No hay cultura, filosofía, religión, etc. que no se plantee la cuestión del sufrimiento humano. ¿Por qué se da? ¿Qué sentido tiene? ¿Es compatible con la existencia de un dios? ¿Sería posible un vida humana sin sufrimiento? ¿Es compatible con la felicidad?
Partimos de la constatación vital de que, inherentemente a la condición humana, se da una experiencia de sufrimiento en nuestra vida. Eso no es sinónimo de lo que se ha denominado como «un valle de lágrimas». El realismo existencial proclama que el tipo de existencia del que disfrutamos, aun y limitado, es motivo de gozo porque es el único realmente posible. Es este o ninguno. De ahí que también busque cómo asumir esa parte de sufrimiento que, debido al límite del ser humano, se da de un modo u otro.
Por eso, lo importante con respecto al sufrimiento, no es tanto lograr definir su esencia —aunque también haya que intentarlo—, como articular nuestra respuesta ante él. ¿Qué hacer con el sufrimiento que nos afecta directamente? ¿Qué hacer con el sufrimiento que atañe a nuestros cercanos? ¿Qué hacer con el sufrimiento del mundo?
De entrada, lo apropiado parece ser no negarlo sino aceptar que se da: es el único modo de enfrentarse a él de forma efectiva. Cerrar los ojos a su evidencia no hará que desaparezca.
Lo segundo, distinguir entre las experiencias de sufrimiento que son evitables y las que no lo son. Y respecto a las primeras, lograr disminuirlas, paliarlas o, incluso, llegar a eliminarlas. Es absurdo sufrir inútilmente, innecesariamente.
Y lo tercero, intentar digerir, encajar, resituar, integrar, dar sentido al sufrimiento que inevitablemente llega a nuestras vidas. Sufrimiento físico, psíquico, moral, social… Es cierto que se trata de vivencias tremendamente duras en algunos casos. Pero, incluso en muchos de estos, cuando se es capaz de integrarlas en el conjunto de la vida, pueden llegar a constituir un hito no radicalmente negativo. Hacer un esfuerzo para leer lo que de bueno puede haber en cualquier experiencia de dolor es un modo de paliar el sufrimiento que comporta. No lo elimina, por supuesto; pero, de algún modo, lo dulcifica y lo ilumina. Probablemente no podemos evitar ser heridos por el sufrimiento. Pero quizá sí podemos evitar que produzca un desgarro irreparable. Una herida limpia, siempre es más fácil de cicatrizar.
Los poetas, siempre sensibles a intentar poner palabras allá donde es difícil encontrar sentido, se han ocupado siempre de este tema. Intentando bucear en aquello que nos reoriente en la experiencia del sufrimiento, recordamos las palabras de John Keats:
Cuando la vejez consuma esta generación,
tú permanecerás, en medio de la aflicción
que no es la nuestra, amiga del hombre, para decir:
—La belleza es la verdad,— esto es todo
lo que sabes de la tierra, todo lo que necesitas saber.
Y es que, de algún modo misterioso, la belleza es la más poderosa fuerza que puede arropar ese dolor presente en la vida, resignificándolo.
Marzo de 2018