Para la cultura hispanoamericana el concepto “vivir” está estrechamente relacionado con “habitar”. Son muy pocas las diferencias que podríamos distinguir, de manera semántica, entre ambas palabras, por no decir que para la gran mayoría significan básicamente lo mismo[1]. Así por ejemplo, se dice “yo vivo en tal parte” y muy pocos expresan el “yo habito en esta casa”. Y es que la expresión “yo vivo”, al parecer, connota la pertenencia a un territorio, a ese espacio donde el ser humano se desarrolla y la existencia se hace verbo; se hace vida. De ahí el uso y abuso de este concepto, con que nos referimos a donde residimos.
Cuando somos pequeños, la gran mayoría de las personas compartimos ese “vivir” con nuestros padres, familiares, o quien la vida nos entregue por custodios. Y de cierta manera nos toca compartir la existencia de esos otros mayores. Con el correr de los años, y cuando vamos haciéndonos más autónomos, cada quien elige ese “vivir” o se atreve a tomar lo que, por distintas circunstancias, tiene a la mano. Y esto último es lo que viven millones de personas, que dejan sus casas, familias, ese destino que se escribía en la comodidad de lo que otros eligieron sería tu vida, para emprender un proyecto: la vida universitaria lejos de tu ciudad natal.
¿Dónde vivir? ¿Me voy con los que conozco? ¿Vivo solo o acompañado?, Y si arriendo con alguien que jamás he compartido, ¿no será peligroso? Son miles las preguntas que acosan a los futuros estudiantes y que se suman, por supuesto, a las ansias del futuro incierto de ingresar a la universidad. La oferta es variada en torno a las oportunidades de la manera en cómo emprender esta nueva etapa de la vida, una de ellas son los hogares universitarios.
Si buscamos el concepto de “Hogar Universitario”, Google nos arroja más de 48 millones de resultado en menos de un segundo, mismo tiempo en que se demora para entregarnos 14 millones de páginas que se relacionan con el término “pensión universitaria”. Los algoritmos y probabilidades dejémoselas a los matemáticos, que bien podrían rebatir el argumento siguiente. Y es que según entiendo, la palabra “hogar” parece ser más amable al “Vivir”. Algunos podrían postular que evoca la “hoguera”, concepto primitivo donde la familia se reúne y se protege de los peligros, donde se comparte la vida, alegrías, dolores y penas. La palabra “Hogar” nos acerca a lo que hemos perdido, por tomar otro camino. Así que en el mundo de la oferta y la demanda, parece que al menos 48 millones de internautas ya lo tienen bastante interiorizado al momento de ofrecer un espacio donde estudiantes puedan residir durante su vida universitaria. No como la palabra pensionado, que de solo escucharla nos remite a la obligación de pagar, no en vano proviene de pendere: estimar valorar.
Es así como los “hogares universitarios” se configuran en espacios comunes, dormitorios compartidos o individuales, determinadas raciones de comida al día y una que otra comodidad o servicio. Eso en lo material, pero el gran valor de estas casas son las dinámicas de convivencia, tanto las gratas como las ingratas. Conocerse, conversar, compartir el pan, las preocupaciones, la felicidad y los dolores, lo que nos aqueja a todos o lo que es motivo de sufrimiento para uno de la comunidad, es lo que constituye el “Hogar”. De cierta manera, es lo que ganamos por la obligada pérdida que hemos hechos al salir de la casa que hasta un tiempo atrás nos habían dado.
Vivir en hogares universitarios no es fácil, porque no has elegido al vecino de dormitorio, no lo conoces, no sabes quién es, lo que pretende, sus temores, su felicidad, su historia. Frente a esto, la vida puede seguir dos caminos, con el sello que cada quien desee darle. El primero de ellos, y el más fácil si se quiere, es aislarte, cumplir con las normas básicas que se establecen en el reglamento de ingreso, ser fríamente cordial y pasar cuatro o cinco años como una brisa que todos saben que pasó, pero que nadie vio y a nadie molesto. Una segunda mirada, es interesarte por la comunidad, ser parte del hogar, crecer con los demás y contigo, es decir, Vivir; podríamos decir que esto último sería como una tormenta, que todos sintieron pero que dejó estragos, para bien o mal, en la vida de sus compañeros.
Vivir en un Hogar Universitario se transforma, de esta manera, en la oportunidad que millones de personas, en su mayoría jóvenes, tienen, en una etapa de transición e incertidumbre, para conformar su existencia de la manera que decidan. Ya no es el vivir que otros eligieron por mí, sino que la forma en cómo yo quiero proyectar mi existir en este mundo, y en ese sentido un hogar universitario es una escuela de vida, donde el ensayo y error son la regla del día a día.
Alonso LIZAMA
Periodista – Licenciado en Historia
Chile
Junio de 2018
[1] Lo mismo ocurre con el inglés