Un mundo injustamente desigual

Un mundo injustamente desigual

La cuestión es: ¿qué desequilibrio es éticamente aceptable si queremos vivir en países democráticos?
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Vivimos tiempos convulsos y complicados. Salimos de una pandemia y entramos en un nuevo conflicto bélico que ha terminado de poner el mundo patas arriba. Escuchamos vaticinios para los próximos años y todos son desanimadores: crisis, falta de recursos, inflación, desempleo, más gasto en armamento y, por supuesto, una mayor desigualdad a todos los niveles sociales. Nada que no hubiéramos vivido en otras crisis, pero esta vez todo se envenena porque la guerra de Ucrania ha hecho hincapié en nuestro estado del bienestar y los modelos democráticos.

El informe de 2014 que presentó Oxfam titulado Gobernar para las élites, ya anunciaba la crisis económica que estamos sufriendo y su influencia en nuestras democracias. La enorme y creciente concentración de ingresos y de riqueza que experimentan muchos países supone una amenaza mundial para las sociedades estables, porque una distribución desequilibrada de la riqueza desvirtúa las instituciones y debilita el contrato social entre las instituciones y el Estado. Si bien entendemos que una sociedad donde todos tengan lo mismo es imposible de alcanzar, es importante que la desigualdad no llegue a ser inadmisible. Hay que buscar mecanismos para ver: ¿Cómo podemos reducir las grandes brechas que separan a los que tienen en exceso de aquellos que no tienen casi nada?

La democracia es imposible en una sociedad profundamente desigual, hay que reducir estas desigualdades (así lo reconoce Bill Gates, que pertenece al 1% de la población más rica del planeta). La iniquidad es incompatible con la democracia. Es cierto que siempre habrá desigualdades, y que la democracia es mantener el equilibrio en un mundo desequilibrado. Pero la cuestión es: ¿qué desequilibrio es éticamente aceptable si queremos vivir en países democráticos?

A pesar de que las desigualdades tienen un origen económico, son sociales, y provocan que haya mucha gente excluida. La desigualdad social es una situación socioeconómica que se presenta cuando una comunidad, grupo social o colectivo recibe un trato desfavorable respecto del resto de miembros del entorno al que pertenecen. No se manifiesta sólo en aspectos, como el poder adquisitivo, que es sin duda la principal causa de la exclusión y de la falta de oportunidades en muchos lugares del mundo, hay otros elementos que pueden provocar la desigualdad social, como son la cultura, la etnia, la raza, la religión, el origen y la nacionalidad, las costumbres y la ideología. Casi en todos los casos, la desigualdad social conlleva, además de una situación de marginación y aislamiento, el señalamiento de estos grupos sociales que han sido afectados directamente por esta circunstancia.

Fortalecer la democracia requiere equilibrar el valor ‘individuo’
con el valor ‘colectivo’, los derechos y los deberes.
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Muchos autores se preguntan cómo podemos rehacer la democracia en una sociedad donde van aumentando las desigualdades pero que todavía mantiene un buen nivel de bienestar social. Esto no lo podemos trasladar a sociedades donde este bienestar no existe. El problema de unos es consolidar la democracia, los de los otros es edificarla.

Hay que revisar los valores de la democracia para poder fortalecerla, y eso pide equilibrar el valor ‘individuo’ con el valor ‘colectivo’, los derechos y los deberes. Hay que buscar un equilibrio entre el bien privado y el bien común. El problema de la desigualdad viene de exagerar los derechos del individuo, o de los colectivos, como si ambos a la vez no fueran posibles. Según algunas bases económicas, si cada uno busca su interés, encontraremos un interés mejor para el conjunto. La pregunta que se desprende es: ¿Lo que consideramos mejor para nosotros lo es también para el conjunto de la sociedad? Cuando votamos, ¿lo hacemos pensando en el bien del conjunto o en nuestro interés privado?

Libertad quiere decir derechos, igualdad quiere decir equidad y fraternidad quiere decir solidaridad. Y no podemos hacer, como hemos hecho hasta ahora, priorizar uno obviando o despreciando a los demás. La democracia pide un equilibrio en todos estos valores y entre derechos y deberes. Tenemos derechos humanos, para alcanzar un mundo más justo y humano. La desigualdad desmesurada no es ningún derecho, pero ¿es un deber para revertir lo que nos impide alcanzar un mundo más equitativos y fraternal?

Jordi CUSSÓ PORREDÓN
Director de la Universitas Albertiana
Octubre de 2023

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