, si es posible, escuchar todas las voces que dan volumen a un mismo acontecimiento o que hablan de un mismo personaje.
La etimología de la palabra Historia nos indica que nace en el idioma y cultura griega y de ahí ha ido pasando a otras lenguas. Se comenzó a usar para designar la narración de hechos pasados dignos de ser recordables. Aunque no se empleara el término Historia y su funcionario el historiador, esta práctica se ha dado en casi todas las culturas, ya que siempre ha habido narradores locales que se han encargado de preservar hechos trascendentales para la vida de una comunidad. Desde los pintores rupestres, pasando por los escribas del antiguo Egipto o los tlacuilos aztecas, hasta los historiadores contemporáneos que utilizan múltiples técnicas digitales.
En resumen, una Historia que pueda dar mejor cuenta de un hecho memorable, ha de querer escuchar las diversas voces que nos hablen de este. Por opuestas o tangenciales que puedan parecer. Todas ellas nutrirán un relato que permita a los contemporáneos posicionarse con más realismo, apartándose de juicios que manipulan los hechos dependiendo de intereses personales o sectoriales.
Javier BUSTAMANTE ENRIQUEZ
Psicólogo social
Ciudad de México, México
Agosto de 2025