La estela de Tina Modotti

La estela de Tina Modotti

Fotografía: Javier Bustamante

Conocí a Tina Modotti hacia 1994, nos presentó Elena Poniatowska. Yo estaba entonces en la Universidad. Ya había descubierto en mí a Frida Kahlo, mucho antes de la fridomanía. Recientemente había visto por la tele aquella película que interpretara magistralmente Ofelia Medina: Frida, naturaleza viva. Ofelia encarna a la perfección a Frida y la película es un retrato emocional de la pintora, su tiempo y su universo creativo.

Tiníssima llegó a mí en un momento de frenesí por los libros. Esta obra literaria había de ser un guion de cine que encargaron a Poniatowska, pero dada la extensión y, seguramente otras razones, nunca se llevó a la pantalla. Lo que sí resultó fue una obra capital sobre la vida y época de Tina Modotti. Además de la excepcional pluma de cronista y novelista de Elena, esta escritora se alimentó de material de investigación valiosísimo de primera mano: entrevistas, cartas, diarios, fotografías, referencias hemerográficas y bibliográficas…

Conocí a Tina de la mano de Elena. Poniatowska nos ha abierto el corazón para conocer a muchos artistas e intelectuales del siglo XX mexicano. ¡Le debemos tanto! Ha puesto en valor, no sólo la obra de estas personas que podemos ver en museos, en edificios, en adelantos técnicos y científicos, en acuerdos y desacuerdos políticos. Ha puesto en valor su ser humano, sus tragedias y gozos, su paso por el mundo.

Después de Tiníssima han entrado a mi biblioteca muchos libros más sobre Tina, de distintos enfoques y autoras y autores. Ahora trabajo sobre una pieza escénica que destaque su lucha por el ser humano, por la condición de libertad e igualdad de las personas. Si sus imágenes han traspasado el tiempo y el espacio, es porque están respaldadas por una vida congruente.

Este encuentro con Tina que comenzó hace más de treinta años me llevó hace unos días a buscar su tumba, a pasar un rato por el último lugar que acogió su cuerpo. Encontré una referencia en internet que daba el dato: está enterrada en el Panteón de Dolores de la Ciudad de México. La reseña advertía que no era fácil encontrarla y que la lápida se encontraba en malas condiciones.

Con los datos que tenía comencé la expedición. Era el 6 de marzo de 2025, hace pocos días. Siguiendo las órdenes del Google Maps (juro que algún día volveré al mapa de papel, aunque sea lo último que haga y como signo de resistencia), llegué a la puerta del panteón. A la puerta que me indicaba la reseña de internet por la calle Florencio Miranda. Dentro compré un alcatraz que me hicieron aceptar con un ramo que incluía una rosa y algo de nube. No lo vendían suelto. Diez pesitos van. Y pregunté a los cuidadores dónde encontrar la tumba de acuerdo a las referencias: clase 5, lote 5, línea 28, sepultura 26. Estas coordenadas que se leen fácil y que se parecen a una geolocalización GPS, no son tan fáciles de aterrizar en la realidad del Panteón de Dolores.

Aquellas calles con sus manzanas llenas de muertos bajo las cobijas de sus tumbas durmiendo el sueño eterno, parece el resultado de un estado de sitio. Lo escribo con amor, con humor, con respeto y con una sorpresa indignada. El estado de la mayoría es lamentable, realmente es una metáfora del olvido. De un olvido que, además se mezcla con bandolerismo y restos plásticos. La belleza que debe acompañar un camposanto en este panteón se encuentra amordazada.

Por fin, saltando casi sobre las tumbas, porque están casi tan hacinadas como el resto de la Ciudad, divisé a lo lejos la loza donde se encuentra esculpido el rostro de Tina y el poema que le dedicó Pablo Neruda. Tal como describía la reseña de internet, la lápida está en muy mal estado. Conserva aún el rostro del perfil de Tina esculpido en bajorrelieve, pero del texto se ha perdido la mitad. Sólo se puede leer la palabra Modotti, el año de muerte 1942 y palabras entrecortadas de los versos de Neruda. Hace algunos años, conmemorando algún aniversario de Tina, rodearon la lápida por el perímetro con una banda de metal donde pusieron la cronología de Tina, y por encima, a los pies, también en una banda de metal, grabaron el poema completo de Neruda.

