
Las artes ‘hablan’ de belleza y son capaces de emocionar, incluso el más sencillo trazo, pero es necesario que despierten unos sentidos en el observador. En el caso de la pintura debe predisponer a dejarse interpelar. La belleza está ahí, pero quien la observa debe tener la capacidad de dialogar con ella desde el silencio. Y, si puede, el pintor debe expresar lo que siente.
¿Cómo me interpela a mí? Puedo decir a mi favor que, desde pequeño, mi abuelo, buen aficionado a la pintura, hacía unos magníficos cuadros al estilo de la escuela de Olot, me los hacía mirar con pasión y me contaba las sombras, las luces, la distancia, los valores de los contrastes… Yo, de niño explicaba lo que veía, no sé si sentía las pinceladas, pero a medida que logré una destreza con los pinceles y los colores intenté explicar lo que mi abuelo intentaba hacerme ver.
En la pintura del paisaje cada vez veo más momentos y sensaciones, pero al mismo tiempo abstraigo y limpio elementos de la naturaleza y de su ambiente que me sobran y me entretengo más en dar a conocer la fuerza de la luz y del color. Quizás me han arrebatado los valores del impresionismo que huye de unos planteamientos fotográficos para ofrecer la libertad de plasmar, según cómo, un rojo potente porque siento que me falta, o un azul en vez de un verde o cómo, diríamos a veces, un color y un dibujo estrafalarios como los que ponía Van Gogh. Algunos no lo entienden y otros disfrutamos plenamente de este tipo de absurdo de modificar los colores y las composiciones artísticas.
Curiosamente, la historia del paisaje en la pintura era poco reconocida. En las cuevas prehistóricas encontramos la figura humana, la caza, los animales…, en el románico interesa más la figura religiosa esquemática, pero el paisaje no lo encontramos plenamente si no es adornando escenas humanas o históricas como un añadido de segundo plano. En los grabados monocolores es más frecuente la aparición de paisajes.

Suelo explicar que puede que la naturaleza ‘desde siempre está allí’ y los que viven cerca están cansados de verla. La mentalidad ecológica y la conservación de la naturaleza ha hecho abrir los ojos clamando para que se recupere su belleza. Siempre recordaré una conversación que tuve con un pastor de rebaño de corderos, era un hombre de mediana edad. Estábamos sentados en una roca que él la tenía por un magnífico asiento, y me decía: «no ve que es hermoso este paisaje, mire aquí, más allá…», sentí un susto de emoción. Él vivía la belleza, hacía poesía sin pinceles.
Cierto que la pintura sufrió un fuerte bache emocional al aparecer la cámara fotográfica, pero también sirvió para que con los pinceles nos espabiláramos en decir más cosas a los que tenemos la suerte de ver más allá. Hoy debemos seguir los avances tecnológicos que permiten obtener imágenes digitales, incluso con el apoyo de unas lentes trasladan al espectador dentro de una escena, como puede ser la pintura de un bosque, que hacen impregnarte de las emociones, de forma encantadora.
Es posible que algún paisaje esconda cierta belleza y pueda hacerte caer en desencanto, pero por eso el paisajista pide que se remueven las emociones y se desplacen a un punto o a un centro de la escena que puede ser, incluso, la cepa de un árbol viejo y seco y se pueda sacar partido de una cierta claridad que seguro hará hablar a esta cepa. Quién no recuerda a Joaquim Mir y a Santiago Rusiñol pintando en el torrente de Pareis de Mallorca. Dos personajes con unos caracteres muy especiales, que cuando el sol se ponía con esos colores tan bonitos lo celebraban con cierta locura, daban saltos, cantaban, se revolcaban por el suelo expresando su satisfacción. Desgraciadamente, Mir al caer al suelo se partió la cabeza, que le dejó debilitado para pintar durante una larga temporada. Quiero recordar que yo pintando en ese mismo sitio, sentí una emoción parecida, quizá menos exagerada. También recuerdo otro momento que me conmovió mientras estaba pintando en la Isla de Santorini (Grecia) una tarde cuando se ponía el sol. Me rodearon una muchedumbre de turistas que se sentaron a mi alrededor y cuando la luz del sol bajó aplaudieron largamente y en silencio iban marchando. La naturaleza convoca a entenderla, respetarla y quererla. El pintor se compromete por encima de posibles fines comerciales.
La emoción ante un paisaje puede despertar sentimientos de paz, de serenidad, de alegría…, pero también, a veces, desde esta sensibilidad puede causar enfado con la misma naturaleza y, a menudo, hace sufrir cuando vuelves a ver ese paisaje y lo han cambiado. Seguro que si el pintor ha alcanzado este nivel de emoción al volver a ver el cuadro seguirá mostrando emociones porque ya lo has hecho tuyo, lo llevas dentro. El impacto de todo arte hace que lo lleves en tu cerebro para recordarlo y recrearlo. Lo significativo de la belleza es que es capaz de extasiarte y remover lo más profundo de tu ser. No dudamos de que tu bienestar te lleva al bien existir y verdaderamente este necesita del camino de la belleza para llegar. Por eso, podemos decir que la pintura es belleza y ‘habla’.
Josep M. FORCADA CASANOVAS
Pintor paisajista
Barcelona, España
Octubre de 2024