Esta noche cuando llegaba a casa he recordado que tenía que entrar en el cajero; tengo uno muy cerca por lo que me he acercado. En la puerta había un chico joven pidiendo, nunca lo hace, sí que duerme en este cajero pero nunca le había visto pedir.
Nos hemos saludado y mientras yo entraba en el cajero, me ha preguntado qué tal el día; sí, una pregunta que en otro contexto no hubiera tenido mayor importancia. No he cerrado la puerta del cajero y hemos seguido hablando mientras yo intentaba hacer la gestión, sin demasiado éxito.
Una vez finalizada mi gestión, he salido y le he preguntado de dónde era, cuánto tiempo llevaba aquí, qué hacía… él respondía a mis preguntas y a su vez me las devolvía, por lo que he optado por sentarme con tranquilidad a su lado y charlar un rato sin prisas.
Mientras regresaba a casa con esa sensación de haber pasado un rato agradable, regalado y disfrutado —como deberíamos vivir cada uno de estos momentos—, he pensado en la importancia de sentirse acogido en las relaciones.
El hecho de sentarse y mantener una agradable conversación con un desconocido no es habitual, y mucho menos cuando esa persona se encuentra en una situación tan especial; pero cuando uno lo hace, sí, cuando uno se toma el tiempo y se sienta a corresponder a su «osadía» de querer hablar, uno puede descubrir a la persona que hay detrás de esa situación concreta y compartir un momento especial, tanto como lo es compartir desde el ser, más que desde el hacer o tener.
En una ciudad como Barcelona, las personas que viven situaciones muy vulnerables, las que muchas noches duermen en la calle, pueden encontrar comida en los comedores sociales, e incluso, en muchos lugares donde, gracias a la solidaridad de tantas personas, se les ofrece algo para llenar el estómago. Lo material no es en la mayoría de casos la mayor dificultad.
En cambio, hay algo tan necesario y propio que muchas veces no somos capaces de ofrecer, o incluso de aceptar, un rato de compañía en el que sentirse ser con el otro.
Reconocer al otro, quien sea, como una persona con su historia y su mochila propia —como la mía—, ser capaz de mirarle a los ojos, y posibilitarnos el conocerle, ofrecernos la oportunidad de compartir, de descubrir la grandeza de la otra vida. Sí, dejémonos sorprender por un mundo lleno de historias, seguramente muy distintas a la nuestra.
En este mirarnos y escucharnos, acogernos en lo que somos, nos posibilitamos mutuamente la vida.
Hoy quiero agradecer a Christian este buen rato y la acogida que me ha mostrado a la puerta de lo que esta noche, como tantas otras, será su casa, su cobijo… que ha compartido conmigo generosamente.
Esther BORREGO LINARES
Trabajadora social
Barcelona (España)
Julio de 2017