Fundamentos para la convivencia

Fundamentos para la convivencia

Entendemos por valores aquellos principios que, si son individuales y personales, rigen la vida de una persona y, si son colectivos, definen, identifican y cohesionan una sociedad. No obstante, cuando hablamos de valores, hacemos referencia a un concepto polisémico; es decir, pueden referirse a conceptos sinónimos e, incluso, antitéticos, variando, al mismo tiempo, en intensidad, amplitud y preferencia. La escala de valores de una persona o comunidad implica priorización teórica, que se hace práctica con la implicación.

Fundamentalmente, los ‘guardianes’ de los valores han sido: religiones, políticos, filósofos, pedagogos y militares. Actualmente, religiones y militares ceden protagonismo a influencers, ‘famosos’ y medios de comunicación.

«A modo de resumen: vivimos con iguales
(las redes sociales lo confirmen), muchos de ellos,
desconocidos, que desearíamos conocer pero
no sabemos cómo (aislamiento estructural).»
Fotografía: Gerd Altmann en pixabay

La socialización adolescente, que se vertebraba en la familia, ahora lo hace entre y mediante, las ‘redes sociales’. El mundo físico convive con el virtual. La tentación de compensar las frustraciones reales en el mundo virtual es muy fuerte. La convivencia entre los jóvenes es fundamentalmente entre ellos y los avatares tecnológicos. El código comunicacional y la identificación como referentes es entre ellos. Con la familia existe a menudo la distancia tecnológica y la percepción de un futuro muy diferente al de sus progenitores. La tecnología expulsa constantemente profesiones y puestos de trabajo que no serán necesarios y serán sustituidos por I.A. y robótica.

Se incide con la tendencia social actual hacia el individualismo, por desencanto político y el escepticismo, frente a una solidaridad a menudo expresada como vector publicitario, como producto de marketing con valores, o sencillamente, como pornografía sentimental. La proliferación de algunas ONG poco transparentes, que se hacen la competencia entre ellas y que –al contrario de las grandes corporaciones, producto de fusiones para ser más eficientes y competitivas– difícilmente se fusionan, con el fin de conservar una estructura más económica que identitaria, como modus vivendi de sus miembros.

El cambio brusco entre una educación primaria y secundaria, basada en conceptos que teóricamente cotizan al alza, tales como: cooperación, centros de interés, trabajo por competencias, reconocer el tiempo diferencial de aprendizaje por parte del alumnado, el ‘talismán político’ de la escuela inclusiva…

A pesar de todo, la disciplina no se contempla con buenos ojos. La cultura del esfuerzo pertenece al pasado; la motivación externa permanente, es el sustituto de la vocación, que tan poco se cultiva…

Por el contrario, cuando se produce el primer contacto con la Universidad, el escenario es el contrario. Se recibe al alumno con un ‘examen de selectividad’, tan poco útil (lo pasan el 97%, pero la nota de corte por facultades ‘faculta’ sustituir la vocación por unos ‘dígitos’, obtenidos por un método artificioso…) como peligroso e instrumental. Todavía, en lo referente a la enseñanza primaria y secundaria, es muy preocupante el bullying y el elevado fracaso escolar, lo que cuestiona de arriba abajo el sistema educativo. Prevemos situaciones muy conflictivas y peligrosas fruto de la Ley ‘trans’, la identificación psicológica de género, la definición fisio-anatómica sexual y el rol social consecuente, no son temas políticos, sino científicos. Malo cuando los políticos hacen intrusismo científico, sorprendentemente legal, pero éticamente ilegítimo. Azar y necesidad son los dos motivos de la evolución humana, variables a las que se debe incluir el determinismo y los condicionantes.

El azar se manifiesta en que nacemos en una determinada familia, en un determinado país y en una determinada época. No escogemos nacer, ni la familia ‘escogida’, ni el ‘país de acogida’, ni la época en que vivimos. Tampoco se nos consulta cuándo morir y cómo, aunque en estas dos últimas cuestiones, suicidio, eutanasia y ortotanasia pueden empoderar al sujeto.

Las circunstancias de la vida, indiferentemente de las que hayamos provocado nosotros, o bien los demás, pero que nos afectan, ponen en tensión nuestras capacidades. Esta relación, a la vez dialéctica e interactiva, es el motor de la evolución: la función hace el órgano. Las necesidades exigen respuestas de nuestra unidad bio-psico-social, interactiva y sinérgica.

