Por Alfredo RUBIO DE CASTARLENAS
En las escuelas de todas las naciones se enseña matemáticas, ciencias naturales, etc., con objetividad y, aunque los sistemas pedagógicos puedan ser distintos, se procura que el contenido de estas disciplinas sea lo más científico posible.
La Historia es, por desgracia, una gran excepción. Esta rama del saber tiene, como es lógico y como ocurre en toda ciencia, su metodología propia pero esto no justifica que los contenidos pretendidamente objetivos difieran tan tremendamente en los libros de texto de unos países a otros. De los hechos aciagos, siempre tienen mayor culpa «los demás». En cambio, las glorias, las victorias, y hasta los inventos técnicos, nos hacen decantar hacia nuestros particulares antepasados. Siempre se encuentran buenas razones para las aparentes sinrazones de lo acaecido en nuestros pueblos o patrias, no importa cuánto tiempo haga de tales acontecimientos.
Y una Historia elaborada y enseñada así, tan subjetivizada, tan en contradicción con los otros textos igualmente subjetivados que se imparten en las escuelas de otros Estados, es la que se enseña a los niños y a los jóvenes en todos los lugares del mundo.
Estos niños y estos jóvenes no tienen ni arte ni parte en lo que sucedió antes de su nacimiento. No tienen pues; porqué sentir ningún remordimiento. Ni tampoco resentimientos contra los jóvenes de su generación de otras latitudes, que tampoco tienen ninguna culpa de los avatares históricos precedentes de su país, aunque hubieran sido en contra del nuestro, en tiempos idos.
La falta de resentimientos es lo que puede permitir una solidaridad, una fraternidad, una gozosa colaboración de toda una generación mundial, para hacer una sociedad más solidaria, justa y gratificante, que supere incluso las lógicas consecuencias presentes amargas, de hechos anteriores que habrá que arreglar entre todos.
No es humano, no es justo hacer recaer en los que nacen los errores y las faltas de sus antecesores, para que, heredándolos, se hagan rivales unos de otros, se peleen y hasta se maten, sin tener ellos ninguna culpa.
Desgraciadamente, en las sociedades son muchos los factores de toda índole que crean múltiples tensiones entre los pueblos. Podríamos, por ejemplo, concretarlos, tan sólo, en este factor, no poco importante, de la enseñanza de la Historia. ¡Ojalá hubiera un Tribunal Internacional objetivo e imparcial, donde poder denunciar los delitos de manipulación, interesada o apasionada y anticientífica de la Historia! Es poner esta egregia disciplina al servicio de fabricar, tomando como materia prima a los niños, futuros seres odiantes de lo foráneo o, si se desea que llegue el caso, soldados agresivos y vengativos.
¿Qué puede hacerse para una común enseñanza objetiva de la Historia en el ámbito internacional que, sin ocultar lo que ha ocurrido sirva para que las generaciones actuales y por venir no repitan los errores ni las conflagraciones y que, liberando a los jóvenes de las culpas de los antepasados, lejanos y recientes, les permita edificar una sociedad humana más amigable y en fiesta?
Y eso, no sólo en la enseñanza de la Historia grande (Universal o de cada Nación), sino también en las historias chicas: la de las familias, instituciones y grupos.
Alfredo RUBIO DE CASTARLENAS
Médico y formador de personas
Barcelona (1919-1996)