La genómica social

La genómica social

Una manera de pronosticar el comportamiento de los individuos

Fotografía: Louis Reed

Este año se cumplen 15 años desde la finalización del Proyecto Genoma Humano, cuyo objetivo ha sido descifrar el código de nuestro ADN. Este hecho ha permitido avanzar mucho en el conocimiento de las enfermedades hereditarias, en la farmacogenómica que es uno de los pilares de lo que se conoce como medicina personalizada, en la mejora de las semillas para hacerlas más resistentes a las plagas y cómo no, ha servido también para profundizar en el origen de la especie humana.

Pero a veces, el avance de la ciencia genera controversias en cuanto que puede romper el equilibro de lo que consideramos ética o moralmente aceptable. En este sentido, cabe destacar los últimos avances del investigador He Jiankui, quien afirma haber creado los primeros bebés del mundo con genes editados. El objetivo del proyecto de este investigador chino de la Universidad de Ciencia y Tecnología del Sur (SUST) en Shenzhen (China) es crear bebés resistentes al VIH, la viruela y el cólera.

Si esta referencia científica puede ser objeto de un amplio debate, no lo son menos los avances que se están produciendo en el campo de la genómica social o sociogenómica. Si la genética se centra en las características o rasgos que se transmiten de padres a hijos de forma intergeneracional, la genómica es mucho más interdisciplinar, ya que se dedica al estudio de la información hereditaria de uno o múltiples organismos de forma integral y simultánea, es decir, a gran escala.

Actualmente es una de las áreas más vanguardistas de la biología. La genómica usa conocimientos derivados de distintas ciencias como son: biología molecular, bioquímica, informática, estadística, matemáticas, la física y la bioinformática.

La genómica social busca correlaciones, mediante la creación de algoritmos, entre los genes y determinados rasgos del comportamiento de un grupo de individuos. ¿Nos gustaría predecir las agresiones, las neurosis, la aversión al riesgo, el autoritarismo o los logros académicos?, esto es precisamente lo que promete la genómica social.

Se trata de un matrimonio entre las ciencias sociales y las naturales, en el que se podría diseñar un mundo en el que entregaríamos tarjetas sanitarias a los individuos cuando nacieran, basadas en el mapa genético del individuo, donde se estableciera una predicción sobre el riesgo a contraer diversas enfermedades y la tendencia a mostrar diferentes comportamientos. Podríamos predecir la influencia de los genes en el éxito educativo, o la predisposición del individuo al gasto o al ahorro; información nada desdeñable si estuviera en poder de las entidades financieras.

Sin un buen sistema que regulara todo esto, los resultados obtenidos por la genómica social podrían utilizarse para analizar las solicitudes de ingreso en las escuelas y empleos, para calcular el coste de distintos tipos de seguros, el tipo de interés a aplicar a un préstamo, el coste de la seguridad social a pagar por un individuo, etc…

Un mundo regido por estos principios podría resultar tan emocionante como aterrador (o ambas cosas a la vez). Aunque los profesionales que trabajan en esta disciplina están centrados en sus aspectos positivos, la realidad puede ser muy diferente, ya que sus resultados podrían servir para aumentar el control sobre la vida y el comportamiento de los individuos, seleccionar a las personas como buenas o malas, útiles o inútiles y eficientes o costosas. En definitiva, podríamos caer en la creencia de que existe un auténtico determinismo que empañara el valor de la libertad y la esperanza en la posibilidad de cambio de los individuos.

Aunque los algoritmos que permiten establecer las correlaciones entre la herencia genética y el comportamiento de los individuos puedan llegar a ser muy útiles, también es verdad que muchas veces los resultados no implican una relación de causa efecto. Un ejemplo es la sorpresa que se llevó el psicólogo francés Simon Binet que inventó la manera de medir el coeficiente intelectual cuando se dio cuenta de que, en base a dicho test de inteligencia, se habían llegado a esterilizar personas con un coeficiente reducido para evitar que nadie pudiera heredar su debilidad intelectual.

Este ejemplo nos ha de servir para evitar endiosar a las ciencias como generadoras de respuestas automáticas. Los algoritmos que calculan las correlaciones dentro de un inmenso banco de datos han estado construidos por humanos; y como tales están sesgados por sus ideas, género, raza, ideología, etc. No podemos limitar la libertad y el espíritu de superación de un individuo por el hecho de sentirse predeterminado a actuar de una manera concreta. Es más, el hecho de tener un mapa de ruta de cómo va a ser nuestra vida es ya un factor determinante, desde el punto de vista psicológico, que nos puede conducir a actuar y comportarnos de acuerdo con lo escrito en ese mapa.

A todos nos gustaría conocer nuestro futuro y en especial, saber qué debemos hacer para evitar algunas actuaciones que puedan poner en peligro nuestra vida o bienestar. Sin embargo, nunca podemos utilizar herramientas que sirvan para segregar a los individuos por tipologías, y mucho menos negar la posibilidad de luchar por progresar y cambiar nuestras propias vidas, aunque de forma hereditaria existan elementos que nos hagan más proclives a desarrollar unas u otras formas de comportamiento. Todos tenemos derecho a lidiar con el predeterminismo y demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de cambiar aquello que nos hace ser menos personas.

David MARTÍNEZ GARCÍA
Economista
Barcelona (España)
Diciembre de 2018

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