Descalcez

Descalcez

Un testimonio

“Me encanta este tema —nos escribe Maye Rodelo desde Hermosillo, México—, me identifico mucho y me hace reflexionar sobre lo que está detrás de andar descalzo.

Es curioso, cosas que siempre han sido costumbre sin un por qué, adquieren mayor sentido. Además de andar descalza, al ser posible, mis hijos crecieron con la misma costumbre, ya fuera verano o invierno. En el invierno del norte de México, más de una vez algún vecino se admiraba ¡estos niños andando descalzos!, pero no se enfermaban de gripa común; yo solo respondía que estaban acostumbrados (el único requisito que les ponía en el frío era que no se mojaran).

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Cómo olvidar a mi hija más pequeña, cuando tenía 2 o 3 años, era feliz descalza y, con su cabello largo y suelto, se iba al jardín y se brincaba el cerco de alambre como si fuera un mono, con aquella destreza que se apoyaba metiendo sus dedos de los pies por los pequeños agujeros de la reja y así se escapaba corriendo a jugar a casa de la vecina. Daba gusto ver como gozaba sintiéndose libre; así también mis otros tres hijos, siempre disfrutando del andar descalzos. A veces, algún vecino, me llamaba la atención por permitirles andar con sus pies desnudos pues tenían “pies de pato” (sin arco); sin embargo, poco a poco se les formaba el arco del pie. Yo no les podía pedir hacer lo que para mí era tan natural y delicioso: andar descalza. (¡Bastante era con aprisionar sus pies a la hora de ir al colegio!, pero al llegar era y sigue siendo automático el que cada uno se quitara inmediatamente los zapatos y anduviesen descalzos por la casa).

Ella misma recuerda diversas estancias de Alfredo Rubio en Hermosillo, fue una alegría muy grande ver que a él le agradaba, también, andar descalzo. “Todo un sacerdote, doctor en medicina y de edad madura con respecto a la mía, era como encontrarme con un perito en la materia dándole valor a esa costumbre también nuestra de andar descalzos. Así que no dudé con mayor gusto de seguirlo fomentando y comprender su trasfondo”.

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Liberar los pies

En agosto de 1980 el Dr. Rubio escribía en un artículo de prensa que “los japoneses y los árabes que se descalzan en sus templos y en sus casas,  tienen por ello un conocimiento y una sensibilidad de la realidad del mundo, de las cosas, de las personas y de la autoestima; son muy ricos en ciertos aspectos, los cuales pasan y se transfunden a su cultura y modo de vivir, incluso sin darse cuenta. Esta experiencia es muy ejemplar para nosotros que, además, buena falta nos hace que nos enriqueciéramos también con ello.

Cierto que este “mundo occidental” va descalzo en las playas, piscinas. Está bien. Ya es algo. Pero, es un “descalzamiento” en cierta forma muy obligado. No es un descalzarse “civilizado”, teniendo en cuenta que la artesanía, la cultura, etc. son esencial y naturalmente humanos. Por ello, hay que llevar esta descalcez, del baño y aledaños, a la vida: al jardín, a la casa,… ¿Cómo lo vivirían antaño estas órdenes contemplativas que tomaron su nombre de “descalzos”, especialmente en el lugar de oración y en sus aposentos?

Podemos encontrar artículos e informes sobre los beneficios físicos de caminar descalzos por la arena o sobre la hierba, para mejorar la circulación de las piernas, desbloquear emociones, reducir el estrés y también de cómo al hacerlo puede ser origen de contraer enfermedades por gérmenes, etc.

Pero en este caso, se trata de añadir algunos matices sobre la relación que se establece entre el ser humano y la tierra, relación que puede modificar comportamientos. El que va calzado “pisa” la tierra, el que va descalzo, como que vuela, “va sobre” la tierra; no la “pisotea” sino que “va por encima”. Va respetando la naturaleza.

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También, al ir sin calzado se puede percibir la posible “agresión” del suelo y también su frío o su calor. Con lo cual uno “cobra conciencia” de esta, digamos, a veces, “arisquedad” de la tierra, del universo y, por ende, de las gentes y del trato con los humanos. Se asegura entonces, “pisar con cuidado”, ver donde “se ponen los pies”, etc.

Al ir siempre calzado, sin apercibirse, uno adquiere una seguridad que implica una prepotencia, un insulto incluso, a estas realidades del suelo. Cierto que el viento, las ramas, incluso, pueden ser también, “agresiones” de la naturaleza al hombre; “pero separado de este suelo”, esos ataques a la cara, a los brazos —máxime si va vestido— se sienten como embestidas también separadas de este mundo, algo —y símbolos de algo— más trascendental y ultraterreno que de la misma creación. En el fondo es pura soberbia.

Así, el caminar descalzo —aunque nos calcemos cuando convenga— nos da un realismo y, por ende, una humildad, lo cual nos da también una prudencia y una eficacia, y un saber tratar con delicadeza, además, a las cosas y a las personas.

Josep Lluís SOCÍAS BRUGUERA
Redactor de la Revista RE
Agosto de 2022

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