Ante ti dos imágenes contra-puestas idénticas. El rótulo que las acompaña: «Encuentra las 8 diferencias», es la señal de que no son iguales… Los ojos vuelven sobre las imágenes, ahora más perceptivos, haciendo escáner, revisando una posible raya diferente, algún pequeño detalle que a simple vista no parezca relevante, pero que será una de las ocho que tengo que encontrar. ¡De primeras no veo ni una!, si persevero acabo ¡viendo una!, dos, tres… cuatro, cinco y todas.
Seguramente hemos hecho alguna vez este ejercicio resolviendo los pasatiempos de alguna publicación. Buscar las diferencias es un ejercicio mental que puede ser fácil en el papel, pero en la vida real puede ser dramático. Hay diferencias que marginan y merman la libertad y la felicidad de las personas. ¿Cómo combatirlas?
‘Parecen dos gotas de agua’, decimos cuando dos personas se parecen, pero cada una tiene un contenido denso y maravilloso, personal e intransferible. Parecerse entre personas, no añade un valor, es una curiosidad externa, el valor es su existencia. Dos gemelos no son iguales, a simple vista los podemos confundir, pero son dos personas diferentes con vidas autónomas, separadas y valiosas en sí, pero ¿quién pone o da ese valor?
Ha crecido el número de personas que no tienen acceso al habitáculo, salud, comida, higiene diaria… lo sabemos y lo vemos. Es un hecho transversal a países y continentes. De explicaciones hay muchas: guerras, mala distribución de los recursos, nefastas políticas… ¿Qué podemos hacer de manera personal?, ¿qué tenemos a mano?, ¿cuál puede ser nuestra real aportación para disminuir estas profundas e injustas diferencias?
Cuidar el sentido de comunidad y el valor del otro
El patrón de vida que se ha ido configurando en los últimos decenios nos ha vuelto más consumidores y solitarios. También lo sabemos y lo vemos. El lícito deseo de bien vivir es una carrera hacia el individualismo y el consumo. Lo queremos todo ahora, en seguida. Tenemos tantos frentes, tantas ofertas, que a veces no acabamos de saber si necesitamos lo que adquirimos, y es tan fácil si tenemos los recursos, ¡sino la tarjeta lo adelanta! Hemos perdido reflexión. Nos identificamos más con marcas que con personas o comunidades. Seguimos cansados, las agendas llenas de actividades y de reuniones. Engolamos información, imágenes y novedad. La mayoría de nuestros objetos tienen una breve vida útil y sino, nosotros mismos nos encargamos de cambiarlos porque hemos desarrollado terror a las cosas viejas y, ¡digámoslo!, a la vejez (aunque si no morimos antes, ¡seremos viejos!).
Valoramos al otro por lo que tiene o no. ¿Puede ser que en lugar de ver personas viviendo en la calle vemos suciedad?, ¿vemos un problema de los demás, una situación molesta externa?, ¿los vemos?, ¿qué vemos? La humanidad es un todo, nos guste o no, lo entendamos o no, estamos todos en cada uno que está excluido.
Practicar el silencio como herramienta social y política
Tenemos la existencia. Para valorarla y valorar también la de los demás hay que hacer ejercicio de conciencia. Propongo empezar haciendo un pequeño rato de silencio cada día. Separar lo importante, discernir, profundizar, dar espacio a aquello que nos hace más personas. Encontrar las diferencias, de una en una, que me hace ser quien soy, requiere tocar fondo y eso es tarea personal y silenciosa.
Elisabeth JUANOLA SORIA
Periodista
Chile
Publicado originalmente en revista RE catalán núm. 113