¿Fidelidades?

¿Fidelidades?

Fotografías: Teresa Boixaderas

Por Luis Alberto QUIJADA RÍOSLola y José se habían casado muy enamorados después de unos años de noviazgo. Él había notado que dependía mucho de su madre, pero pensaba que al casarse, la «dependencia» sería ahora hacia él. Por su parte, Lola, ya casada, no concebía su vida sin continuar esa relación «tan estrecha» con su familia. Uno y otro iniciaron una vida conyugal con distintas expectativas. Unos cuantos años después, era momento de consolidar aquel amor inicial del noviazgo; sin embargo, sentían que el amor se les ponía a prueba. No se habían planteado separarse, pero para José, el «peso» de la familia de Lola era extremo.

En otro matrimonio, el de Paco y Ana, con bastantes más años de casados, ella le había amenazado con dejarlo, diciéndole: «No me obligues a decidir entre tú y mi familia». Ana se sentía «muy cansada del control excesivo de su marido y necesitaba libertad, independencia y descansar de sus celos y obsesiones».

Frenos para la estabilidad conyugal y familiar

En el matrimonio, la pareja debe conseguir una adaptación a la vida conyugal. Si bien, no es tarea sencilla y no hay que entenderla como una aceptación total, sino como la integración de cada uno al matrimonio, sin perder la propia identidad y propiciando enriquecerse como persona y como pareja en la misma relación y en la convivencia.

Para ello no hace falta romper los lazos de afecto con la familia de origen, sino adecuarlo a la situación actual del matrimonio, sabiéndose separar o creando límites, cuando supongan un freno para la estabilidad y el crecimiento de la pareja. Hay que tener bien claro el nuevo tipo de relación que han de establecer con sus respectivas familias, aceptando un sano «corte», algo que parece normal o natural, aunque en los casos que estamos viendo, y en otros muchos, no lo haya sido.

Ni Lola y José, ni Paco y Ana vivían una auténtica unidad. No existía cohesión en su matrimonio y su estabilidad era débil, porque mantenían una «fidelidad» explícita u oculta hacia sus familias de origen. La dependencia de Lola, especialmente hacia su madre, le hacía ver como normal su intromisión dentro del matrimonio, incluso en la esfera de lo sexual. Y dudaba de las razones de los profesionales, si diferían o iban en contra de «las enseñanzas de su madre».

Otros, como Paco, piensan que el modelo aprendido por sus padres es mejor que el que trae su mujer, e intentan reproducirlo en su casa. Paco creía que el padre tenía que centralizar la vida familiar, así como determinar el gasto económico y las relaciones que su mujer y sus hijos tuvieran al exterior de la familia; aunque su primacía o imposición muchas veces era de manera sutil y no de apariencia represiva.

En ambos casos se da una «idolatría» hacia la familia de origen, que sacrifica la vida de la familia propia, sus propios momentos, su propio hogar.

Fidelidad a la familia

Era evidente que Paco la mantenía. Consideraba que había crecido en una familia «idónea» e incluso «ideal» —como él la definía—, y deseada conservar las «reglas» o el estilo de vida con el que él se había educado, repitiéndolo en su propia casa. En cambio, según su opinión, la familia de su esposa era «pésima», y aunque decía que no estaba bien limitar el contacto de su mujer con su familia, iba provocando que sus hijos dejaran de asistir a las reuniones con la familia de su madre.

Fidelidad a la madre o al padre

Lola afirmaba que del mismo modo que su madre había permanecido fiel a la abuela hasta su muerte, ella debía permanecer unida a su madre. No le escatimaba tiempo ni dinero, y se dedicaba a ella y a su casa ante cualquier malestar físico que tuviera.

José se había visto forzado a adaptarse a esta situación y no contemplaba otra opción que resignarse a la dependencia de Lola hacia su madre. Aunque era grande el sacrificio, le parecía más trágico separarse de Lola y buscar una nueva relación. A su juicio, no había muchas posibilidades: no era una persona muy sociable, ni el contexto donde vivía, posibilitaba la «rápida y fácil» conquista de una nueva pareja. Iniciar una nueva relación, por tanto, era un sueño más que imposible y prefería «seguir como estaba», aunque tuviera que aguantar el «dominio de su suegra».

Un caso muy extremo, aunque presente numerosas interrogantes y haya que abordarlo de una forma más exhaustiva, fue el de Pedro: ¿Qué le llevaría a quitarse la vida una vez que su padre murió? «Yo no puedo vivir sin él», había manifestado a sus parientes durante el entierro. Llevaba poco tiempo de casado y se le veía contento, pero había conservado sobremanera un lazo intenso y limitante con su padre.

Estos casos reales señalan las consecuencias de las «relaciones idolátricas» que sufren muchas familias en su interior y son objeto de terapia. Cuando se piensa que los lazos de sangre son sagrados, no se cae en la cuenta que para que crear una familia y para que funcione, se debe de romper con la consanguineidad directa. El fundamento de la familia se halla en la libertad, que es, precisamente, lo que queda coaccionado cuando los referentes paternos o de familia de origen son un ídolo que no permite desarrollar las propias opciones familiares, desplegar el carácter que cada uno desee. La fidelidad, el respeto, el reconocimiento a la tradición no implican el sacrificio de las nuevas relaciones ni, mucho menos, de las personas implicadas.

Luis Alberto QUIJADA RÍOS
Orientador familiar
Málaga

 

 

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