La fidelidad es una carrera de fondo. No quema las energías de una vez, sino que avanza consciente de que las ha de saber dosificar con prudencia.
Por eso la fidelidad mira lejos adelante y atrás: tiene una visión panorámica que le permite leer el presente con lucidez y templanza.
Sus gestos no pueden interpretarse por separado, porque no darían razón de la verdadera historia. En ocasiones se traduce en firmeza, y otras en flexibilidad; unas veces es proximidad y en otras lejanía deliberada. Es una artista de la adaptación en bien de permitir la continuidad.
La fidelidad quiere ser justa con los compañeros de vida. Cuando las cosas se complican, no tira la toalla, da tiempo, regala márgenes, vive y lucha por salvar la relación. Y si no lo logra, se mantiene firme en el amor desnudo, incluso cuando ya no existen posibilidades de revivir lo que un día fue recíproco.
La fidelidad es una mano generosa que acoge y no retiene. Un abrazo que entiende y no juzga. Un beso que hace tábula rasa. Una mirada que siempre expresa bienvenida.
No existen fidelidades de dos días. La fidelidad es joven, adulta o anciana, pero jamás es un cachorro. Se labra en el día a día, en tiempo de calma y en el de tempestad, cuando hay fruto y cuando es yermo.
La fidelidad es activa, aunque la suya sea, a menudo, apenas una acción de permanencia. Porque a veces es preciso no hacer nada, sólo seguir siendo, seguir estando, esperar con esperanza y, sobre todo, seguir amando…
Se teje con hilos de certeza y de fe que perfilan una historia de amor que habrá que escribir entre todos.
No hay fidelidades sin claridades y casi nunca las hay sin oscuridades.
La fidelidad es un sí esforzadamente confiado, templado a base de discernimiento y fortaleza. La confianza demanda determinación, generosidad, amplitud de miras, márgenes generosos…
Aunque, a veces, la fidelidad es un regalo: nos la encontramos enraizada en el corazón, inamovible, sin que hayamos hecho nada para que sea así, y sin que sea preciso ni siquiera velarla, porque —misteriosamente— no vacila.
Y aun cuando sí vacila, no se asusta —por lo menos sabe que no tiene que asustarse—. Aprende a reconocer las sacudidas que sirven para sacar el polvo y las inercias sin sentido. Los cuestionamientos no le estorban si son para reafirmarla en el convencimiento de lo que merece la pena.
La fidelidad se nutre de la creatividad, prenda de que nunca ha dejado de ser libre. No puede forzarse, la fidelidad; podrá obligarse a la obediencia, pero ésta no conlleva necesariamente que el corazón se implique. Una fidelidad estancada está muerta porque su dinámica es la del amor, y éste no deja nunca de crecer.
La fidelidad encuentra su sentido en posibilitar que la vida siga desplegándose en toda su inconmensurable belleza.
Natàlia PLÁ
Barcelona