En este momento de inflexión en la historia vemos cómo está rompiéndose la antigua alianza entre los Estados Unidos y Europa, y con ella más de 70 años de una cierta estabilidad política. Era un vínculo que provenía de unas raíces históricas comunes, una visión compartida sobre el ser humano, sobre los parámetros de la convivencia social democrática y el diálogo internacional, y por supuesto fundamentado en unos flujos comerciales intensos en ambas direcciones.
Hasta ahora estaba vigente la configuración del mundo después de la Segunda Guerra Mundial que vio el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas con el deseo de un tiempo de paz duradera.
La Unión Soviética y Occidente se habían repartido el mundo, sin ningún tipo de duda ética, en dos bloques contrapuestos ideológicamente y en constante pugna por consolidar sus áreas de influencia. En el bloque del Este predominaba la concepción marxista-stalinista de la sociedad, con férreo control del Estado sobre todos los ámbitos de la vida. La dictadura del proletariado derivó en la dictadura de unas élites políticas ligadas a la Unión Soviética en todos los países de ese bloque, que también se extendía a algunos de Asia y de América Latina.
En el bloque occidental, capitaneado por los Estados Unidos y Europa, una visión liberal capitalista y democrática generó un espacio social de intenso desarrollo industrial y económico sin precedentes. Eso sí, con una decisión de varios países europeos de no rearmarse otra vez, confiando en que los Estados Unidos vendrían al rescate si Europa se veía atacada por algún flanco. Así transcurrieron los años de la Guerra Fría, en el paradigma cultural de dos extremos políticos, derecha-izquierda, que orientaron gran parte de la pugna democrática en amplias zonas del globo.

El bloque soviético se derrumbó a partir de 1989, y el modelo neoliberal tomó mayor impulso y predominancia. Pero las bondades ligadas a este modelo ideológico -generaron mucha riqueza y avances científicos y tecnológicos- estaban acompañadas de enormes contradicciones, desigualdades y depredación del planeta.
A pesar de todo las relaciones internacionales, cada vez más estrechas en todas direcciones, y marcadas por la globalización, tenían unos códigos de diplomacia, unos ritmos de trato, un esfuerzo constante de multilateralidad, aunque siempre se buscara primar los intereses económicos subyacentes.
Se daba por evidente el valor del esfuerzo por el diálogo, la búsqueda de consensos, la necesidad de escuchar a los distintos interlocutores sobre un problema.
¿Qué ha cambiado en estos últimos meses?
La llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos ha marcado una regresión a los modos más primitivos de gestionar diferencias: por la imposición del más fuerte. La lógica de la prepotencia como único criterio, ha sustituido al diálogo y los valores compartidos. En muchos países la sociedad civil está votando a personas autoritarias. En parte se explica por la inseguridad, la confusión y un ecosistema comunicativo polarizado. Los algoritmos hacen prevalecer lo agresivo y extremo como máximo atractivo.
Pero lo que está en juego es el modo de gestionar las diferencias y los intereses encontrados. Los dos bloques que están naciendo de este nuevo paradigma no tienen nada que ver con la “derecha” y la “izquierda”. Ahora están en pugna un modelo democrático-liberal contra un modelo autoritario que va desarticulando progresivamente los equilibrios democráticos de compensación de poderes. La lógica de los hechos está siendo sustituida por las consignas emitidas por líderes que se preocupan bien poco por el valor de verdad de sus afirmaciones. La mentira campa a sus anchas sin que nadie sepa cómo detenerla.
Está en juego la construcción de un espacio social compartido de diálogo y respeto, acosado por la imposición del más poderoso. No derecha-izquierda, sino autoritarismo-democracia. Ésta, aunque sea mucho más laboriosa y siempre ha tenido muchas limitaciones, ha mostrado su valor en la historia social humana. Merece ser defendida.
Marzo de 2025