El determinismo es severo o caprichoso. La genética y la epigenética se expresan en la capacidad intelectual, la belleza y funcionalidad física y los atributos innatos que formarán parte de un determinado estándar individual. Los condicionantes pueden actuar con mayor o menor intensidad y mayor o menor amplitud. Nacer noble te abre, en principio, muchas más posibilidades que si no lo eres, así como si la saga familiar es financieramente importante. Los condicionantes limitan la acción; ahora bien, debe tenerse en cuenta la importancia extraordinaria de la fuerza de voluntad. Es un ‘turbo’ potentísimo si se está motivado y decidido suficientemente.

Bases para una sana relación

«La buena convivencia, fraternal, colaboradora
y enriquecedora, sólo es posible si sus actores
son personas libres, realizadas y educadas,
en el pleno sentido del concepto.»
Fotografía: Omar Medina en pixabay

Entendemos por valores las ‘unidades celulares’ de los principios como ejes vectores del comportamiento humano. A nivel práctico, son criterios para la selección de la acción. Son explícitos, argumentados y argumentables. Deberíamos diferenciar los valores de especie, sintetizados en la no agresión necesaria, socializar el conocimiento, buscar el equilibrio individuo-grupo y no dañar la naturaleza; de los valores sociales propios y específicos de cada cultura, territorio y civilización. Los valores pueden estar vinculados a creencias y, entonces, hay que diferenciarlos de los fanatismos; o bien referenciados por la razón y el sentido común. La conciencia dilucidará priorizaciones y actuaciones preferentes frente a disyuntivas (hay que diferenciar la conciencia como endoconocimiento ético básico, de la consciencia como capacidad neurológica de orientación tiempo-espacio). También podríamos hablar de los llamados antivalores; es decir, aquellos que rompen la armonía, la ética e, incluso, la estética de una acción individual o colectiva.

Con valores, antivalores, conciencia y consciencia, podemos conjugar el comportamiento de las colectividades. El primer orbital práctico es el civismo. Entendemos por civismo, la «conducta propia de la ciudadanía responsable; es decir, el respeto a los demás, a los bienes públicos y al entorno natural, así como una actitud favorable a la participación en la comunidad». A manera operativa, es una forma de convivencia ciudadana en el estricto sentido de ciudadano, comprometida en el desarrollo personal y colectivo, en armonía con el entorno.

La axiología del civismo nos ofrece unos ejes centrales que deberían vertebrar cualquier intento de definir un civismo plural, formarían parte la tolerancia, el respeto, la exigencia, los límites guiados por el autocontrol, los elementos coercitivos de control externo, cuando ‘falle’ el interno, el sentido común, la solidaridad, la ética, la moral colectiva y las costumbres cohesionadores (hay que remarcar que la tolerancia con los intolerantes hace cobarde la prudencia).

Es pertinente introducir ahora el concepto de educación (tan polisémico), es decir, aquellas normas sociales que nos hacen más fácil la existencia, codificando comportamientos que encajen con expectativas compartidas. Educar remite a aprender y enseñar; quizás su límite más sutil es enseñar a aprender.

Malo si hacemos depender el concepto de educar, de la enseñanza reglada, muy vinculada a la competitividad y al Cronos. Nada que ver con la competencia (como dominio de un conocimiento), más vinculada al Kairós.

Los dos grandes valores de la convivencia son la tolerancia y el respeto.

La tolerancia permite la convivencia en plenitud, igualdad y seguridad en el ejercicio de derechos y deberes a personas y colectivos diferentes, siendo por igual actitud y comportamiento de reconocimiento y consideración, del otro y de uno mismo. Hay que recordar, sin embargo, que la tolerancia, como todos los valores, es bidireccional, es decir, es exigible por igual al emisor y al receptor.

Un apunte sobre el concepto de transgresión, icono y símbolo de nuestro tiempo y, a menudo, ‘blanqueo’ de incompetencia, prepotencia e ignorancia. Hoy en día, no obstante, la transgresión implica cierta valoración social para determinados colectivos, que la vinculan más a escándalos de las identidades sociales, que consideran contrarias y/o opuestas.

De actuar como un cierto revulsivo que incite a la reflexión, se ha pasado por exceso, a una moda integrada dentro de manifestaciones marginales, siendo a menudo un tipo de performance individual y vehículo de consumo.

Habría que valorar el valor del contraste como un estímulo de la crítica positiva y argumentación alternativa, más que una oposición reactiva, sin efecto en el cambio.

