Asumir responsabilidades

Asumir responsabilidades

Fotografía: Josep Alegre

Con la cascada de emociones y pálpitos navideños todavía presente y entretanto se dibujan los deseos de prosperidad para el nuevo año con sus augurios de paz, esperanza y felicidad…, vuelve el renovado acontecer de los días. El espíritu envolvente de estas fechas, los valores y emociones positivas fomentados, el rayo de esperanza que proyecta nuestros sueños para que puedan realizarse y el amor convocante manifestado a las personas que son parte de nuestra vida…, todo ello no pueden extinguirse engullidos por la rutina sin fructificar.

Si crees en ti mismo y en la capacidad de transformar tu existencia y la de los que te rodean, la navidad no termina. Si vas tirando en la mediocridad y el seguidismo sin buscar el auténtico sentido de las cosas, sin entregarte con pasión a lo que vives… la fiesta se acaba pronto. Si vigilas, si alzas la mirada superando el horizonte, si la curiosidad e ilusión te envuelven, si eres capaz de maravillarte a pesar de tu sabiduría…, verás la estrella y al escuchar su mensaje de aliento, estarás en el camino de la luz y serás estrella y regalo para los que te rodean y dependen de ti.

Si miramos con el corazón podemos descubrir la estrella mágica, como las del cielo, que nace en cada vida. En nuestra existencia, somos afortunados y responsables de este regalo repleto de oportunidades y orientado hacia lo mejor. La aventura de su desarrollo proyecta la vida de lo bueno a lo mejor y de lo mejor a lo excelente. Su inconformismo en movimiento hace surgir oportunidades, provoca la alegría del buen camino y la constante transformación de lo negativo hacia lo positivo. ¡Cuántas señales (personas, experiencias, acontecimientos…) se convierten en referentes que guían!

Pero las buenas intenciones hay que realizarlas para que iluminen auténticamente los momentos de la vida. Ser vehículos de afecto duradero de este espíritu escondido, ser medicina que da salud al cuerpo y alma, exige tomar otro camino en busca de la verdad. Hay que estar dispuesto, preguntar, solicitar ayuda, reflexionar sobre lo vivido y lo que queremos conseguir en el futuro, apoyar, dar cariño, ayudar con humildad… y entrar en la “casa” del educando como testigo y testimonio. Este encuentro revolucionario es una oportunidad imprescindible para educar valores y desplegar la vida hacia la felicidad.

Sin embargo en ocasiones nos desentendemos o reaccionamos con tibieza como si no nos incumbiera dejando para la escuela toda la intervención. Se apaga la estrella y saltan las alarmas. ¿Cómo ser estrellas que guíen adecuadamente en estas tinieblas? Para hacerlo posible es urgente recuperar nuestro papel y salir de nuestros cómodos refugios al camino de la vida, a la realidad concreta de nuestro hijo, y preguntarse qué es lo esencial, qué necesita…, y responder, como nos corresponde,  desde el corazón. ¿Qué aprende cuando nos ve o está con nosotros? ¿Qué regalo queremos dejarle?

No podemos confundirnos ni ignorar nuestro deber. El compromiso y dedicación no se compensan con regalos físicos. Los mejores regalos son la educación y el amor. Si asumimos la importancia de la educación y nos esforzamos por ser dignos; si les ayudamos a mirar hacia dentro y al más allá de las apariencias y lo inmediato, siendo nosotros los primeros en hacerlo…, los ponemos en el buen camino completando nuestra tarea. Podemos ser comunidad educativa cada día desde ese pesebre cálido y lleno de vida que ilumina la existencia, fomentando un espacio humano afectuoso y con unas relaciones sinceras.

Hay regalos relucientes en su envoltura que se escurren en el tiempo y se diluyen sin rendimiento. Hay regalos con embalajes discretos que esconden caudales de vida, que crean instantes eternos, que transfieren valores, que generan experiencias y dan razones para vivir. El mejor regalo que podemos ofrecer los padres a los hijos es estar cerca, acompañando su crecimiento, desplegando el cariño, haciendo junto a ellos posible lo imposible: enseñar a gestionar, renunciar, valorar, superar la frustración, ser críticos, ser responsable… enseñar a ser y estar. Sus beneficios son inmateriales pero llevan a la felicidad.

