Todo ser humano, por el hecho de ser corpóreo, tiene necesidades. Necesidades biológicas (de alimento, limpieza, cercanía física…) y también psicológicas (atención, pertenencia, cariño…). Pero si en la primera infancia esas necesidades se expresan de modo muy básico, conforme nace el lenguaje y el pensamiento surge el deseo, que tiene un componente simbólico importante.
Necesitamos alimento, sí, pero no es lo mismo comer solos que acompañados, y más aún si es con las personas a las que más amamos. Deseamos estar con ellas en el momento de comer porque la comida se vuelve un símbolo de cercanía, de unidad, de afecto compartido. Es un ejemplo de cómo la necesidad se transforma en deseo.
Así pues, el deseo inicia con la necesidad, pero luego puede incluso separarse de ella; hay deseos que se desconectan con una auténtica necesidad. Por ejemplo, cuando vamos al cine después de comer. Estamos satisfechos, pero en la sala compramos una buena ración de palomitas. El olor de las palomitas se asocia con la diversión, las emociones compartidas en el cine, las vivencias infantiles. No las necesitamos, pero las deseamos. El deseo es algo profundamente humano.
¿Y todo esto qué importancia tiene? Que toda persona, camino de su adultez, debe aprender a gestionar los deseos. La constante satisfacción del deseo conlleva entrar en el circuito deseo-placer, que cuando consigue satisfacer el deseo, renace una y otra vez sin lograr una serenidad interna. Este circuito conduce fácilmente a prácticas adictivas, aunque no se trate de drogas duras. El cuerpo humano se adhiere fácilmente a los satisfactores primarios -la neurociencia lo confirma- y es frecuente que quede encadenado a ellos. El deseo por sí mismo no nos conduce a un desarrollo personal más armonioso, más comunitario, más libre. El deseo es un elemento clave de nuestra condición humana que no debemos negar ni aplastar, pero tampoco someternos a él de manera acrítica.
Las personas que son esclavas de sus deseos terminan esclavizando también a los demás, en una dinámica egocéntrica y destructiva. En el polo opuesto, quienes ignoran y reprimen sus deseos, sufren y pueden desembocar en situaciones de desequilibrio psicológico. En ambos casos, las relaciones humanas se empobrecen, se deterioran, quedan marcadas por una mala gestión de los deseos.

Mi humanidad para mi yo
En la infancia, eso que llamamos «educación» debería ayudar a los pequeños a detectar cuáles son sus deseos, y ayudarles a gestionarlos con realismo. Deben aprender a conocerse, también en lo que les atrae, sabiendo qué deseos pueden ser satisfechos y cuáles no -porque producen daño, o riesgos, o perjudican a otros-. Es necesario conocer y gestionar los propios deseos para convivir sana y libremente.
Se ha extendido en muchos ambientes educativos la creencia de que no deben ponerse límites al deseo del niño o niña, sino satisfacerlos «a demanda». Pero esta práctica les da la falsa sensación de que sus deseos serán y deberán ser siempre satisfechos. No aprenden a gestionar los momentos, las ocasiones y la medida en que esos deseos pueden satisfacerse. Lejos de generar una mayor seguridad en ellos, se les convierte fácilmente en tiranos inseguros. Su «yo» está a remolque de una serie de pulsiones que no controlan.
¿Y cómo se les enseña entonces a conocer y gestionar los deseos? Pues apoyando la maduración de su «yo», esa instancia que surge en todo ser humano como árbitro entre lo que se siente por dentro y lo que sucede fuera de él o ella. El yo puede ser fortalecido acompañando la toma de pequeñas decisiones, enseñándole a posponer la satisfacción, eligiendo los satisfactores que no dañan a uno mismo ni a los demás…
Es humano tiene necesidades y deseos, pero la humanidad de cada uno tiene quien dirija la pequeña barca que es el individuo. Ese «yo», incluso con sus límites, puede plantearse propósitos más amplios y conducir esa humanidad a una mayor madurez, a unas relaciones humanas saneadas y gratificantes. No es el yo para su humanidad, sino su humanidad para su yo.
Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
Madrid, febrero 2025