Una actividad manual que explota nuestras posibilidades de imaginación en el campo de los vitrales, más concretamente en el fushing (fundir vidrio).
«La vejez no debe vivirse mirando al pasado, sino programando la propia actividad para el tiempo que queda, ya sea un día, un mes o varios años, con la esperanza de poder realizar proyectos que no había sido posible llevar a cabo durante los años mozos». Rita Levi Montalcini, neuróloga, premio Nobel de medicina en 1926.
«La curiosidad es el elixir que nos permite envejecer con pasión y donde podemos sentir la alegría que nos aportan nuevos descubrimientos». Elvira Lindo, escritora de novelas infantiles.
Me cuesta muy poco empatizar con esta línea de argumento constructivo de lo que debe ser la búsqueda de nuestra identidad en esta fase de la vida, en la que ya estamos liberados de toda responsabilidad profesional, el resto del tiempo… todo para nosotros y pienso que la vida construida, la argamasa de la felicidad construida ahora puede incluir aspectos creativos.
Trabajar el cristal me lleva a la meditación y la meditación a la oración.
Todas estas introducciones me van bien para empezar este artículo, porque todas ellas nos animan a utilizar el tiempo que la jubilación nos brinda y todas ilustran perfectamente el origen de mi ilusión al aprender a elaborar estas pequeñas obras de arte (al menos a mí me lo parecen) en el campo de los vitrales, concretamente con la técnica del fushing (vidrio fundido). Ciertamente y antes de conocer esta técnica, es necesario aprender otras formas de trabajar el vidrio, los vitrales, ya sea emplomados (los que todos conocemos y vemos en las catedrales) o los encintados con cinta de cobre que se conoce como Tiffany. Esta modalidad se utiliza para pequeños vitrales ya que a diferencia de los emplomados tienen poca resistencia al no tener la estructura de plomo que las soporte.
Trabajar con cristal requiere la guía y asesoramiento de un profesional que cuide tu aprendizaje (como cualquier actividad de la vida, si la quieres hacer bien), si bien tengo que decir que rápidamente se alcanzan los mínimos para trabajar con seguridad. No hace falta tener grandes habilidades, en todo caso la paciencia y el cuidado (son cristales), también la constancia y el aprecio se convierten en herramientas imprescindibles para trabajar sin sustos. A partir de aquí y a medida que de tus manos salen figuras te ves con la capacidad de subir el nivel de dificultad en la elaboración de estas pequeñas obras de arte. Los momentos de disfrute son muchos; seleccionar el modelo, elegir los colores, preparar los cristales y cortarlos, pulirlos y a partir de ahí decidir si el método es de emplomado, Tiffany o fushing. Personalmente, y después de hacer bastantes de uno y otro he encontrado más ilusionante trabajar con la fusión de vidrio. La razón es muy clara para mí, una vez terminada la obra, con todas las dificultades, pero también con toda la ilusión, es necesario pasarla al horno. Allí dentro se produce un pequeño milagro, después de unas horas a más de 400º aquellos recortes de vidrio cortados a mano y con irregularidades, con algunos defectos entre las diversas piezas que forman la figura, salen con una textura diferente, como si de una joya se tratase, los cantos vivos se han redondeado, ya no hieren al tocarlos, se ha dulcificado la figura y acariciarlos con la mano es mágico, se ha transformado. La preparación de la figura es un trabajo que hay que realizar, de hecho, es nuestro trabajo en este campo creativo que hemos escogido, pero la acción del horno ha transformado completamente esta joya.
Es lo mismo que nos ocurre en la vida, en la cotidianidad del día a día, en el propio entorno familiar y social, las personas que amamos y nos aman y con las que hacemos camino. Aquellos que son responsabilidad ineludible de atender en su inquietud, en sus dificultades, sin invadir su espacio y evitando protagonismo y siempre si somos requeridos, nunca entrando sin su permiso. Cuidando de no hacer daño ni de sufrirlo. Hay que atender de la misma forma que trabajamos el vidrio, con paciencia y cuidado, para no herir a la persona (la obra) ni de dañar a nadie, pero sin miedos.
Permanecer atentos y sensibles al entorno no es negociable, hay que estar y escuchar, pero también hay que diseñar el umbral de las propias posibilidades y obrar en consecuencia si procede. Cuando escogemos qué vitral hacer, sopesamos con qué dificultades nos podremos encontrar, puede ser que perfectamente no estemos capacitados para alcanzar ese nivel de dificultad, todavía.
Ante estas situaciones siempre podremos pedir ayuda, no hay ninguna sabiduría en asumir niveles de incompetencia, pero si de humildad al buscar aquella ayuda útil, sin olvidar que hay un bien superior que nos trasciende y que allá donde no llegamos nosotros llegará él. Creo honestamente que la mejor aportación que podemos realizar cuando somos requeridos es aplicar la misma técnica que hacemos con el fushing; reunir con interés y devoción las piezas, cortarlas lo mejor que podamos, cuidarlas y que no se rompan durante el proceso, cuidar de no sufrir daño y últimamente ensamblarlas entre ellas para entrar en el horno, esto es todo lo que podemos hacer, el horno se encarga de unir entre sí los diferentes cristales, pulirá los cantos, dulcificará las formas y la tonalidad de la joya adquirirá un brillo especial. La joya ya está lista.
Si nos damos cuenta, es lo mismo que hace Dios, espera que nosotros hagamos nuestro trabajo, llevar su Reino, el Reino de la compasión y la alegría, que vivamos en él y nos dejemos transformar… el resto ya lo hace él… exactamente como hace el horno con nuestro vitral. Esto hace que todos podamos mirar la vida y darnos cuenta de lo agradable que es su contemplación (como el vitral), es la prueba de que la joya (la vida) nos ha quedado bonita.
Carles ABARCA CAMPS
Aparejador
Girona (España)
Diciembre de 2024