Los ingleses usan el término bestie para referirse al mejor amigo. Proviene de best, pero hace pensar también en ‘bestia’. Los animales se ‘domestican’, palabra que ahora tampoco se puede decir porque no es políticamente correcta, pero también nos remite a domus, a ‘casa’. Quienes aún mantenemos una visión antropocéntrica de la vida creemos en los mejores amigos humanos. Muchos amigos míos defienden que no hay nada mejor que una buena compañía animal y algún otro amigo ve en las máquinas a los mejores aliados.
Un mejor amigo humano no lo domesticas ni en broma, entre otras razones porque sería una especie de esclavo o subordinado. En la amistad entre personas hay coordinación, pero no hay lugar para la subordinación. En todo caso, para la insurrección. No decir nada a un amigo conlleva no meterse en jardines complicados, pero también es claudicar. Para no tener problemas, escondes tu opinión, o las verdades que alguien debería decir. O en todo caso, exponer. Si para proteger la buena relación con un amigo no le comentamos lo que nos gusta, o lo que nos preocupa, estamos quizás ante un concepto de conocido con quien descargamos parcialmente parte de las inquietudes, pero quizás no ante lo que en anglosajón sería el bestia.
En la historia y en la ficción ha habido relatos de grandes amistades. Forrest y Bubba, ET y Elliot, el Quijote y Sancho Panza, Frida Kahlo y Pablo Picasso, Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, Anna Akhmàtova y Marina Tsvetàieva. Los mejores amigos son almas que se han encontrado y ya no se han abandonado nunca más. Es imprescindible que en estas relaciones esté el sentimiento del ‘para siempre’, esa promesa no dicha de que nada ni nadie podrá romper la amistad, porque ésta es robusta y aguanta. Estas amistades de permanente duración no tienen por qué ser las de la infancia. Hay gente que se encuentra cuando ya es muy mayor. El punto de partida no importa, pero sí la confianza de que no hay punto final. Son amistades, además, que no pasan por la criba de las convenciones. Hay confianza, pero no el repertorio vital con todo detalle. Desconocen tu grupo sanguíneo, y no saben la graduación de tus gafas, si tomas pastillas o como eras de pequeño. Quizás desconocen dónde vives o cuál es tu día a día. Hay grandes amigos que uno u otro ni conoce a la familia de los demás. No es necesario. Son amistades sin el peso del día a día, sin la carga de las convenciones. No son amistades secretas, pero tampoco son siempre evidentes. El hilo rojo que les une no tiene las bendiciones de las parejas, familiares, conocidos. De nadie, sólo de los dos amigos.
Amistades así antes dejaban un rastro epistolar ingente. Hoy, ni eso. La fuerza titánica de estas relaciones se basa en la lealtad y en la reciprocidad, y aquí radica el secreto del vínculo compensado. Amigos tesoro, amigos ancla, amigos alarma, amigos linterna, amigos almohada. De las mejores experiencias vitales, gente que te ama no porque viene de serie, no dentro del entorno familiar, no por intereses laborales. Aquellas irrefrenables ganas de querer estar con tu amigo, independientemente del lugar o el momento. Amigos que admiras, que añoras, que abrazas. Amigos que son casa. Con quien quieres estar, compartir momentos de la vida, sin que sea necesario un viaje especial, una ceremonia particular o una cena reservada. A veces los ves muy poco y no en lugares maravillosos, pero tanto es. Suelen estar ahí, cuando hace falta, pero en el mientras tanto a menudo no dicen nada. Su melodía es poco estridente y responde más a un sonido continuo que a puntuales florituras magistrales. Con amigos así tienes el deseo de verlos. El puro placer de pasar un rato con otro tú, un espejo patentado capaz de decirte esas verdades y de saber respetar el silencio de cuando no hay que mancharlo con palabras banales. Amigos con los que no hace falta un orden cronológico para hablar, porque las cosas importantes no se ordenan.
La amistad se juega en el terreno de la preferencia y no el del saco donde todo cabe. Cuando se inicia el año aparecen en tu móvil conocidos y saludados. Gente que te desea salud, amor y trabajo. Mucha filípica social, pero estimar, quizás no te estiman. Te hacen mensajes de buena fe, para decirte que te piensan, pero estamos en el entorno de la convención social. Lo que te han enviado a ti lo han enviado a decenas de personas más. Convención que tú, con tus amigos de verdad, no necesitas. En cambio, aquellos amigos del alma quizá ni transitan, por tu pantalla digital. Tienen otros caminos para llegar donde tú estás, y el atajo sólo lo sabéis vosotros.
Míriam DÍEZ BOSCH
Directora del Observatorio Blanquerna de Comunicación, Religión y Cultura
Artículo publicado originalmente en la Revista RE num. 114, edición catalana