Con frecuencia se nos recuerda, incluso con insistencia, que los medios de comunicación de masas deben esforzarse en ser servidores de la verdad; que no deben manipularla por sus intereses ideológicos o económicos, ni tampoco silenciarla en aquellos aspectos que contravengan las propias conveniencias.
Tanto las grandes empresas de medios o las pequeñas emisoras locales como los influencers digitales de última generación con millones de seguidores, son agentes de sentido, crean opinión, y pueden suscitar o alimentan divisiones entre grupos y colectivos, o bien son capaces de crear puentes que les acerquen y les hagan comprenderse mejor. Esta es una gran responsabilidad de la que usualmente no toman conciencia.
Desgraciadamente, con frecuencia, constatamos que muchos de esos medios, amparados bajo el derecho de la libertad de expresión, a menudo sucumben a las tentaciones de buscar audiencia a base de sensacionalismo, básicamente porque las necesidades económicas, publicitarias, o el número de sus lectores u oyentes, pesan más que su responsabilidad social.
Pero a los medios de comunicación, máximos defensores del derecho a la libertad de expresión no sólo debemos exigirles que sean veraces, sino que además estén al servicio del bien, del bien común, del bien de la gente, del bien de la humanidad. Sin ignorar las discusiones sobre el concepto de Bien que se derivan de las diferentes corrientes de pensamiento y creencias, no podemos dejar de creer que existe un denominador común, que la inmensa mayoría de personas coinciden en la visión del Bien.
«Bien» significa saciar las necesidades, tener espacios en la vida para la amistad y la fiesta, tener paz para poder emprender el desarrollo personal, sentirse amados y amar, tener libertad compartida, tener derecho a pensar, a agruparse, a expresarse y a vivir como uno sinceramente lo desee, siempre que no atente nunca a la libertad de nadie ni provoque daños a los demás ni a uno mismo.
Esta exigencia de veracidad y de servicio al bien que pedimos a los medios de comunicación, también deberíamos hacerla extensiva a los individuos y a los distintos grupos sociales que integran nuestra sociedad. No estamos solos en medio del mundo y no podemos obviar la dimensión social de las personas; estamos llamados a construir sociedad y no a crear individualismo pensando y viviendo centradas únicamente en los propios intereses y conveniencias.
Por tanto, será necesario que sin dejar de ser fiel a uno mismo y a lo que pensamos, entendamos que nuestra libertad también tiene una dimensión social, y que nuestras opiniones expresadas por un derecho básico también pueden hacer daño, sobre todo si tratamos a alguien sin respetar su dignidad como persona. Cuando se descalifica o denigra a otras personas o grupos, les ofendemos y generamos conflictos.
Para hacer buen uso de nuestra libertad, ya sea de expresión o en cualquiera de nuestras acciones, significa no perder nunca de vista la dignidad de los demás y su bien, el bien de la humanidad.
Jordi CUSSÓ
Sacerdote y economista
Barcelona, julio 2024
Josep Oliva
Bien, todo aquello que afirma nuestra humana constitución…
Elena Giménez
Muchas gracias por su comentario