Aprender a descansar

Aprender a descansar

Parece que debería de ser fácil e instintivo detenerse cuando la fatiga nos invade, pero nuestro entorno cultural no nos lo pone tan fácil. Tanto en tiempo laboral como en el así llamado «de vacaciones» estamos bombardeados por miles de mensajes, se nos ofrecen actividades de ocio, nuevas conexiones para explorar mundos virtuales o físicos. Se valora mucho «seguir activos», no parar, no parar.

Incluso con la mejor de las intenciones se mantiene un modo «seguir haciendo», hablando sin parar, gestionando la convivencia, animando a los demás…

Pero esta carrera infinita tiene un costo para nuestra persona. La actividad perenne nos desgasta y nos vacía de sentido. Terminamos por no saber el para qué de tanto esfuerzo, vamos corriendo hacia ninguna parte.

¡Somos limitados! Física, mental y anímicamente tenemos necesidad de detenernos y estar inactivos un tiempo. Nuestro cuerpo requiere descanso, quietud. Nuestro interior, silencio.

Cuando callamos por un tiempo suficientemente largo permitimos que las aguas, agitadas río abajo, se remansen en nuestro lago interior. Que las partículas en suspensión vayan bajando al fondo y nos permitan ver el fondo a través de la transparencia del agua. Los acontecimientos y las experiencias vividas se decantan en nosotros, toman su lugar adecuado, sus dimensiones auténticas, su valor más allá de las primeras reacciones que suelen provocar en nosotros de manera espontánea.

Saber que no somos indispensables        Fotografía José Alba Pixabay

Y con el panorama más claro y sereno, podemos tomar en el momento adecuado mejores decisiones.

Descansar es confiar

Confiar en el poder reparador de nuestra propia biología. Confiar en que a pesar de nuestra ausencia temporal, los demás pueden gestionar la vida de manera adecuada. Confiar en esas personas que nos suplen y hacen las cosas de modo diferente. Confiar en que el inmediato futuro seguirá con una relativa estabilidad y podremos retomarlo. Incluso que sin nosotros las cosas pueden mejorar: ¡tantas veces nos creemos indispensables y a veces somos precisamente una fuente de problemas!

Descansar es saber que seguimos siendo valiosos mientras no hacemos nada. Nuestro valor no está en el hacer, sino en el ser.

Descansar nosotros también es confiar en los demás cuando descansan. Permitirles ausentarse —evidentemente con el ritmo acordado para que las situaciones no se vean afectadas—, recordando que también en este caso, el valor de las personas no está en lo que hacen, sino en lo que son.

Y éste es un ejercicio muy valioso para preparar la vejez —en que ya no podremos hacer casi nada— y la muerte, en que nos abandonamos completamente al límite de nuestro ser, confiando en que todo lo realizado adquiere su sentido pleno en ese momento.

Descansar es un gran acto de humildad que nos resitúa con alegría en nuestra condición humana.

Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
La Herradura (Granada), agosto 2025

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