Un acto subversivo

Un acto subversivo

Fotografía: Javier Bustamante

Atreverse a ser uno mismo es un acto subversivo que aunque nos parezca inverosímil, no todas las personas logran, pero cuando ocurre se genera un cambio que redunda en lo que llamamos el logro de la felicidad, o quizá una especie de velocidad crucero de la felicidad, puesto que la felicidad siempre es una meta. La vida completa es una tarea apasionante en la que estamos todos embarcados, hay personas que son capitanes de barco o pilotos de avión, otros son los que están dando la bienvenida, acomodando y atendiendo a los pasajeros y por supuesto, están los propios pasajeros que son transportados y tienen que llegar alguna parte… es interesante decantar esta imagen, porque nos puede ayudar a descubrir en qué rol estamos-somos cada uno de nosotros. Todos los roles son importantes, pero lo que hace una diferencia significativa es comprenderlo y tomar las riendas de ese rol, vivirlo de manera acuciosa. Cuando empezamos a verlo, sea cual sea la edad que tengamos o las circunstancias y aunque estas no cambien, lo que sí ocurre es que uno mismo se ubica en el lugar decisivo, transformador de su propio sentido, digamos que elige ser lúcido.

Para empezar este camino de lucidez, un primer paso, imprescindible, es querer serlo, abrirse a “ver” o mirar con “otros ojos” la misma vida y realidad circundante. A esto le podemos llamar aprender a ver o contemplar la realidad. Es un grado de humildad que nos lleva del ser agradecido con la vida, al ser activo en el ser, a querer aprovechar todo lo que viene en el regalo de mi ser y que implica gestionar el presente y sus circunstancias. Este es un trabajo de todos los días, que se aprende y que progresivamente se puede ir administrando a medida que se va también aprendiendo. Muchas veces es fundamental la compañía de otro u otros que nos van dando pistas. Caminar con otros es mejor siempre. Pero otro paso, para contemplar la realidad, también imprescindible, es retirarse, aquietarse, descubrir los ruidos que nos invaden y empezar a eliminarlos. Descubrir todo aquello que es ruidoso en nosotros también requiere lucidez y también es progresivo. Valorar y consumir silencio.

Cuando vamos gustando cotidianamente el silencio, se devela de manera más potente este ser único e irrepetible que somos y cómo se relaciona con la vida, con los demás y con su propia digamos misión o proyecto de vida, a su vez se enfoca mejor y es más eficaz el hacer y menos relevante el tener.

Y a pesar de que no hay ninguna novedad en lo que estamos presentando en este texto, el aporte está en relacionarlo con la política, porque desde esta perspectiva podemos valorar nuestra dimensión incidente. ¿En qué puede incidir políticamente que una persona tome mayor conciencia de su rol en esta vida? Hacernos esta pregunta nos da pistas de inmediato respecto del compromiso de cada uno con el mundo en el que habitamos. Cuando una persona asume su vida y su trayectoria con una mayor conciencia, se convierte en alguien que toma decisiones serias, entiende que tiene un rol, lo valora y genera transformación, y ello, sin duda, es un cambio relevante para el mundo. Así sea una sola persona, las repercusiones son beneficiosas para todos, empezando por esta persona y su entorno inmediato.

Otro paso en este camino será que esta mayor conciencia nos lleve a amar más y mejor. La palabra amar tiene muchos tintes que a veces la esconden o la disfrazan, incluso la edulcoran y le bajan el poder transformador que tiene. El amor es un elemento que todos poseemos y que podemos aplicar y potenciar muchísimo, pero, tal como ocurre con la lucidez, tampoco es simple, porque se trata de amar la realidad, de vivir amorosamente. O sea, amar aquello que tenemos, somos y vemos, que estamos aprendiendo a contemplar y gestionar. A diferencia del buenismo, que a veces nos genera dependencias y culpas, el amor requiere responsabilidad y corresponsabilidad. Amar más y mejor genera prioridades y obliga a discernir cuando y con quienes tenemos que estar. Quizá implicarse en el vecindario, jugarnos en lo que realmente podemos ser un aporte y dar lo mejor en cada circunstancia, lo que nuevamente, será subversión. Porque la subversión es romper esquemas, salirse de lo que está establecido y cuando somos actores conscientes y optamos por amar más y mejor, rompemos esquemas.

Y hay otro paso más en este ser subversivo que es elegir ser libre. Nuevamente un concepto muy viciado y poco nítido. La libertad está idealizada como si fuera un absoluto y se parece más a un equilibrio y búsqueda entre lo posible y lo deseable en una progresión en que ya estamos aplicando el discernimiento y el amar más y mejor. La libertad, por ser humana, es limitada, se adapta al entorno, a los demás y al sistema en el que estamos. No es imposición, ni lucha de poder cansina, desgastante y frustrante. El camino de la libertad es también con otros, con crecimiento, apertura y escucha.

Así para ser parte de la cocreación de un mundo mejor, más alegre, pacífico y festivo, tenemos que ser capaces de cambiar el orden, innovar, transformar y para ello primero tomar conciencia de que somos parte de este cambio.

Elisabet JUANOLA SORIA
Periodista
Santiago de Chile, Chile
Enero de 2025

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