Palabras y deseos de bien

Palabras y deseos de bien

Si preguntáramos a las personas si desean bien o mal a los demás, estoy segura de que la gran mayoría respondería que les desean el bien; a pesar de ello, aun sin querer, constantemente dañamos a quienes nos rodean e incluso a los que están más lejos o a quienes ni siquiera conocemos. ¿Cómo?

Una de las cosas que hiere a las personas es que hablemos mal de ellas. ¡Cuántas veces un comentario desafortunado puede dañar la fama del otro! O puede hacer que un proyecto, por bueno que sea, quede frustrado si antes de que sea realidad ya se habla mal de él. ¡Cómo enturbia la paz y la alegría hablar mal de las personas o de las iniciativas!

Generalmente, analizamos la realidad con el alcance de nuestra razón y, por lo tanto, el análisis que hacemos es limitado, como limitada es también la razón humana y el conocimiento que tenemos de las cosas. Tampoco podemos evaluar la trascendencia que un comentario puede tener o el impacto que puede provocar en la otra persona. Con cuánta temeridad y a veces ligereza hablamos…

Fotografía: Natàlia Plá

Cuando algo nos parece negativo, lo fácil es «mal-decir» de ello porque es lo que nos pide menor esfuerzo. En realidad, no nos pide ningún esfuerzo, puesto que, al condenarlo y rechazarlo, en cierto modo, nos «lavamos las manos». Le damos la espalda y, hablando mal de ello, pretendemos justificar nuestra actitud pasiva; lo menospreciamos intentando probar que no vale la pena dedicarle atención alguna.

En cambio, no hablar mal, de entrada, sí nos va a suponer un esfuerzo, ni que sea el de superar la tentación de hacerlo. En ocasiones, podríamos hablar mal de cosas que realmente lo merecen; abstenernos de ello, no solo supondrá entonces este esfuerzo mencionado anteriormente, sino que implicará adoptar una actitud determinada y consciente, una opción por crear unión más que desunión.

Podría parecer que no hablar mal de nadie signifique ser ingenuo, no captar o asumir la realidad. A mi modo de ver, se trata precisamente de todo lo contrario: será signo de gran madurez de la persona, de que reconoce la realidad, la acepta tal como es, y llega incluso a amar los propios límites y los de los demás. Además, denota, por otro lado, que no queda atrapado por esos «defectos» sino que es capaz de ver más allá, hasta percibir lo bueno y señalarlo.

Si optamos por asumir esta posición, deberemos, por lo tanto, estar siempre en actitud de alerta para no hablar nunca mal de nadie ni de nada, lo que nos supondrá un esfuerzo constante de analizar qué es aquello que queremos decir y porqué. Y es que, cuántas veces dejamos caer verdades casi como si de pedradas se trataran… ¿Qué pretendemos al señalar alguna cosa negativa? ¿Lo que realmente deseamos es tener una visión crítica para colaborar en mejorar la realidad, o simplemente queremos menospreciar a alguien?

Hay quien dice que cuando hablamos mal de alguien, de quien peor estamos hablando es de nosotros mismos. Y es cierto: hablar mal de los otros o de las cosas, en muchas ocasiones será un síntoma de otras carencias o podríamos decir «enfermedades» que padecemos, de la misma forma que la fiebre o el dolor son síntomas que nos avisan de una posible enfermedad.

¿De qué sentimientos o vivencias puede ser síntoma el que hablemos mal? ¿De qué adolecemos? ¿Cuáles son nuestras carencias?

Me he atrevido a buscar algunas causas que provocan que «mal-hablemos»; seguramente habrá más, incluso quizás algunas puedan parecer triviales. Pero ahí van:

  • – A mi parecer, una de las principales razones por las que hablamos mal es la frivolidad que nos hace no detenernos a pensar en las consecuencias de lo que decimos, no tomarnos con suficiente seriedad las cosas. En catalán hay un refrán que reza: «Si quieres mentir, di lo que oigas decir» (si vols mentir, digues el que sents a dir). Tantas veces hablamos con ligereza, hasta con temeridad de cosas que desconocemos…
  • – Pero, en no pocas ocasiones, el hecho de hablar mal puede ser un síntoma claro de que no nos aceptamos tal cual somos, con nuestros límites y con nuestras capacidades. Hablando mal del otro, aplacamos un cierto complejo de inferioridad que puede asaltarnos, una insatisfacción profunda respecto de nuestro ser. Minusvalorando al otro quedamos nosotros como ensalzados. ¿O será simplemente por la vanidad de querer ser más de lo que somos?
  • – En otras ocasiones será la reacción a una experiencia negativa en la que nos hemos sentido ofendidos o que nos provoca ira, enfado… y, en estos casos, a menudo generalizamos. El antídoto para no hablar mal será, pues, reconocer aquello que nos produce ira.
  • – Los resentimientos también nos llevan a mal hablar de otros grupos o pueblos, culpabilizando a los presentes por hechos acontecidos en el pasado y de los que ellos no son culpables. O porque necesitamos sentirnos aceptados por el grupo, y ya se sabe que tener un «enemigo» común, une.

Contemplemos los síntomas de nuestro ser: nos darán mucha información acerca de cómo somos y nos ayudarán a descubrir de qué adolecemos; quizás así podremos sanar estas carencias o «enfermedades» y llegar a estar verdaderamente contentos de ser quiénes somos tal y como somos para, desde ahí, poder aceptar a los demás.

Tengo un amigo al que le gusta buscar el origen de las palabras, y poco a poco ha hecho que yo también le vaya tomando el gusto. Estoy escribiendo este artículo y pienso en cuál será la palabra para denominar el hecho de hablar mal de alguien o de algo. Acudo una vez más al diccionario, ¿será maldecir? Lo define como: «Hablar con mordacidad en perjuicio de alguien, denigrándolo». Si cada vez que hablamos mal de alguien o de algo pensáramos que lo estamos maldiciendo, que le estamos causando un perjuicio, tal vez no lo haríamos tanto.

Si deseamos el bien de los demás, ¡hablemos todo lo bien posible de ellos!

Gemma MANAU
Instituto da Paz JTC
Oporto (Portugal)
Publicado en RE núm. 68

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