Esta semana hemos tenido un pequeño susto. El jueves por la mañana al abrir nuestros locales nos dimos cuenta de que durante la noche habíamos tenido visitas inesperadas. Algunas puertas habían sido forzadas y los despachos revueltos. Parece que tenían prisa y buscaban dinero, aunque no tuvieron buena vista. Se han llevado alguna cosa de valor, un poco de metálico y poca cosa más. Eso sí, nos han dado trabajo para toda una semana si queremos volver a poner cada cosa en su sitio. Después del trabajo que nos han ocasionado, esperemos que realmente necesitaran esos céntimos.
Una vez superado el disgusto me he parado a reflexionar. ¿Cuántas cosas de valor nos han robado en esta vida? Ciertamente las cosas materiales tienen su importancia, pero no son, ni mucho menos, las más importantes. Hay cosas que nos duelen mucho más y que nunca más podremos recuperar. ¿A cuánta gente le han robado la infancia? ¿A cuánta gente le han robado el poder vivir en paz? ¿A cuántas personas les secuestraron un tiempo de su vida y nunca jamás lo han podido recuperar? ¿Y los que se quedaron sin estudiar, formarse o trabajar? ¿Cuántas cosas se dicen frívolamente y roban el buen nombre de las personas y de las instituciones? ¿A cuánta gente le han robado el entusiasmo, la alegría y las ganas de vivir? O simplemente, ¿cuántas veces en este mundo nos han robado la ternura?
Y lo más grave es que no sabes a quién denunciarlo. Te queda la sensación de que se ha perdido alguna cosa importante de tu vida para la que no hay recambios. Lo más grave es que la pérdida de estos bienes nos deja una huella que arrastramos durante muchos años y algunas veces toda la vida. ¡Cuántas personas conocemos que sufren y hacen sufrir a los demás porque les han negado aquello que tenían derecho a recibir! ¡Hay tantas maneras de robar! Puedes coger lo que no es tuyo o, simplemente, no dar lo que le corresponde al otro.
Todo esto me ha recordado a la Madre Teresa de Calcuta, que pasó muchos años de su vida devolviendo a la gente pobre de Calcuta todo lo que la sociedad les había robado. Incluso si les habían robado la dignidad humana, la Madre Teresa se la devolvía con lo poco que ella tenía: un poco de comida, un vestido, una cama, pero, sobre todo, tiempo, cariño y mucha, mucha ternura. Osaba acariciar a aquellos que habían estado abandonados en la calle, para que, volviendo a sentir el amor, reencontrasen lo que sus familias, sus amigos y tantas personas les negaron. Cuando no te quieren amar te roban lo más preciado y te dejan totalmente desamparado. Ella les ayudaba a volver a sentirse personas valoradas y amadas por alguien. La Madre Teresa no preguntaba, sabía muy bien que toda persona por el hecho de existir es digna de ser amada. Y se lanzó a la aventura de devolver la ternura y la estima robada a los más pobres y desamparados. No quería que muriesen sin saber que Dios es amor y que este amor pasa por las manos y los gestos de los seres humanos.
Tendremos que actualizar el séptimo mandamiento y sobre todo aprender a devolver a nuestros hermanos aquello que les han robado. No hace falta que yo haya sido el ladrón, cuando te das cuenta de que te sobran tantas cosas no te puedes permitir el lujo de juzgar a los otros. Sólo puedes tomarte la vida en serio, no perder el tiempo en quejas inútiles y generosamente, dar a los demás, lo que en justicia se merecen.
Jordi CUSSÓ
Sacerdote y economista
Santiago de los Caballeros, R.D.
Enero 2019