Un problema de salud que suscita creciente atención es el provocado por el aumento del ruido ambiental en las grandes ciudades; la acumulación de motores, bocinas, música a todo volumen, configuran un entorno ruidoso. Esto se agrava en zonas cercanas a los aeropuertos, estaciones de tren o carreteras con gran densidad de tráfico. El resultado: alteración en los ritmos biológicos, insomnio, dificultad para concentrarse, hipertensión y otras patologías cardíacas. Tras una exposición a niveles superiores a 80 decibelios, puede haber una cierta pérdida de audición, fatiga e irritabilidad.
Como respuesta a esta situación, tanto en el mundo científico como por parte de las instituciones dedicadas al ámbito sanitario, se trabaja para difundir en la población medidas preventivas que eviten o minimicen los efectos nocivos del exceso de ruido. Entre estas medidas está el silencio. Al menos en breves dosis, mejor si se prolonga un rato cada día.
Esta concientización debe aplicarse no sólo al ruido, también a reducir la sobrexposición a estímulos sensoriales visuales e informativos. Un ejemplo de ello es el síndrome de fatiga informativa provocado por el empacho que produce el exceso de noticias que las distintas pantallas nos facilitan. Televisión, radio, redes sociales nos bombardean con información, que conduce a una dispersión y bloqueo de la mente ante la sobrecarga que supone para el cerebro el procesamiento de un exceso de estímulos. Los recursos de atención del cerebro se agotan y la persona se distrae, la capacidad de concentración se reduce y se dificulta la toma de decisiones y de generar nuevas ideas.
Ante estas realidades un silencio reparador permite restaurarnos.
En un estudio publicado hace unos años en la revista Brain, se afirmaba que dos horas de silencio diario permiten el desarrollo de nuevas células en el hipocampo, que es una región del cerebro asociada con el aprendizaje, la memoria y las emociones
Ambientes sosegados, con una estimulación sensorial equilibrada como puede ser un paseo por la naturaleza, o bien unos minutos de silencio cada hora, desconectando de la tarea que realizamos y tomando conciencia de nuestra respiración, y por supuesto la práctica de meditación y yoga, ayudan a rebajar tensiones y equilibrar nuestro organismo.
Estudios realizados en la Universidad de Wisconsin a lo largo de más de 15 años demuestran los beneficios de las prácticas meditativas sobre la salud; estas investigaciones aportan nuevas luces sobre los métodos de entrenamiento mental que pueden mejorar el bienestar humano.
La meditación es un hábito que favorece un modo de ser más sereno y flexible; ayuda a cultivar cualidades humanas para conseguir una mente estable y clara, equilibrio emocional, sensación de benevolencia, e incluso de amor y compasión, cualidades que permanecen latentes si no se trabajan de manera consciente.
La meditación contribuye a reorganizar las conexiones de los circuitos cerebrales para producir efectos saludables no sólo en la mente y el cerebro, sino en todo el cuerpo.
Desde una mirada global de la medicina, que entiende a la persona en su dimensión biopsicosocial y también espiritual, urge incluir en la educación sanitaria el valor del silencio y del sosiego; promover hábitos de vida que permitan salpicar el día con pequeños intervalos de tiempo para detener la actividad cotidiana y hacer silencio, como estrategia que ayudará a “resetearnos” y restaurar la armonía que tiende a diluirse con el ajetreo y el ruido.
Remedios ORTIZ JURADO
Médico de familia
Madrid (España)
Julio de 2018