Ser de todos lados

Ser de todos lados

Fotografía: Alberto Jiménez

De un tiempo para acá, corren por las redes esos denominados «experimentos sociales». Accedemos a situaciones curiosas con protagonistas anónimos que, en algunos casos, nos dan que pensar. Fácilmente habrán visto algunos de ellos: personas desconocidas a las que se invita que se miren en silencio durante un tiempo determinado, o bien que entablen un diálogo a partir de preguntas pactadas, o que siendo muchos en una sala vayan agrupándose según las respuestas a algunas preguntas poco habituales. Son algunos de los muchos ejemplos que encontrarán en los navegadores.

Si confiamos en la veracidad de que sus protagonistas realmente acuden en blanco a la convocatoria, es decir, creemos que no son actores ni amigos de quienes realizan la grabación, entonces podemos dejarnos interpelar por los resultados que muestran.

En muchos casos, lo que pretenden dichos experimentos es dejar al descubierto nuestros prejuicios, cuestionar algunas de nuestras convicciones personales o sociales, redescubrir el impulso de simpatía de nuestra naturaleza, tan adulterada por la cultura y las convenciones. En corto y claro: quieren mostrar cuánto de absurdo afea nuestra vida cotidiana y cuánto de bello podríamos vivir si fuéramos un poco más libres de verdad, menos adulterados.

Las sorpresas que nos depara la genética es el tema de uno de estos experimentos sociales. Vale la pena verlo para caer en la cuenta de qué poco sabemos de nosotros mismos, de cuántas de nuestras opiniones se volverían en nuestra contra a juzgar de los resultados de la proveniencia de nuestros antepasados.

La fuerza de la narración visual, participar de las reacciones provoca cierta convulsión y, por qué no decirlo, también aguza nuestra curiosidad: ¿qué podríamos averiguar de nosotros mismos si nos sometiéramos a un examen equivalente? ¿De qué improbable «carambola cósmica», como decía alguien, somos fruto?

El experimento conduce claramente a la conclusión de qué vanos son conceptos como pureza de sangre, etnia o linaje. De qué necedad hay en considerarnos superiores o inferiores por haber nacido en unos pueblos o estados u otros. Está claro que el objetivo que orientaba el estudio pretendía atacar los fundamentos de las ideologías racistas, xenófobas, chovinistas, etc. Y alentaría una fraternidad existencial entre los seres humanos.

Pero partiendo de esos mismos datos, el realismo existencial otra aún acentuaría otro aspecto, más básico aún si cabe. Y es que este experimento nos permite experimentar el vértigo de visualizar cuán fácil era que no hubiéramos llegado a existir. Ver tu mapa genético distribuido gráficamente por el mapamundi, hace tomar conciencia de cuántos encuentros improbables fueron necesarios para que este ser concreto que somos cada uno, llegara realmente a ser. En la expresión de algunos participantes en el experimento social, vemos el rastro de ese vértigo existencial —no verbalizado aún— porque podrían no haber existido, más aún que el de la sorpresa por el puzzle genético que acaban de descubrir.

Con esa habilidad especial que tienen los artistas, Jorge Drexler componía hace años «De amor y casualidad».

Sin experimentos sociales ni análisis genéticos de por medio, Drexler cantaba lo entretenido que puede ser averiguar las microhistorias y detalles que están tras nuestro origen, sin olvidar «que todos somos de todos lados, hay que entenderlo de una buena vez». Y esa, exactamente «esa», es nuestra única posibilidad de existir.

Natàlia PLÁ
Asesora filosófica
Barcelona (España)
Mayo de 2017

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1 Comments

  1. DANIEL SEBASTIA ALMERIA

    Que estreno tan bueno Natàlia!! Me he sentido como leyendo un diario del colegio Hogwarts de Harry Potter con las ilustraciones vivas. En cuanto al contenido del escrito, como siempre, de 10.
    Gracias Natalia, no pares!

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