Nuestra época, marcada por el avance tecnológico y el acceso digital, no parece favorecer la interioridad y el sosiego del ánimo. Si queremos conseguirlos, tendremos que caminar contra corriente, al menos en algunos aspectos, de manera decidida.
Hay dos factores que debemos aprender a gestionar. Por un lado, la urbanización acelerada nos aparta de la naturaleza y de su contemplación. Elementos que nos ponen de manera más inmediata en un estado de serenidad y grata sorpresa y nos recuerdan que somos parte de este entorno terrestre. Pero en nuestro tiempo, para millones de personas la naturaleza está sólo en sus pantallas de ordenador o en bellos documentales televisivos. Por otra parte, el bombardeo mediático al que estamos sometidos a toda hora y en todas partes. En un minuto se realizan 3 millones de búsquedas en Google, se envían 38 millones de mensajes por WhatsApp, se ven 4.5 millones de vídeos en YouTube, se consumen 266 mil horas de visión en Netflix… Si vamos por la calle, difícilmente podremos concentrarnos, reclamada nuestra atención cada vez más a pantallas publicitarias de gran tamaño. Todo, antes que dejarnos pensar tranquila y sosegadamente. ¿Nos sorprende que cada vez más existan niños con síndrome de déficit de atención? ¿Es extraño que la dispersión mental provoque en millones de personas tristeza, desconcierto y sensación de falta de sentido?
El mito de la multitarea
Nos parece que podemos gestionar toda esta información además del trabajo habitual. Y nos lanzamos a lo que llamamos multitarea. Quizás ésta se da en las acciones rutinarias y motoras, que «funcionan solas», mientras permiten centrar la atención en tareas mentales complejas. Pero no es esto a lo que suelen referirse los que defienden la multitarea en el pensamiento, sino a la verdadera posibilidad de desarrollar, simultáneamente, tareas intelectuales complejas en varios campos a la vez. Sin embargo, lo que hacemos es pasar de la una a la otra rápidamente. Cuando realizamos dos o más tareas de cierta complejidad en realidad no estamos trabajando simultáneamente, sino que saltamos de una a la otra velozmente.
Estamos pagando un alto coste de transición entre una tarea y otra. ¿A qué llamamos «coste de transición»?
1) Al tiempo que tardamos en recuperar mentalmente el hilo de lo que se está diciendo, para darle sentido intentando conectarlo con lo que recordamos de las últimas veces que estábamos haciendo esta tarea.
2) A la pérdida de información que se nos escapó mientras hacíamos la otra tarea. En el mejor de los casos podremos pedir que nos hagan un resumen limitado, con la consiguiente pérdida de tiempo para el grupo y el margen de error por no tener los detalles. Pero podemos perdernos una información destacada que en las tareas intelectuales puede ser relevante.
3) Al desgaste energético por el esfuerzo de mantener fija la atención de manera alterna con la misma intensidad.
Muchas personas ejercen su trabajo o estudios intentando distribuir su atención entre redes sociales, medios de comunicación y conversación presencial. Agotador.
La salida
No en vano está volviendo la búsqueda del silencio para poder reencontrar el equilibrio interior, empaquetada en formatos orientales (yoga, meditación zen, etc.), anglosajón (mindfulness) o religioso (retiro, ejercicios espirituales). Todos necesitamos bajar revoluciones en nuestro cerebro, reducir el número de estímulos, reencontrar la paz mental para poder dirigir nuestra vida con mayor conciencia y libertad, vivir más plenamente y gestionar los desafíos cotidianos.
Centrar la atención de manera sostenida se ha convertido en una competencia muy valorada en los entornos empresariales. ¡Y un deseo inalcanzable para muchos niños y adultos! Empezamos a rectificar el rumbo concediéndonos el descanso del silencio y la serenidad. Nuestro bienestar será notablemente mayor y, paradójicamente, seremos más libres.
Leticia SOBERÓN MAINERO
Cofundadora Innovation Center for Collaborative Intelligence
Publicado originalmente en Revista Re Catalán núm. 97 «Interioritat»