Para experimentar soledad es necesario generar espacios y gestionarlos, así como para experimentar el silencio hay que generar tiempos y, también, gestionarlos. Este generar y gestionar me recuerda la importancia que daba el pensador catalán Alfredo Rubio de Castarlenas (Barcelona, 1919-1996) al hecho de crear y conservar. No basta con crear algo o con dar vida a una nueva persona o comenzar una amistad. Es trascendental mantenerla, conservarla, animarla.
Con la soledad y el silencio pasa igual, generar espacios y tiempos donde tener la posibilidad de ser plenamente libres y abiertos a la vida, implica que hay que gestionarlos también. Si busco un espacio para estar solo, tengo que cuidar de él, que contenga lo necesario para hacerme sentir solo, en el sentido positivo y cuidador de la palabra. Solo conmigo, que quiere decir también conectado con la vida, pero desde la entraña. No aislado. De igual manera, si “me doy” un tiempo para estar en silencio, este silencio ha de hablarme, ha de serme significativo, ha de permitirme escuchar la vida.
Generar soledad y silencio es algo muy personal. Va implícita la genética de cada persona. Se hace a la medida de uno y va creciendo con uno y en uno mismo. La soledad y el silencio que soy capaz de vivir se va recreando de quién soy y cómo soy. Y va “envejeciendo” conmigo, adquiriendo mis matices. Esa genética que le imprimo a mi silencio y mi soledad, va creando vínculos singulares con la vida: con las personas, los seres, los acontecimientos que me van sucediendo.
La gestión de esta posibilidad de experimentar soledad y silencio tiene que ver con qué hago con estos valiosos recursos. Cómo los respiro, cómo nutren todos los aspectos de mi cotidianidad, cómo me hacen bien (o mal), cómo regeneran mis vínculos, cómo me devuelven una imagen de mí mismo.
Si creo el hábito de reservarme un rato del día o de la semana para estar en silencio y soy capaz de preparar un espacio de casa o buscar un lugar fuera de ella para estar a solas, estas condiciones que me he esforzado en conseguir ya me predisponen para vivir una experiencia entregada a lo que voy buscando en mi interior. Esa semilla que busca arraigarse necesita tierra buena para crecer.
Si a mi experiencia de soledad y silencio no le doy un tiempo y un lugar adecuados, quizás acabaré por abandonar la iniciativa. Si, en cambio, las condiciones me ayudan a incorporar con mayor belleza y naturalidad el hábito del silencio y la soledad, estos formarán parte de mi vida de una manera armónica. El contenido (soledad y silencio) y el continente (espacio y tiempo) han de corresponderse para poder crecer.
Estando a solas y en silencio se experimentan muchas cosas de diversa índole: agradables, desagradables, intensas, sutiles… Para poder hacer este camino lo mejor posible, ayuda mucho las condiciones que busquemos. De ahí que generar y gestionar (crear y conservar) vayan de la mano. No basta plantar un rosal, hay que cuidarlo para que nazcan rosas.
Javier BUSTAMANTE ENRIQUEZ
Poeta
Ciudad de México, México
Enero de 2025