La idolatría en el barroco: doctrina diabólica

La idolatría en el barroco: doctrina diabólica

Por Beatriz HIDALGO SÁNCHEZ. En todas las culturas se distinguen dos mundos: el sacro y el profano, con los cuales se establece un orden y una relación diferente. Sin embargo, en su momento, la visión eurocentrista del viejo continente calificó a las demás religiones de idolátricas. Cuando se inició el debate sobre la naturaleza del indio, Bartolomé de las Casas opinaba que el hombre de manera natural, tendía a creer y a tener una opinión o creencia, pero podía ser falsa —idolatría—, si se desviaba de la verdadera religión —latría—, o lo que era lo mismo, el cristianismo.

No obstante, a partir de la Contrarreforma, la idolatría fue relacionada con la doctrina del demonio. Esto implicaba, como consecuencia, negar el hecho de que los naturales del Nuevo Mundo tuvieran religión propia. Todos sus ritos, tanto mundanos como espirituales, fueron vinculados con las enseñanzas del demonio. Jean Delumeau destacó que desde el siglo XIV, los avances de la Modernidad fueron acompañados por la expansión de la figura demoníaca, considerándola causa del aumento de epidemias, de la aparición del protestantismo y de las guerras de religión.

En este contexto de marcado tono demoníaco, se desarrolla el tema del presente artículo: el concepto de idolatría en el noroeste de México, considerada la doctrina del demonio, la cual abarcaba los dos mundos, el natural y el sobrenatural, y cuya separación se radicalizó con la espiritualidad barroca del nominalismo.

¿Por qué el noroeste de México?

El noroeste mexicano reunía las características que un misionero de la Compañía de Jesús definía como la morada del demonio. Cuando los primeros españoles llegaron a esta región —actuales estados de Sinaloa, Sonora y Baja California—, se encontraron con una región calurosa, cuyo paisaje predominante era el desierto; las comunicaciones eran pésimas y la escasa población se encontraba dispersa y ajena a un control estatal. En definitiva, sin rey, sin ley y sin orden; a lo que se añadía una lengua para cada comunidad, lo que dificultaba más la evangelización. El motivo argumentado para este caos: el demonio.

Por estas peculiaridades que la distinguen del centro de México, y especialmente por su carácter de desierto, en aquel momento el noroeste fue considerado el reino del demonio. Porque, en primer lugar, para la tradición judeocristiana, el desierto era el reino del mal, era el anti- Edén, el lugar donde fue tentado Jesús por el mismo demonio.

No obstante, y al mismo tiempo, la soledad del desierto propiciaba conseguir la perfección espiritual, la unión mística entre Dios y el hombre, a través del dominio del cuerpo y de las pasiones: el objetivo que todo jesuita pretendía alcanzar. Esta meta, sin embargo, era contradicha con las labores terrenales que debían realizar también los jesuitas como construir iglesias, ser médicos y maestros en lo político. Como el barroco es contradicción, al englobar funciones espirituales y políticas, la Compañía de Jesús fue la máxima representación barroca del catolicismo.

Objetivo y metodología

La Compañía de Jesús, máxima representación barroca del catolicismo, llegó con la misión de extirpar la idolatría con la que el Príncipe de las Tinieblas mantenía a sus pobladores en la oscuridad de sus enseñanzas. Los jesuitas Gonzalo de Tapia y Martín Pérez fueron los primeros en llegar al noroeste. Sus obras, así como las de sus sucesores, fueron recogidas por Andrés Pérez de Ribas en su crónica Historia de los Triunfos de Nuestra Santa Fe (Madrid, 1648). En ella se aprecia la distinción entre las idolatrías que afectan a lo político o a las actividades cotidianas y aquéllas que atentan contra lo espiritual. Y es que la idolatría no se reducía a la adoración de ídolos como la Ilustración definiría después, sino, como dice Serge Gruzinski, a todo el «conjunto de creencias, prácticas, ademanes, palabras y objetos» por los que el hombre se relacionaba con la realidad, así fuera terrenal como sobrenatural.

Aunque durante el barroco se produjera en la teología un movimiento de interiorización en lo espiritual, dando lugar a la ruptura entre los dos mundos, la idolatría iba más allá del plano espiritual. En lo político, la idolatría se reflejaba en la desorganización social, en la embriaguez, en la poligamia y en el sacrificio. Por lo que la extirpación de idolatrías se desarrolló en estos dos planos. La finalidad de la extirpación era sacar a los naturales de esas creencias demoníacas e integrarlas en el catolicismo y en el orden occidental: enseñarles la jerarquía social, los valores occidentales y la creencia de una única deidad. No obstante, no tuvieron el éxito esperado porque al ir la idolatría más allá de lo divino, hubo áreas en las que los misioneros no llegaron a alcanzar a evangelizar.

Un caso concreto que sea ejemplar por afectar a los dos mundos fue el sacrificio. Cuenta Pérez de Ribas que dándose una gran epidemia por la cual murieron muchas personas, fueron sacrificados los niños neonatos con el fin de volver a establecer el orden alterado por algún acto sacrílego cometido. En otra ocasión, el mismo cronista narra que también sacrificaban a sus enemigos porque después, sus huesos eran ofrecidos a un ídolo con la esperanza de que en las próximas batallas les favorecería para volver a conseguir la victoria. Ambos casos eran encuadrados en el marco de la idolatría. El primero para reestablecer el orden de lo terrenal; el segundo para pedir un acontecimiento favorable a una deidad o, según los jesuitas, al demonio.

Beatriz HIDALGO SÁNCHEZ
Máster en estudios avanzados e investigación en historia.
España y el mundo iberoamericano.
SALAMANCA

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