Significados más allá del Significado

Significados más allá del Significado

La distancia que separa las palabras de la realidad ha sido una de las grandes preocupaciones de la historia de la humanidad. Las grandes tradiciones culturales contemplativas —las grandes religiones—, así como la literatura griega se adelantaron a la lingüística o la misma psicología alertándonos de dicha distancia. Solo hay que revisar algunos de los textos de la tradición profética judía para descubrir que la injusticia, la explotación del débil, la corrupción de los hábitos cotidianos de convivencia viene siempre dada por el enmascaramiento de la palabra, del discurso. Por regla general, la actuación incorrecta y la corrupción vienen vestidas con un discurso de gran calidad lingüística. ¿Podemos confiar en las palabras? ¿Cuál es su valor? En general, la respuesta que se da a esto es negativa. A las palabras hay que oponer la experiencia real, la vida. ¿Cuál es la forma adecuada para leer la vida?, se preguntarán a su vez. Conocedores del alma humana, los grandes maestros espirituales se avanzaron a lo que posteriormente la lingüística o la psicología profunda descubrirían: «no hago el bien que quiero sino el mal que no deseo» dirá San Pablo. Esto es lo que el psicoanálisis nos dice hoy también: la acción discursiva y racional están determinadas de forma determinante por fuerzas emocionales no siempre transparentes, claras y reconocibles.

El lingüista Roman Jakobson diseccionó el proceso comunicativo afirmando que las palabras no siempre quieren decir lo mismo, sino que dependen de la función que desarrollen en el marco del proceso comunicativo. Una misma expresión puede tener significados completamente diferentes. Lo importante es poder descifrar el papel que juega en un marco más amplio que el de su locución. Este análisis nos hace descubrir que a menudo, lo que decimos es lo menos importante. Las palabras van más allá de su significado manifiesto y vehiculan otros, ocultos, pero unidos con fuerza en la interioridad humana.

El esquema comunicativo del que parte Jakobson[1] es el de considerar que el emisor envía un mensaje al receptor destinatario. Para que el mensaje sea comprensible requiere un contexto de referencia compartido (un «referente»); un código del todo, o en parte al menos, común a los dos; y, finalmente, un contacto, un canal físico y una conexión psicológica entre el emisor y el destinatario, que permita a uno o al otro establecer y mantener la comunicación. Jakobson nos dirá que cuando nos fijemos en el emisor tendremos una función del lenguaje (la expresiva o emotiva) y cuando nos fijemos en el destinatario, otra (la función conativa). Estas dos funciones, junto con la función que se fija en que el contacto entre emisor y receptor no se rompan (función fática) son hoy las funciones fundamentales de la comunicación mediada a través de los medios de comunicación.

Por una parte, nos encontramos con la importancia central de las estrellas, los presentadores, los famosos… No es tan importante qué se dice como quién lo dice. Esta es la razón del apogeo de figuras mediáticas, convertidos en vendedores: vendedores de productos, de formas de pensar, de estructuras de sentido común, de formas correctas de sentir (función emotiva o expresiva). Por otra parte, nos encontramos con mensajes imperativos, destinados al receptor: mira esta cadena, piensa en clave de género, emociónate con Fulanito o con tal o cual idea… cómpranos (función conativa).

Fotografía: Pixabay

De todas ellas, la función más importante de las palabras es hoy la de evitar cualquier tipo de duelo, cualquier tipo de rompimiento, la de hacernos sentir que nunca estamos solos, que siempre estamos ligados a algo o a alguien. Es la de evitar la ruptura original del ser —el cordón umbilical— para evitar así el dolor de la soledad y la necesidad del pensamiento para situarnos en el mundo. «¡Eh! No nos dejes, regresamos en seguida, ¡después de la publicidad!» Este «¡no nos dejes!» es hoy fundamental para entender uno de los papeles más importantes de todo el discurso mediatizado. El lenguaje orientado a evitar romper el contacto, para establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, para cerciorarse que el canal de comunicación funciona. Qué más da qué me digas, qué importa el contenido del mensaje: lo importante es que tú estés aquí y no me dejes. Llevado al extremo, este es el caso de testimonios que hablaban en un magazine: «Prefiero que me pegues, al menos sé que estás aquí…» La complejidad de la mente humana requiere modelos de análisis del lenguaje que permitan captar tal complejidad.

La soledad inicial, existencial, vital, es una constante a rehuir a lo largo de la historia de la condición humana. Rehuir sus interrogantes más propios, más radicales es una búsqueda permanente. El lenguaje de los media, aunque no solo de los media, es un medio para esta huida. Huida del silencio y la soledad que nos configura como yo sin necesidad de alguien que nos da la entidad al reconocernos como un . El lenguaje, pues, pone en juego algo más que la simple demanda de transmisión de contenidos de carácter lógico y racional. Pone de manifiesto el esfuerzo para constituirse en la raíz como persona humana.

Francesc GRANÉ
Profesor de Comunicación FCCB. Universitat Ramon LLull
Barcelona (España)
Publicado en RE 66

[1] JAKOBSON, R.  Ensayo de lingüística general, Madrid, Seix Barral, 1975.

 

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