El clima social de convivencia en la construcción social de la realidad cívica

«Cuando realmente se vive, no sólo se existe,
se puede hacer extensible y solidaria esta oportunidad única,
personal, intransferible y limitada en el tiempo que es la vida.»
Fotografía: Claudia Peters en pixabay

En nuestra sociedad plural, globalizada y con un continuo paso y estancia de personas muy diversas y diferentes, por razones culturales, sociales, históricas, económicas y religiosas, es necesario un esfuerzo compartido para generar, mantener, estabilizar y, si cabe, optimizar el clima convivencial. La realidad social se construye a partir de acciones, dicciones e imaginarios. En un Estado Social de Derecho, expresado comunitariamente como Estado del Bienestar, los poderes públicos deben marcar las directrices y aportar los recursos suficientes con el fin de garantizar su desarrollo. Pero las diversas Administraciones deben contar necesariamente con la complicidad de los administrados, si se quieren alcanzar en la cotidianidad real los objetivos teóricos definidos en planes y programas.

Hoy en día, el entretenimiento de poco vuelo, a menudo banal y vulgar, es un ‘bien’ apreciado tanto por operadores, principalmente audiovisuales y tecnológicos, como por parte de un público acrítico e indolente que, a falta de nada mejor, se dedica a ‘matar el tiempo’…

Este tipo de entretenimiento enajenante sería, en realidad, un contravalor. Por antivalores entenderíamos los propios de la transgresión de un sistema armónico, ético y estético. Provocación, arrogancia, vandalismo… son tan frecuentes como vergonzantes para sus autores y la Administración que los tolera.

Recordemos que los valores esenciales, que vertebran su interpretación del mundo y evalúan hechos y conductas, son los principios, matrices directivas del propio ámbito normativo. En este punto, debemos diferenciar de nuevo la legalidad, vinculada a la ley, de la legitimidad vinculada a la ética.

Requerimos ahora, introducir el concepto de límite, básicamente a nivel de comportamiento personal y colectivo. Diferenciaríamos dos muy diferentes:

  1. El que rodea la culpa; es decir, si lo traspasamos, nos sentimos culpables. Refieren a la conciencia, a la moral y a la ética.
  2. Los que derivan del miedo; es decir, la conciencia que nos advierte que si los traspasamos, seremos castigados o penalizados por la ley y, por tanto, sujetos de correctivo.

Podríamos diferenciar los valores, entre instrumentales, siendo los que hacen de puente entre la intención y la consecuencia. Son mediáticos y deben ser congruentes y no antitéticos con los finalistas con los que conectan. Actúan como métodos de pensamiento y conducta, derivando de los valores finalistas, en versión práctica y aplicada, dotando al discurso que le es propio, de sentido (cultura del esfuerzo, dilatar el relajamiento hasta que se haya alcanzado el objetivo, la disciplina, el civismo, la educación…).

Por valores finalistas entenderíamos aquellos ideales colectivos, consecuentes con los principios éticos, legitimados por la conciencia y asumidos o respetados por la razón. Son básicos para la construcción de los criterios, es decir, opiniones contrastadas por la razón, y argumentadas como objetivos para el bien común.

Las relaciones intergeneracionales están mediadas por valores, necesidades y oportunidades. El lenguaje conectivo, aunque intencionalmente compartido, es formalmente diferenciado. Tradición y tecnología, deben trenzarse con códigos decodificables por los sujetos generacionales diferenciados. Es difícil…

Hoy en día, en relación con los valores, predomina en nuestra sociedad un pluralismo atomizado de cosmovisiones. Se constatan líneas culturales paralelas, a la vez que sincretismos y mestizajes, lo que conlleva retener, compartir y asumir. Es tendencia actual el hecho de que cada uno autoconstruya su ‘edificio’ de valor dentro de su propio espacio biográfico. No es extraña la paradoja de identidades de valores, variantes en el tiempo o, contradictoriamente, simultaneados.

Nuestra sociedad actual es condescendiente con la transgresión de las normas, con las que ella misma se ha dotado. Relato sin datos…

Se sufre una crisis de valores instrumentales, una infantilización de valores finalistas y una reducción en la búsqueda de sentido de las biografías personales. Espiritualidad y trascendencia han cedido su lugar al protagonismo material, instrumental y lúdico. El pasado está vacío, el futuro no existe, el presente lo es todo. Este es el lema.

Debemos saber combinar los valores colectivos con los individuales, haciendo que los últimos se puedan expresar en los primeros y, los primeros prevalezcan sobre los segundos. Hay que repensar el individualismo en la relación bidireccional de derechos y deberes, considerando que cada derecho legítimo tiene el contrapeso de un deber obligado.

«La tolerancia, como todos los valores, es bidireccional,
es decir, es exigible por igual al emisor y al receptor.»
Fotografía: fernando zhiminaicela en pixabay

Nos es urgente, como comunidad dinámica, repensar de nuevo los valores que nos son identitarios, ordenándolos, ejerciéndolos y priorizándolos en una carta de valores, como documento cívico, enseñado en las escuelas y aprendido en las familias.

