El mejor regalo para el bebé

El mejor regalo para el bebé

Estamos en período navideño. Todo el mundo busca regalos para la familia. Los encuentros festivos merecen dedicación.

Y a los bebés, ¿qué les damos? ¿Ropita, juguetes, dulces?

Quizá. Pero el mejor regalo, el de más largo alcance, es ofrecerles a los pequeños las condiciones para que experimenten la confianza básica de que están en un entorno seguro y ellos son dignos de amor.

¿En qué consiste esa «confianza básica» que les ayudará a lo largo de sus vidas?

Todos conocemos personas con seguridad en sí mismas, que confían en sus propias capacidades, se arriesgan a explorar experiencias e iniciativas nuevas; se sienten confortables en el entorno social, establecen vínculos con quienes les rodean y están convencidos de que superarán las adversidades.

En el otro extremo estarían aquellos que viven su vida en un tono de inseguridad y desconfianza general, temen a ser engañados, generan tendencia al aislamiento y en ocasiones dificultad para emprender cambios y superar obstáculos.

Entre estos dos extremos podemos situarnos la mayoría de las personas.

Estas actitudes de confianza/desconfianza se desarrollan a base de las experiencias previas, que condicionan el modo como desplegamos nuestra vida. Y las experiencias más originarias se sitúan en la primerísima infancia.

En la jerga psicológica -siguiendo la escuela de Erik Erikson- se habla de la “confianza básica” como origen de esas actitudes. Esa confianza o seguridad básica se genera entre los 0 y los 3 años; se empieza a desarrollar desde el momento mismo del nacimiento en que la supervivencia del bebé depende por completo de los cuidados que reciba de quienes lo rodean.

El mejor regalo es la confianza
Lo mejor es dar amor incondicional y límites                                 Imagen de Pexels 

Del parto en adelante, las relaciones del neonato con su entorno dejan de ser sólo biológicas (como sucedía en el vientre materno), y empiezan a ser, además, simbólicas (gestos, tono de voz, lenguaje). El recién nacido se encuentra en situaciones que pueden ir desde la aceptación y la acogida, o la relativa indiferencia, hasta el rechazo, con todos los matices intermedios.

Esa acogida o el rechazo de los adultos hacia el niño se manifiestan en la calidad de la relación que establece con ellos, y en los cuidados que le otorgan. Éstos pueden ser satisfactorios (limpieza, alimentación, cuidados, estímulos, cariño) y ofrecidos de manera rítmica y sostenida, o insatisfactorios en el sentido de escasos, arrítmicos o aleatorios, imprevisibles e incluso hostiles.

La acogida al bebé genera un vínculo fuerte con quien lo cuida. La aceptación incondicional de esa nueva persona fundamenta la experiencia -por supuesto previa al pensamiento y las palabras- de seguridad y confianza. Entonces el bebé percibe el entorno como un lugar amable en el que se puede vivir, y él o ella como alguien digno de ser amado.

El rechazo, por el contrario, genera la aparición de vivencias de precariedad e inseguridad. El entorno se vive como hostil y peligroso, y él o ella como indigno de recibir amor.

Amor incondicional y límites

A lo largo de los primeros tres años, estas experiencias se van consolidando, desde los modos más elementales a unos más elaborados, configurando la experiencia individual de seguridad ante el mundo y confianza ante la vida.

Por supuesto que este proceso está modulado, además, por el temperamento innato del niño: activo/pasivo, explorador/desinteresado, alegre/melancólico. Y en las progresivas interacciones con el ambiente, desde su estilo propio, irá construyendo su personalidad.

Para gestionar estas vivencias, el pequeño desarrolla mecanismos de defensa e integración cada vez más conscientes, y se van asociando progresivamente algunas palabras que describen lo que siente.[i]

A este proceso fundamental siguen otros desafíos (autonomía vs. vergüenza y duda, industriosidad vs. pasividad…) que irán configurando a la persona como alguien más o menos capaz de gestionar la vida, crear vínculos con quienes le rodean y lograr unos objetivos.

Todas estas consideraciones hacen ver lo vital -y en cierto modo, no tan difícil- que es hacerle a los recién nacidos este regalo de largo alcance: las condiciones de atención, de cuidados y de acogida para que crezcan con una vivencia de confianza básica.

Estas condiciones no implican que el adulto que cuida al pequeño deba estar atado a él, ni que satisfaga instantáneamente todas sus necesidades; la acogida sincera y la aceptación incondicional pueden convivir con momentos de ausencia o de postergación de la atención, y también progresivamente con el establecimiento de límites. Cuando el pequeño empieza a moverse y deambular, tendrá que saber hasta dónde y en qué condiciones hacerlo, dónde están los límites que le aportan seguridad y una vivencia de estar protegido.

Los límites deben ponerse sin ira y sin complejos de culpa, pues siempre encontrarán resistencia. Pero está visto que los pequeños que han vivido sin haber sido confrontados con límites desarrollan actitudes tiránicas e incapacidad para posponer la satisfacción de sus deseos.

Lo importante es que la tónica general sea de afecto, regularidad y estabilidad en los ritmos de alimentación, limpieza, juego, sueño. Y los mensajes verbales, el tono de voz, las interacciones entre los adultos alrededor del niño, cuanto más serenidad y armonía transmitan, mejor.

El mundo ideal no existe, y siempre habrá roces, diferencias, situaciones incómodas que el bebé de algún modo percibirá. Pero como digo, si la tónica general es de acogida y de serenidad, le estaremos dando a esa nueva persona el regalo más importante y fundamental: las condiciones para que viva con seguridad y confianza básica.

Éste es el primer cimiento de una vida vivida con experiencia de plenitud.

[i] Cfr. E. Baca: Breviario del animal humano. Triacastela, 2019. ISBN 978-84-17252-08-3

Leticia SOBERÓN  MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
Madrid, diciembre 2023

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