Anécdota de libertad

Anécdota de libertad

Si quieres la paz, respeta la creatividad

Recuerdo con viveza, y de ello hace ya más de treinta años, la respuesta que dio la directora de una residencia universitaria a las estudiantes. Una mañana, durante el desayuno, ella había echado en falta a una de ellas y preguntó a las compañeras de piso: “¿no va a clase, hoy, fulanita? ¿Está enferma quizá?”. “No está enferma, no; nos dijo que no quería ir hoy a las clases” –le contestaron, con un cierto temor de que la directora se enojara. Pero ésta respondió con tranquilidad: “Ah, está bien”. Y añadió luego: “si la gente acepta que una alumna no asista a las clases por estar enferma, también ha de aceptar que no vaya a ellas porque no lo desea. La libertad de una persona es muy importante. Una decisión libre y responsable es tan motivo para no asistir a clases como sí padeciera una gripe. Claro está que, en este caso, ella es la responsable de las consecuencias de su decisión que, obviamente, serán diferentes que si hubiera sido a causa de enfermedad”.

Nos quedamos pensando. Años más tarde pienso que, ciertamente, el mundo iría mucho mejor si unos a otros nos valorásemos y respetásemos más la libertad. Cuando hacemos aquello que tenemos como obligación, todo el mundo queda como más tranquilo; lo mismo si hacemos algo porque “es coherente”, “es lo lógico”, incluso si es la costumbre o es lo que hacen todos o la mayoría. En cambio, cuando uno realiza una acción porque él lo decide, bajo la sola y propia responsabilidad, hay un leve estremecimiento de temblor entre quienes le rodean. Generalmente, tenemos un cierto miedo a lo nuevo, diferente, desconocido, el cual aflora también ante la iniciativa y la creatividad de los otros; y quizás ante la propia. Si algo ocurre “porque tenía que ocurrir”, “era lo normal” o “no podía hacerse otra cosa”, sus posibles consecuencias malas se soportan con estoicismo. Si, por el contrario algunas malas consecuencias lo son de una decisión libérrima, fruto de la creatividad, nos cuesta mucho más esfuerzo el sobrellevarlas.

“Si quieres la paz, respeta la libertad de los otros”, fue el eslogan de una jornada por la paz. De hecho, la libertad en la mayoría de nosotros está esclava. Parecería que de la esencia de la libertad es estar libre y que no podría no estarlo. ¿Puede estar esclava la propia libertad? Sí, esclava del imperio de la razón que le dicta constantemente qué puede hacer y qué no puede hacer, sin dejarle tregua. Y también del sutil imperio de los torvos deseos, los miedos, el ansia de poder y otros movimientos del querer que, con justificaciones que le suministra la razón, ahoga la propia libertad. Ésta, de suyo, es decir, cuando está liberada, tiende a la belleza que, con gran facilidad, está abierta a ser verdadera y buena. ¡Y cuántas veces actuamos de modo no bello!: las guerras, la corrupción, las inútiles martirizaciones en la convivencia, la insolidaridad, la opresión, la falta de veracidad (¡oh, los tremendos problemas judiciales que estremecen hoy día a tantos países!) … Si quieres la paz, respeta la creatividad, pues ahogarla, reprimirla es también una forma de matar, de rechazar la vida.

Mari Carmen SÁNCHEZ
Licenciada en Derecho Canónico
Publicado en RE 41

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