En este momento habitan en el planeta casi dos billones de niños, que constituyen el 20% de la humanidad[1]. De ellos, más de 340 millones viven bajo el umbral de la pobreza[2]. Y de entre el resto de ellos, 125 millones padecen obesidad, no sólo en los países desarrollados, sino también en países en vías de desarrollo, donde se recurre a alimentación chatarra y se consumen muchos refrescos azucarados.
Si vemos la infancia bajo el prisma de la esclavitud, la ONG Save the Children asegura que “Actualmente, existen 218 millones de niños trabajadores en el mundo con edades comprendidas entre los 5 y los 17 años. Más de la mitad de ellos, realizan trabajos peligrosos y unos 8 millones y medio lo hacen en condiciones de esclavitud, atrapados en las peores formas de trabajo ilegal, degradante y peligroso.”
Los indicadores sobre pobreza, peso y esclavitud nos sirven para poner el foco sobre lo que señala el título de este Editorial: la necesidad de rescatar a los niños y niñas que ya existen, de aquellas situaciones que vulneran de algún modo su dignidad y su posibilidad de desarrollarse sanamente. Sea por exceso o por defecto.
La abundancia o sobreabundancia de bienes no garantiza su felicidad, ni mucho menos. Pueden tener lo fundamental para vivir, e incluso muchas comodidades, y sin embargo estar faltos de cariño, mal educados, enseñados a ser soberbios y orgullosos ónticos, poco preparados para las naturales frustraciones de la vida.
En el amplio grupo donde se carece gravemente de lo fundamental para vivir, a causa de guerras, desorganización o corrupción local, se facilita que caigan en redes de explotación por falta de oportunidades. Con hambre, con enfermedades que les dejan secuelas, con muertes evitables, perseguidos, explotados, una enseñanza escasa y con frecuencia deforme…
¿Qué debemos hacer? ¿Cómo rescatar a los niños, cada uno de los cuales merece el máximo esfuerzo de los adultos para que llegue a desplegar sus potencialidades? Ellos no han pedido nacer; son fruto de acciones más o menos conscientes de quienes les engendraron.
Por eso, nuestra sociedad tiene la responsabilidad de impulsar urgentemente una mejor atención a la infancia en todos los ámbitos geográficos, ofreciendo no sólo las condiciones indispensables para su alimentación y salud física, sino también para su acogida en ámbitos de cariño y de respeto, y una educación que les permita abrirse camino en el mundo que les tocará vivir y construir.
Para ello existe una condición de la que no hemos hablado aún, pero sin la cual seguramente no lo lograremos: es necesario contar decididamente con las mujeres, liberadas de los distintos yugos que atenazan su libertad en tantos ámbitos. Ellas están particularmente dotadas para rescatar a los niños, pues son su primera cuna; ciertamente, no siempre la madre es la mejor cuidadora, pero en un alto porcentaje de los casos la libertad y despliegue de la mujer es la mejor condición para el desarrollo de los niños. Sabiendo que todo esto supone una labor de equipo de toda la sociedad. Varones y mujeres corresponsables, debemos tomarnos en serio el rescate de los niños que, por abundancia o carencia, están sujetos a esclavitudes y opresiones que, si no desaparecieran, nos pasarían factura a todos.
[1] Dato sacado de https://ourworldindata.org/world-population-growth
[2] Dato del Banco Mundial