En relación con la convivencia, la podríamos definir como vivir en respetuosa igualdad de derechos y deberes entre iguales y diferentes.

El ‘buenismo’ ingenuo describe una posición teórica, que lejos está de encontrarse genéricamente en la práctica. En nuestras sociedades con tendencia a la amoralidad y a la laxitud de principios, acostumbra a constatarse un porcentaje de sujetos, en torno a un 25%, que son siempre incívicos. La transgresión forma parte de su identidad. Un 25% que acostumbran a serlo si creen que no tendrá consecuencias para ellos. Un 25% que acostumbra a no hacerlo, pero no de manera radical y, en torno a un 25% que no lo será nunca.

Convivir con los radicalmente incívicos y los que lo son ocasionalmente, si no les ocasiona problemas, hace muy difícil su integración convivencial. Degradan el medio ambiente, hacen ruido, conducen peligrosamente, son prepotentes, maleducados y fachendas.

A este colectivo se les debe reprender con severidad, para revertir la ‘ganancia’ vicaria de ser tratados con una benevolencia que generará reincidencia. El resto, la educación y progresiva sensibilización, más el rechazo social, tenderá a mejorar su civismo.

Un ejemplo: en las verbenas en la playa; por la mañana, los residuos y la suciedad es la firma de una noche de disfrute grosero, primario y degradante… Los que la provocan acostumbran a pertenecer a la misma clase social que los que deben recogerla. La solidaridad, la empatía y la conciencia colectiva de compartir identidad de clase, no parece actuar…

Con estos sujetos no se convive, se coexiste. Pero a menudo, su comportamiento intrusivo requiere ensanchar artificiosa y egoístamente sus impuestos derechos, empequeñeciendo los derechos de los demás. Si se les corrige, el conflicto está servido; si uno se defiende, puede pasar que la Justicia, rápida y artificiosamente, intercambie los roles de víctima a delincuente…

Los valores convivenciales actuales son poco simétricos entre teoría y práctica.

Políticos y medios, tienen un relato que obedece más a un deseo o a un avatar, que a una realidad de calle. Cuando se hace prevalecer la realidad, la respuesta es que se exagera o que se eleva el accidente a categoría. Se vive y se impone un relato construido, frente a una realidad de datos y de evidencia.

A modo de resumen: vivimos con iguales (las redes sociales lo confirmen), muchos de ellos, desconocidos, que desearíamos conocer pero no sabemos cómo (aislamiento estructural). El día a día ‘limita’ por priorizaciones, tiempo y recursos. La gran mayoría con quienes convivimos son auténticos desconocidos, desde los anónimos con los que compartimos tiempo/espacio, hasta familiares y amigos. Mostramos ‘afinidades’ y buscamos ‘reafirmaciones’. Evitamos diferencias y conflictos. La educación como código formal de relación, permite el respeto, pero si es excesiva, distancia y sustituye la cruda realidad, por una formalidad dulcificada.

Las nuevas tecnologías generan ‘falsas’ convivencias. Las amistades virtuales sólo existen en su balance numérico. El aquí y el ahora, cuando se hace difícil, exige presencia y contacto.

La buena convivencia, fraternal, colaboradora y enriquecedora, sólo es posible si sus actores son personas libres, realizadas y educadas, en el pleno sentido del concepto; es decir, más que eruditas, que también, cultivadas, sensibles, éticas y bien dispuestas, al final se genera una dialéctica entre causas y efectos. Sociedades constituidas por personas como es debido, son firmes, estables y cultas; lo que permite, al mismo tiempo, que se generen personas cultas, sensibles y solidarias, estabilizándose un bucle que simultánea y permanentemente se regenera.

Vivir y convivir son dos hechos inseparables. Si sólo se existe, porque no se cultivan los atributos de la vida, tales como autorrealización, empatía, solidaridad y proyecto de vida, lo que entendemos de por vida, en los humanos, es tan solo existir, que no es poco, pero se queda corto ante las posibilidades reales y potenciales de una vida plena.

Cuando realmente se vive, no solo se existe, se puede hacer extensible y solidaria esta oportunidad única, personal, intransferible y limitada en el tiempo que es la vida. De esta extensión compartida con otros que también viven, sale el convivir gozoso, que justifica lo que somos y lo que podemos ser.

Francesc Xavier ALTARRIBA
Dr. en Neurociencias. Dr. en Sociología
Artículo publicado originalmente en la Revista RE num. 114, edición catalana

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