Sentí una gran emoción, estaba a unos pasos de ese lugar telúrico donde un frío enero de 1942 despedían a Tina. Su cuerpo, que ya descansaba, había recorrido medio mundo luchando por la condición humana. También había sido fuente de inspiración de fotógrafos, pintores y poetas. Su alma, sin embargo, continúa impregnada por todos aquellos lugares donde había pasado, en cada persona que había tratado, en el eco de su persona y de su obra que ha traspasado el tiempo.

Al llegar, la tumba daba la sensación de no ser visitada hace algún tiempo. Un florero de plástico con restos de una flor marchita y una foto de Tina impresa en papel dentro de una bolsa de plástico para resistir la intemperie, eran muestras de cariño de quienes llevan en el corazón a la artista. La hierba entre las grietas de la lápida daba señales de vida, además de la hojarasca que le asentaba su cualidad de tumba.

Sabiendo que sería algo así como una acción efímera, limpié la tumba de hojas y hierba, en espera de que volvieran a caer y crecer, pero con la intención de que fuera una caricia, una lavada de cara matutina. Dejé sobre su tumba el alcatraz que llevaba, recordando aquellas fotos tan bellas y emblemáticas de los alcatraces que hiciera Tina. Siempre que veo esta flor pienso en ella. Saqué algunas fotos y, con un algo en el corazón, partí de aquellas coordenadas terrenales con otras celestiales muy adentro.

Al investigar por la tumba de Tina, encontré que en aquel Panteón de Dolores estaban también los restos de otros contemporáneos suyos en la llamada Rotonda de las Personas Ilustres. En un lugar aparte, claro, como si Tina y el resto del pueblo fueran unos deslustrados. Los seres humanos somos clasistas hasta en el más allá.

Total que fui a la rotonda y aquello era el Polanco del panteón. Me recordaba la canción de Mecano que habla sobre el cementerio: por un lado los nobles y por otro los nichos con sus bichos. Sólo entrar te encuentres el mausoleo de Diego Rivera y más allá estaba la del muralista Orozco. Además de estas dos tumbas, hay muchas más de músicos, escultores, pintores, poetas, políticos, científicos, militares, etcétera. Mausoleos de lo más bellos y variados. Pues eso, resalto estas dos por contraste, ya que fueron contemporáneos de Tina, colegas de partido y seguro que de parrandas. Tina, por si fuera poco, se convirtió en fotógrafa “oficial” de sus murales.

Otro espejo de nuestra realidad mexicana (y humana). Una rotonda de personas ilustres, hombres y mujeres destacados, con un césped bien recortado que no se puede pisar y una entrada con unas rejas forjadas, y a metros de distancia el pueblo en condiciones, aún en el más allá, infrahumanas (nunca mejor dicho). Y Tina entre el pueblo. Por un momento pensé que sería digno que la trasladasen con los “otros”, pero creo que está en el lugar que ella misma hubiera elegido y que en vida se ganó con su arte y con su forma de vivir.

Como una constelación llamada Tina, este y otros lugares trazan líneas por donde seguir la estela geográfica de su paso por México. Recorrerlos es contemplar el misterio de su vida como quien se adentra en una noche estrellada. Con frecuencia, su obra fotográfica, los ambientes que frecuentó, los personajes con quien alternó, el mito que se levanta sobre su figura, dejan en la sombra al ser humano integral que fue. Tina nació en una familia proletaria pobre, pero esta condición que la acompañó siempre, no le impidió desarrollar una mirada bella sobre la vida. Posiblemente esta mirada dignificaba aquello que tenía delante: campesinas y campesinos, obreros, mujeres con sus hijos a cuestas, niñas y niños, militantes, víctimas de la guerra civil española… Y le hacía ofrecer su vida poniendo sus dones al servicio de los demás.

Javier BUSTAMANTE ENRIQUEZ
Poeta
Ciudad de México, México
Abril de 2025

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