Un educador social

Un educador social

Eran las ocho de la tarde y Elliot estaba sentado entre su madre y su tía a punto de emprender un viaje en tren que iba a durar toda la noche. En la bolsa había algunos juguetes, pero en casa, con el padre, se habían quedado los más importantes, que echaba de menos en aquel momento: el monopatín, la pelota de fútbol, los transformers y unos cuantos más. Afortunadamente la madre le ofreció algo para comer y tomar un zumo de fruta que había comprado y que le apetecía mucho.

Cuando le dijeron que haría un viaje en tren le había parecido muy interesante, pero ahora estaba un poco aburrido, no tenía sueño y la madre y la tía hacían pruebas, que a él no le gustaban nada, de cómo acomodarse los tres en los dos asientos. También le habían dicho que no podía correr dentro del vagón.

Sentado frente a ellos, había un chico y una chica leyendo, no parecían novios y eran de edades similares.

De golpe, de un asiento de atrás, vino otro joven a charlar con la joven sentada frente a Elliot. Este sí tenía cara de simpático y su manera de hablar era divertida. Empezó diciendo que en aquel momento empezaba un partido del Barça y que se lo estaba perdiendo. Miró a Elliot y le preguntó: – ¿eres del Barça tú?–. Elliot hizo que sí con la cabeza y se puso colorado. Empezaba algo divertido en aquel tren…

«Fue un viaje por las distintas edades de los viajeros,
las costumbres, el gozo, la risa, los colores, los países.»

– ¿Cómo te llamas? –le preguntó el joven.

– Elliot –respondió nuestro amigo de casi cuatro años–

– Y, ¿sabes cómo me llamo yo, Elliot? Me llamo Gerard, dijo el joven, dejando expectante al joven Elliot.

– Te quiero hacer una pregunta, Elliot: ¿te gustan los globos? –dijo el joven que se había sentado delante suyo mientras, con gran misterio sacaba un globo alargado de su mochila. Elliot dijo que sí y enseguida reconoció que con aquel globo se podía hacer una espada.

La relación acababa de empezar ya que la interacción entre Elliot y Gerard era una maravilla que implicaba también a la madre, la tía y otros pasajeros sentados cerca. Gerard y Elliot hicieron que el globo se transformara en una espada; después Elliot fue nombrado caballero del vagón y quedó al cargo de la entrada y salida de los pasajeros del vagón, y mientras tanto, explicaba cosas de sus juguetes y otras historias de su extraordinaria vida infantil.

En un determinado momento Elliot quiso otra espada. Ello fue la oportunidad de invitarlo a hacer un regalo a su madre: podía escoger entre una flor, un perrito o un corazón. Y aunque Elliot pensaba que su madre podría tener una espada como la suya, finalmente, ayudado por Gerard, le hizo una flor a su madre.

En esta historia todos aprendimos. La foto describe lo que pasó: todos los pasajeros hicieron globoflexia. Fue un viaje por las distintas edades de los viajeros, las costumbres, el gozo, la risa, los colores, los países. Elliot acabó durmiendo plácidamente después de haberlo pasado en grande y el resto de los pasajeros pudo hacer lo mismo tras haber compartido un viaje inolvidable.

Elisabet JUANOLA SÓRIA
Periodista
Chile
Publicado originalmente en revista RE, edición en catalán, número 82, abril de 2015

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