Una de las frases que más veces repite Jesús a lo largo de todo el Nuevo Testamento es “no tengan miedo”. Si lo repite tantas veces, será porque tener miedo es uno de los principales obstáculos para poder vivir la vida de Dios e instaurar el reino de Dios entre nosotros.
Todos hemos experimentado que el miedo paraliza, quita la paz interior y nos hace vivir en la desconfianza más absoluta. ¿Quién se abandonará a Dios y a los demás cuando lo que experimenta es la sensación de miedo? Sólo la confianza da la apertura necesaria para dejar que los demás nos acompañen y que Dios entre en nuestra vida.
Ayer, releyendo unos apuntes de un retiro que hace años nos dio un sacerdote amigo, me fijé en una idea que subrayó varias veces: “Lo contrario al amor no es el odio sino el miedo, porque el miedo nos impide amar. El odio es un fruto del miedo”.
Impresionante. El miedo nos impide amar porque nos hace ver a los demás como enemigos, y nos lleva a la desconfianza más absoluta. No podemos vivir como si estuviéramos rodeados de enemigos, personas que nos amenazan y que nos hacen la vida difícil.
El miedo incluso me hace ver enemigos dentro de mí. Se comprende pues, que si el mandamiento principal de Jesús es “amaos unos a otros”, nos recuerde con tanta insistencia que no podemos tener miedo. Y también comprendo que nos invite a amar a los enemigos, porque es la forma de superar todo miedo e instalarnos en la amistad.
Vivir la amistad en Dios y en los demás es el reto al que estamos llamados. Tengo que vivir amando y ese amor será testigo de que también puedo amar a los que están lejos, a los que no participan habitualmente de mi entrono vital.

Una de las mayores contradicciones que hemos vivido en el interior de las religiones, es haber invitado a la gente a que se amen, pero a la vez hemos creado en la gente un cierto miedo a vivir amando. Como si amar al otro pudiera tener algo de malo y de peligroso.
Este tipo de contradicción ha hecho daño, porque nos ha instalado en el tuétano, en nuestro inconsciente, el mayor obstáculo para vivir la Buena Noticia del Amor. Si tengo miedo a amar, ¿cómo podré vivir el mandamiento del amor? Desde el miedo el cristianismo, y cualquier otra religión, queda reducido al cumplimiento de unas normas que nos dan la seguridad de que estoy viviendo correctamente.
Es necesario liberar el amor de muchos legalismos y añadidos de tipo filosófico y cultural que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo, pero que no son constitutivos del mensaje de Jesús. Hay que recuperar el famoso dicho de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.
No podemos olvidar que la auténtica levadura de nuestro mundo es el amor de Dios. Hay que inundarlo todo de este amor y que en todas partes se derrame el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Seguramente esto será lo que los teólogos llaman el cielo.
Jordi CUSSÓ PORREDÓN
Sacerdote y economista
Barcelona, marzo 2025