Es evidente que hay más “estrellas”,  pero no siempre en el cielo. Sin embargo  los Reyes Magos finalmente siguieron una estrella distinta que, para ellos, era mucho más brillante. Con inteligencia, se esforzaron en descifrar y comprender su significado. Con amor, entregaron sus mejores dones. Con libertad, eligieron un camino diferente al acostumbrado porque era más conveniente en aquellos momentos. La auténtica sabiduría no aparece enseguida ni su manifestación acostumbra a ser vistosa. Se esconde tras las primeras capas superficiales fácilmente perceptibles e invita a entrar en lo profundo del ser.

¿Qué podemos hacer para ser auténticos padres? La paternidad sale del corazón y no caduca, es para siempre. Es una disposición permanente a abrir el “cofre” de nuestra esencia. Es un compromiso generoso de permanente ofrecimiento y donación, que procura devolver lo que nos dieron (capacidades, competencias, aptitudes, amor, tiempo, dedicación, sacrificio…). Estos regalos son vitales y ponen las bases en la nueva vida, que también está llamada a participar activamente en la transformación y mejora de la existencia de todos.

No hay fórmulas mágicas para intervenir pero sí pistas que ayudan a seguir el auténtico camino sin engañarse. En la aventura de la educación coexistimos protagonistas con roles diferenciados pero en el mismo tiempo. El destinatario final es el niño pero los responsables primeros son los mayores. Los trayectos vitales necesitan compensarse aportando más el que más atesora en favor del que más necesita. Por todo ello es el adulto quien ha de velar siempre y comprometerse con mayor intensidad. Tocar sus corazones con bondad, sencillez, humildad y mansedumbre. Acercarse e interesarse por su mundo… y confiar.

En la intervención pedagógica hay que estar enamorados de esa “pequeñez” que tenemos delante. Permitir el encuentro, implicarse en las necesidades que se le vayan presentando y afrontar juntos las situaciones duras o conflictivas que siempre nos sorprenden por inesperadas. Ayudarles a reflexionar sobre las conductas y experiencias en las que no han conseguido dar lo mejor de sí mismos y que pueden mejorar, y también en las que han sido positivas para fomentarlas. De este modo, tras concretar los errores, ayudamos a proyectar conductas deseables y propósitos de mejora y crecimiento.

Este proceso en el que les acompañamos, compartido desde la cercanía, el respeto y la esperanza, convierte a todas las actividades en oportunidades educativas porque ayudamos a pensar y ordenar sus deseos. Podemos, también, intervenir sugiriendo con nuestros consejos para mostrarle los caminos que le convienen en este momento, aunque no sean los comunes de la mayoría, pero sí los más adecuados a sus preferencias y necesidades porque están llenos de sentido y buscan su genuino progreso.

No siempre es fácil ejercer de padres con el hijo concreto y en evolución que hemos engendrado. Pero hemos de ser impulsores constantes en su transformación gradual  hasta que se emancipe. Incluso las situaciones difíciles pueden afrontarse con soluciones personales, adecuadas y adaptadas a la realidad única que se nos presenta en cada caso, con una acogida misericordiosa que siempre enternece las miradas y los corazones. Este vínculo de filiación que nos une a ellos es irrenunciable, indisponible e imprescriptible, y se concreta, haciéndose efectivo y afectivo, al asumir nuestra responsabilidad con alegría para el bien de nuestros hijos. Con la cercanía, la ternura y la paciencia, la luz vital no dejará de manifestarse y la vida seguirá resplandeciendo si asumimos nuestras responsabilidades.

 

Josep ALEGRE
Profesor, filólogo y educador socio-cultural
Barcelona
Febrero de 2019

 

 

 

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